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El toreo es un sueño

Castella, Manzanares y Talavante coronan una faena desigual, con momentos de emoción y dosis de drama por el topetazo del primero a Castella

Antonio Lorca

La fiesta de los toros puede llegar a ser el espectáculo total, por la ilusión que motiva, por su colorido y sonidos, y por los destellos, las vibraciones y el asombro que puede provocar. El toreo es un sueño porque te puede hacer levitar, imaginar y extasiarte ante lo que ves y, sobre todo, ante lo que imaginas. El toreo puede llegar a ser un gozo, una inspiración, un brote de genialidad. Y también un pestiño, claro está.

Del Río/Castella, Manzanares, Talavante

Cinco toros de Victoriano del Río, desiguales de presentación, mansones, soso y nobles; bravo y dificultoso el cuarto; el tercero, de Toros de Cortés, mal presentado, noble y blando.

Sebastián Castella: -aviso- estocada (oreja); -aviso- estocada baja, un descabello y el toro se echa (silencio).

José M. Manzanares: estocada trasera (ovación); estoconazo desprendido (gran ovación).

Alejandro Talavante: dos pinchazos y estocada (silencio); estocada que hace guardia -aviso- y dos descabellos (ovación).

Plaza de las Ventas. 17 de mayo. Octava corrida de feria. Lleno.

Pero ayer fue un sueño, incluida una pesadilla, y un despertar desabrido y vuelta a la dulce imaginación después.

El sobresalto fue de esos que te hacen creer que te caes de la cama, inesperada y sorpresivamente, cuando todo está en calma, y parece dispuesto para el disfrute. Acababa Sebastián Castella de comenzar su faena de muleta al primero de la tarde. Hacía viento y volvió a la barrera para empapar de agua la muleta. Acudió a los medios y citó de largo al toro con la mano derecha, y acudió presto a la llamada. En esa décima de segundo imperceptible para los humanos, el animal vio cuerpo, cambió su trayectoria y atropelló al torero con un topetazo descomunal que dolió en el alma de toda plaza. Castella cayó al suelo, y fue pisoteado y buscado con saña sin éxito. Quedó el hombre desmadejado, boca abajo, en la arena, y cuando consiguieron erguirlo no podía mantenerse en pie por el tremendo dolor que debió producirle el cruel encontronazo. Fue una caída de la cama con todo el equipo, un despertar imprevisto, pero pudo contarlo. De hecho, no parecía llevar cornada y solo momentos después un hilo de sangre surgió de la ingle derecha, y los médicos diagnosticaron más tarde (el torero no pasó a la enfermería hasta que mató el cuarto) una herida en el tercio superior del muslo derecho con una trayectoria de diez centímetros que alcanza el pubis.

Con los tendidos conmocionados por la tremenda voltereta comenzó el sueño del héroe. Castella se agigantó, tomó la izquierda y aún con gestos de dolor en su rostro trazó naturales de mucho mérito. Hizo gala de un extraordinario pundonor, y volvió a citar al toro con la mano derecha para dibujar un par de muletazos largos y hondos que hicieron brotar la emoción. Mató con encomiable decisión y se le concedió una oreja, que, aunque pueda ser discutible, no se discute en casos así porque solo un héroe sigue en el ruedo tras un atropello de tal magnitud.

Llagó después el sueño placentero. Alejada la conmoción, los cuerpos entraron en caja y aparecieron trazos de belleza en el horizonte. Se había hecho presente José María Manzanares, la elegancia vestida de luces, el torero inspirado, dibujó tres verónicas excelentes, templadísimas, trazadas con la misma cintura y rematadas con una larga personalísima. Salió suelto el toro en el caballo, y Talavante contribuyó al sueño con un quite por ceñidas gaoneras. Se lució Curro Javier con las banderillas, como ya es habitual, y comenzó la faena de muleta.

Pssss… Silencio. Se torea…

Tres derechazos que fueron circulares casi completos, un monumento al temple y a la recreación artística, cerrados con un largo pase de pecho. ¡Oh…! Otros tres más, y un cambio de manos largo, y lento, lento, para deleite de todos los corazones. ¿La plaza? Enloquecida, porque no era para menos.

El torero toma la muleta con izquierda, estudia la mirada del toro, la escudriña y torea; pero se rompió el encanto sin saber por qué. Bajó el tono por culpa del toro o el torero, qué más da… Volvió al pitón derecho, excepcional, y tornó el empaque, la dulzura, la gracia. Pero ya nada fue igual. Hubo protestas de algún sector y voló el encanto. Quizá, porque la faena fue de más a menos. Pero el sueño, mientras duró, fue primoroso. Por cierto, ese toro moderno, guapo, bondadoso y nobilísimo, mereció los honores de una cerrada ovación en el arrastre.

OVACIÓN: Por encima del buen tono de la cuadrilla de Manzanares, destacó Juan José Trujillo en el tercio de banderillas al quinto de la tarde.

PITOS: Guerra a la vulgaridad; al toreo fuera de cacho, al hilo del pitón, perfilero y superficial.

Con Talavante en su primero no hubo dicha. Brindó a su abuelo materno, recientemente fallecido, y no se entendió con ese toro, noble y poco codicioso, al que pasó perfilero, superficial y ayuno de hondura. Algo así ocurrió en el cuarto, segundo de Castella, el más bravo en el caballo y soso en el tercio final. Fue entonces el Castella vulgar, a excepción de los estatuarios iniciales.

Y, después, el valor sereno e inteligente, el que puso de manifiesto Manzanares ante el quinto, dificultoso en su embestida, que miraba y remiraba la taleguilla del diestro, impávido y firme ante las intenciones de su oponente. No hubo faena artística, pero sí una demostración de técnica torera, y un estoconazo final que valió una merecida salida al tercio.

Quedaba el final antes del despertar. Unas verónicas con las manos muy bajas de Talavante fueron el plástico preludio de un torero con cara de lidiador antiguo y maneras de artista de hondo sentimiento. La faena no levantó el vuelo por el escaso recorrido del animal, pero había comenzado con unos estatuarios elegantísimos, seguidos de un pase por la espalda y dos pases de pecho de bella factura.

Llega la hora de despertar. Algunos malos recuerdos revolotean: el atropello de Castella y el toreo perfilero y vulgar de los tres toreros en distintos momentos. Pero nadie dijo que esta fuera la obra total, pero sí el espectáculo que te permite, como ayer, soñar y disfrutar.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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