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El Real invoca la modernidad radical de Monteverdi

El Teatro estrena el próximo martes 'Poppea y Nerone', un montaje de Krzystof Warlikowski Sylvain Cambreling dirige al Klangforum de Viena en el foso con orquestación de Philippe Boesmans

Daniel Verdú
La cantante Nadja Michael, durante un ensayo de 'Poppea e Nerone'.
La cantante Nadja Michael, durante un ensayo de 'Poppea e Nerone'.Javier del Real

La obra arranca en una enorme aula universitaria de los años 30 de techos y amplitud inabarcable. De espaldas al público, un Séneca negro (interpretado por Willard White) lanza un imponente discurso en inglés sobre el miedo y sus retorcidos aledaños a los alumnos, distribuidos en los pupitres que recorren la profundidad descubierta para esta obra del escenario del Real. Un decorado (inalterable durante toda la función) que recrea perfectamente esa arquitectura fascista que anula al individuo. Para no perder detalle del rostro de Séneca, una cámara le enfoca de frente y proyecta su imagen en una enorme pantalla de cara al público durante los ocho minutos de parlamento. Así comienza Poppea e Nerone, el estreno mundial del Teatro Real que verá la luz el próximo martes. Una revisión de la gran obra de madurez de Claudio Monteverdi (L’incoronazione di Poppea) a cargo del escenógrafo polaco Krzystof Warlikowski y la dirección musical y la orquestación de Sylvain Cambreling y Philippe Boesmans. Una obra de ideas y muy política donde, en palabras de Mortier, “más que a escuchar un aria, uno se encuentra con un gran momento teatral”.

Sin Claudio Monteverdi, la ópera no existiría Gerard Mortier

Monteverdi es uno de los grandes faros del director artístico del Real, Gerard Mortier. El origen, en realidad, de casi todo lo que vemos sobre el escenario operístico. Por eso, dice, encargó esta producción el primer día que le nombraron en su cargo en Madrid. “Este es uno de los estrenos más importantes del año. Sin Monteverdi, la ópera no existiría. Se propuso crear un nuevo género, y nuestro problema es ahora llegar a su nivel”, opina Mortier. Otra de las grandes revoluciones que introdujo Monteverdi, más allá del plano artístico, fue la de sacar la ópera del reducido círculo de la corte. Es decir, su apertura definitiva al juicio y gusto del público que configuraría la esencia de los próximos siglos. “Para llegar a un nivel tan importante de renovación habrá que esperar hasta Mozart”, cree el director artístico del Real.

La orquestación de Philippe Boesmans introduce instrumentos barrocos y contemporáneos

Solo existen dos copias de la partitura original de la pieza de 1643 (una de Venecia y otra de Nápoles), pero ninguna incorpora nada más que la línea de bajo y la parte vocal. Así que, como es costumbre, se ha recurrido a una orquestación reciente (y muy moderna) que, en esta ocasión, firma Boesmans. “La versión coge lo máximo posible de las dos partituras existentes. Lo interesante de esta obra es su modernidad, cómo la música es capaz de describir a los personajes y se atribuye un color a cada uno”, reflexiona Sylvain Cambreling, el director musical. Él y Boesmans han trabajado estrechamente en la versión de esta cumbre del barroco musical, una pequeña evolución de la que ya realizaron a finales de los ochenta, esta vez pensada para la formación de 24 solistas del magnífico Klangforum de Viena, encargado en el foso estos días de su ejecución. El peso vocal de la función lo llevan la soprano Nadja Michael (Poppea) y el tenor Charles Castronovo (Neron).

Para el autor de la nueva revisión orquestal, su misión ha sido parecida a la de un director de escena. “He tenido que preguntarme que significaría esta obra para un director actual. Requería una puesta de ritmo para el conjunto, y algunas distintas para las partes”. De este modo, combina instrumentos barrocos y contemporáneos (hay sintentizadores, clarinetes y armonio) que interpretan los músicos solistas de la Klangforum de Viena y que se aleja de los postulados más historicistas encarnados por Harnoncourt, René Jacobs o William Christie. En la revisión de esta orquestación se ha reducido su tamaño y suprimido algún instrumento como el acordeón. Además, se ha introducido alguna variación al final (ayer, durante la comida, Cambreling y Boesmans todavía intercambiaban ideas sobre el asunto), para un suerte de epílogo que dibuja el fatal destino de los protagonistas de la obra en un futuro que no alcanzamos a ver en la función.

Muchas veces, la mezcla de la política y la filosofía ha conducido al fascismo Krzystof Warkikowski

En el plano escenico, Krzystof Warlikowski (el año pasado dirigió Rey Roger, de Karol Szymanowsky), un artista atento a la caleidoscópica conducta y problemas de la juventud actual, interesado en asuntos como el tiempo perdido y la angustia y ansiedad de una generación desorientada, centra su montaje en conjunto de individuos que gozó de educación, pero que terminó autoerigida en una monstruosa y deformada interpretación de la libertad y el pensamiento filosófico. “Me ha hecho reflexionar mucho en mi juventud, en un cruce de muchas cosas. En esa época tienes grandes esperanzas, idealizamos el mundo de la universidad. Pero el contraste de ese mundo con la vida real es enorme. Muchas veces, la mezcla de política y filosofía ha conducido al fascismo”, opina el director de escena polaco”. Y en parte, de eso trata el magnífico libreto, casi shakespeareano, de Busenello: del poder y su capacidad de corromper a los protagonistas de una tragedia hecha de situaciones grotescas.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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