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Crítica: 'La sombra de la traición'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Nostalgia fría

'La sombra de la traición' renuncia a toda voluntad de estilo para dejarse llevar por la pura inercia de una 'tv-movie' de vieja escuela

Topher Grace y Richard Gere en un fotograma de 'La sombra de la traición'.
Topher Grace y Richard Gere en un fotograma de 'La sombra de la traición'.

Guionista con algún trabajo sólido a sus espaldas –El tren de las 3:10 (2007) de James Mangold, a partir del relato de Elmore Leonard que inspirara el clásico western de Delmer Daves; o Wanted –se busca (2008) de Yimur Bekmambetov, libérrima pero imaginativa adaptación del comic-book de Mark Millar y J. G. Jones-, Michael Brandt parece haber aparcado toda ambición y todo gusto por la heterodoxia en su salto a la dirección: La sombra de la traición es un thriller que, como la reciente “Salt” (2010) parece levantarse sobre la nostalgia de esas ficciones de Guerra Fría que tenían al soviético como perfecto villano de cliché. A diferencia de la película de Philip Noyce, que ajustaba ese impulso retro a la tosca emulación de esas nuevas maneras del cine de acción propuestas por la saga de Jason Bourne, La sombra de la traición renuncia a toda voluntad de estilo para dejarse llevar por la pura inercia de un telefilme de vieja escuela.

En La sombra de la traición, el supuesto regreso a las andadas de un legendario sicario soviético apodado Cassius lleva al director de la CIA (Martin Sheen) a rescatar de su retiro a uno de sus mejores hombres (Richard Gere) para encomendarle la misión de capturar a ese revenant de otra geopolítica, en compañía de un joven agente del FBI (un Topher Grace descaradamente inadecuado para el papel).

La película es rica en frases risibles: sin ir más lejos, el momento en que, con mucha gravedad en su tono, el joven cachorro del FBI declara su voluntad no sólo de capturar a Cassius, sino de comprenderle, de entender sus razones. También es una propuesta generosa en giros argumentales despreocupados por la solidez de la trama en conjunto: uno de esos giros tiene lugar en el primer tramo del metraje, tras la única escena capaz de combinar atmósfera y notable dosificación de la acción, y, quizá por una aberrante conciencia del equilibrio, el clímax final se ve tan obligado a subir la apuesta en ese sentido que el supuesto (y mediocre) thriller se transforma en inesperada (y magnética) comedia involuntaria. Si el Teniente corrupto (2009) de Herzog dibujaba una América dividida entre toxicómanos y extoxicómanos, Brandt propone una variante Guerra Fría: una América hecha de agentes dobles.

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