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George Grosz, la crueldad de las guerras y la belleza en un artista cáustico y político

En el Caixa Forum del Gran Hotel de Palma se exhibe una pionera muestra en España del pintor antifascista, emigrado a Estados Unidos para huir de Hitler Dibujó la guerra de España, desnudó a Queipo, evocó un fusilamiento de Goya y un caballo 'picassiano'

George Grosz. 'Carnaval sangriento', 1915-1916. Transferencia litográfica. Colección particular.
George Grosz. 'Carnaval sangriento', 1915-1916. Transferencia litográfica. Colección particular. © George Grosz, VEGAP, Barcelona, 2012

El arte descarnado y cáustico de George Grosz (Berlín, 1983-1959) echa humo y emociona. Deslumbra por sus temas y capacidad expresiva adherida a la realidad y los estilos que fluyen con el siglo XX. Radical y talentoso, muy hábil, Grosz es uno de los pintores alemanes más significativos. Sus miradas que cruzan medio siglo XX y tres guerras en Europa, están colgadas en el CaixaForum del Gran Hotel de Palma de Mallorca: De Berlín a Nueva York. Obras 1912-1949. Es una presentación inédita en España. Acabará el 2 de septiembre.

De su plumín, caña, lápiz, dedos y pincel nacen papeles en negro o lienzos iluminados en los que flotan el horror a la muerte en las batallas, el fulgor de la belleza y la mezquindad social. La muestra se compone de 180 piezas (dibujos, litografías y telas) trabajadas entre 1912 y 1949, en las dos capitales mundiales en las que habitó. El eco dramático de la guerra civil española fue captado por Grosz. Es "un tema que me toca muy de cerca", dijo este amigo del escritor John Dos Passos -que le introdujo en la revista Esquire- y seguidor del fotógrafo Robert Capa.

En España desaparecieron, posiblemente fusilados por Franco, dos de los alumnos de Grosz en Nueva York, los brigadistas internacionales americanos Edward Deyo Jacobs y Douglas Taylor. Le escribieron desde el frente disculpándose porque seguían su estilo en octavillas y carteles de propaganda republicana. Le imitaban. Grosz creó una efectiva marca. “Con su lenguaje visual nuevo y contemporáneo era capaz de sacar al público de su indiferencia y llamar su atención sobre la injusticia y los abusos políticos y sociales”, opina la comisaria Annette Vogel.

“Por desgracia parece claro que, también allí [en España], después de una resistencia heroica, acabará imponiéndose una dictadura fascista”. Observó Grosz desde EE UU, en septiembre de 1936, a los tres meses del golpe de Franco contra la República. En Alemania vio guerras, caídas de régimen y el ruido del ascenso del nazismo. Intuyó la tragedia y se salvó la vida.

“La guerra civil española me impresionó; me acordé de Alemania y por eso pinté aquellos cuadros”, explicó sobre una serie de óleos, de los que salvó dos o tres porque el resto lo lijó y pintó encima. No siempre triunfó. En Nueva York quedó consagrado en 1941 al exponer en el MoMA y en 1954 en el Whitney Museum. Fue becario de la fundación Guggenheim.

Dejó dibujos que son sarcasmos de denuncia del general Queipo de Llano –borracho con una botella y un micrófono de radio en cada mano-. “El jefe fascista”, lo titula. Evoca el fusilamiento de Goya en el homenaje a sus dos seguidores brigadistas. De 1936 es su Jinete de la apocalipsis, un caballo que grita, relincha con la lengua fuera, que recuerda al que Picasso pintó, al tiempo, en el retablo del Gernika.

En el Caixa Forum un guardia de seguridad recorre, inquieto y sin cesar, las salas de luz muy tenue. El vigilante marca el paso, va y viene, entre estampas de mala vida nocturna, desnudos de mujeres, figuras de dictadores macabros, pobres y ricos, obreros en orden, miserables y gente en el lujo, sables y cadáveres.

George Grosz fue un joven soldado trastocado por la primera guerra mundial. Panfletario, poeta fugaz, figurinista, se integró en el movimiento dadaísta y anarquista de Berlín. Militó en el partido comunista hasta 1923, se borró tras estar cinco meses en Rusia. Adoptó la forma inglesa de su nombre, a los 19 años, por su atracción americana, y rechazó de lo alemán de entonces.

Caricaturizó a Hitler -en vida- y dibujó a Chaplin toreando en el sur de Francia. Tomó muchas ideas en París de los grandes cronistas de café y cabarés. Grosz reflejó tiburones financieros y señores perfectos, junto a mujeres exuberantes. Construyó composiciones cubistas de primera factura con cuerpos en campos de batalla e imágenes vanguardistas de calles pobladas entre rascacielos de metrópoli.

En sus tres décadas de vida norteamericana su temática y estilo dieron un vuelco, retrató de lejos el ascenso del fascismo en Europa y las guerras de medio siglo. Pero en su segundo país –se nacionalizó norteamericano, en 1938- pasó a los paisajes dulces, con alguna series de figuras vanguardistas. Experimentó el desencanto del emigrante forzado, el desmoronamiento del mito, tras su diáspora y su angustia política.

“Mi arte ha de ser fusil y sable”, explicó y es la lápida de su biografía. Comprometido, fue condenado, perseguido en los tribunales alemanes por uniformados, el Ejército y la Iglesia, por atentar contra la moral y el orden. Replicaba al poder desde el arte y la prensa, con punzantes alegatos antimilitares, anticlericales y anticapitalistas. En Palma se expone un dibujo de un Jesucristo con máscara antigás.

Dejó Alemania antes de que la Gestapo asaltara su casa. Pintaba y dibujaba “para llevar la contraria”. El nazismo destrozó una parte de su obra y la estigmatizó por “arte degenerado”. La especialista Annette Vogel cree que el arte de George Grosz "es un reflejo de lo que fue su vida, marcada por la militancia, la pobreza y el apocalipsis”.

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