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Los Hopper, sociedad artística limitada

Un libro desvela en vísperas de la muestra del Thyssen las intimidades del trabajo del pintor Llevaba con su mujer un inventario en bocetos de las obras que vendían

Unas paginas del libro 'Edward Hopper. Pinturas y dibujos de los libros de cuentas'
Unas paginas del libro 'Edward Hopper. Pinturas y dibujos de los libros de cuentas'

Esta es la historia de un matrimonio. Y de unos libros de contabilidad. Es también la involuntaria biografía de una relación tan estrecha como conflictiva. La de dos artistas, la de una pareja sin hijos, la de un inventario frío y exhaustivo donde a veces brotaban inesperadamente verdades íntimas y hasta comentarios maliciosos. Desde que se casaron en 1924, Edward Hopper y su esposa, Josephine Nivison, dejaron constancia minuciosa de todas las obras que produjo y vendió el gran pintor americano hasta su muerte en 1967. Esa práctica fue en ellos natural, pues seguían los consejos -casi preceptos- de su común maestro en la Escuela de Arte de Nueva York, Robert Henri. Él instruyó a sus alumnos no solo a desarrollar libremente su expresión creativa, sino a promocionar y gestionar sus carreras con rigor y decisión.

Los tres cuadernos de formato comercial que se conservan -un cuarto contiene solo apuntes dispersos--, tienen en la portada escrito a mano el escueto título Edward Hopper: su obra. En principio se trataba de describir cada cuadro, la composición, el color, el formato, los materiales y hasta la marca de los óleos utilizados y los datos de la venta: precio, fecha, comprador. En cada entrada escrita siempre con cuidada caligrafía por Jo -así la llamaba su marido-, esta dejaba un recuadro a escala, en el que el pintor hacía una reproducción en miniatura de la obra. Un trabajo en común que ella se esforzó siempre por llevar de forma estricta.

Pero en esa práctica se traslucían muchos de los rasgos que distinguían a cada uno. Edward Hopper era un hombre alto, muy callado, de largos silencios, reflexivo, culto. Jo era habladora, ingeniosa, aparentemente ingenua a veces, muy cuidadosa de su apariencia. Vestía de manera sobria y pulcra, pero desprendía vitalidad y hasta un halo de juventud aún pasados los 80. Deborah Lyons, autora del libro Edward Hopper. Pinturas y dibujos de los libros de cuentas (La Fábrica), que incluye una selección de páginas de los tres cuadernos, afirma que había una "buena" y una "mala" Josephine. La "buena" es la cómplice artística de Hopper. La "mala", la que se explaya en sus cartas y diarios con comentarios malintencionados. La autora incluye también el testimonio de uno de sus amigos quien decía que al verlos discutir parecía que estuvieran a punto de divorciarse. Parecían incompatibles y, a la vez, inseparables. Josephine llevó con mucho orgullo el control de la carrera de su marido. Fue también la única modelo que él usó en sus numerosos cuadros con personajes femeninos. Tal vez por celos, pero también por la facilidad de tenerla siempre a mano y el que ella, siendo también artista, entendiera bien la rutina. Incluso cuando él la transformaba en diferentes figuras, algunas como prostituta o en escenas de latente erotismo, ella se encargaba de que le pusiera una dedicatoria ("A mi mujer, Jo"), para descartar cualquier sospecha de infidelidad o trato con ese tipo de mujer.

En los cuadernos de cuentas Josephine deja a menudo comentarios que se salían de lo estrictamente descriptivo. A veces críticos, en ocasiones con detalles circunstanciales. "Demasiado pintalabios", dice de una de sus mujeres imaginarias. O escribe: "Dos figuras: una de pelo blanco, seria y mayor, y Toots, la buena de Toots, sugerente, pero no escandalosa. 'Un cordero con piel de lobo' (descripción del pintor)". En Hotel junto a la vía, concluye la descripción con una observación. "Inquietud en el ambiente. La mujer debería prestar más atención a su marido a las vías bajo su ventana". No le falta voluntad literaria en ciertos pasajes.

Hopper prácticamente no escribe en estos libros, fechados en 1924, 1932 y 1943. Al principio los bocetos de los cuadros son muy pequeños, como si los hiciera casi por obligación. Conforme pasan los años, son cada vez más cuidadosamente elaborados. La tarea de reproducir a posteriori sus propios cuadros se convirtió en una más de las fases que completaban la obra. Como si recobrara con placer la idea original. En el libro ahora editado en España se reproducen las pinturas al lado de esos pequeños dibujos a tinta.

El conjunto de los libros de cuentas no solo aporta una valiosa documentación sobre el trabajo y la trayectoria del Hopper. Los comentarios vivaces de Jo y las precisiones sobre algunos de los detalles en ellos (como que en el famoso cuadro Habitación de hotel, la mujer lee una agenda y no una carta con una mala noticia, como se podría suponer), ayudan a comprender mejor su obra. Los cuadernos fueron donados por ella al museo Whitney, tras su muerte. Una institución muy ligada a su biografía, que posee 2.500 obras del pintor, muchas de ellas donadas por la viuda, que solo sobrevivió un año a su marido.

Lo curioso es que en la colección del Whitney se conserva otro pequeño cuaderno, escrito en su totalidad por Edward Hopper, con el registro de todos sus cuadros desde su primera venta, en 1913, hasta la última en 1967, dos meses antes de su muerte. No tiene ilustraciones, solo texto. Directo y sin florituras. ¿Por qué llevar esa doble contabilidad, una conjunta y la otra individual? Se ha dicho con frecuencia que Hopper es el pintor de la soledad de las personas en la vida urbana moderna. Quizá él mismo quiso mantener esa pequeña parcela de intimidad en relación a su obra. En todo caso, tanto este precioso libro como la gran exposición que se inaugurará el 12 de junio en el Museo Thyssen-Bornemisza, permitirán al público español adentrarse en el fascinante mundo de este pintor melancólico.

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