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Columna
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Contagioso delirio

La escritora Valeria Luiselli publica su primera novela, 'Los ingrávidos' El hipotético encuentro neoyorquino entre García Lorca y Gilberto Owen, un marido que lee por encima del hombro el libro que escribe su mujer son los argumentos de la historia

Rosa Montero
Fotografía tomada en Nueva york en 1943.
Fotografía tomada en Nueva york en 1943.BETTMAN (CORBIS)

Qué difícil es escribir bien ficción cuando se es joven. O quizá debería decir: qué difícil es escribir tan bien cuando se es tan joven como Valeria Luiselli. La novela es un género de madurez; hay que cumplir años para poder alejarte del ruido empequeñecedor de tu propia vida y para aprender a verte a ti misma desde fuera, con la misma impasibilidad con la que contemplarías a cualquiera de tus personajes. Aunque, claro, siempre hay excepciones: ahí está por ejemplo la española Carmen Laforet, que ganó el primer Premio Nadal con su novela Nada (1944), un cuento cruel, una obra modernísima, brutal y casi perfecta que redactó a la inconcebible edad de 23 años. Pero, como si Laforet hubiera hecho un pacto con el diablo y Lucifer le hubiera exigido un temprano pago de la deuda, ese fulgor precoz pareció calcinar el resto de su vida. Por diversas razones que se pueden rastrear en la estupenda biografía Carmen Laforet, una mujer en fuga, de Anna Caballé e Israel Rolón, la autora acabó perdiéndose en un aterrador pantano personal y nunca escribió nada más que alcanzara esa altura.

Por fortuna, no creo que este sea el caso de la mexicana Valeria Luiselli, que, en primer lugar, ya ha cumplido los 28 años y que además muestra en su primera novela, Los ingrávidos, un asombroso dominio de la estructura narrativa y de los mecanismos literarios. Los ingrávidos es un libro impresionista, un rompecabezas, un torbellino de imágenes, reflexiones y escenas que van construyendo un todo espectral. La narradora, casada y madre de dos niños pequeños, está escribiendo un libro que su marido le va leyendo por encima del hombro. El marido se enfada, se mosquea con lo que lee; entonces la narradora altera lo que escribe. En un momento determinado, la narradora empieza a redactar una novela que supuestamente está contada en primera persona por Gilberto Owen (1905- 1952), un conocido poeta mexicano que coincidió (o quizá no) en Nueva York con García Lorca. Aunque Owen ha fallecido muchos años antes de que la narradora naciera, sin embargo los dos comienzan a entreverse casualmente en el metro, esto es, se atisban por un instante tras los cristales de trenes que se cruzan en la oscuridad. Encuentros imposibles entre vivos y muertos, ¿o quizá a estas alturas del libro ya no quede nadie verdaderamente vivo? Porque la narradora se va afantasmando. Que es otra manera de decir que va enloqueciendo. Y el libro se deshace, se desmiga entre las manos como un bizcocho demasiado mojado.

Es una obra prodigiosa, impresionista, un rompecabezas, un torbellino de imágenes, reflexiones y escenas que se van construyendo

Te puede parecer que la novela que acabo de describir es un inmenso lío. Y desde luego lo es. Es una historia compleja, un caleidoscopio. Pero es liosa, sobre todo, cuando alguien de fuera la quiere contar, extractar, resumir. Como todos los libros verdaderamente buenos, la novela sólo adquiere su justo sentido cuando está narrada con las palabras originales y en la precisa forma en que la cuenta Valeria. Desconfío de los libros cuyo argumento puede resumirse fácilmente: para mí es tan importante lo que se dice como la manera en que se dice. Al leer Los ingrávidos, en fin, todo se comprende mucho mejor; y lo que no se entiende por completo, alimenta y fascina aún mucho más. Es una obra prodigiosa, un cuento entretenidísimo que te desvía todo el rato del camino, que te engaña y te confunde, que te pierde y te reencuentra. Un universo resbaladizo e inestable.

Owen se encuentra con García Lorca: “Federico llegó tarde, con su acostumbrada arrogancia de estrella a punto de ser descubierta”. La narradora escribe: “Dejé de darle pecho a la bebé. Estuve cinco días con los senos rojos y durísimos. Pero la idea de dejar de producir leche me alienta. No es fácil, nunca es fácil, ser una persona que produce leche”. Owen vive con tres gatos que le lamen los platos, de manera que no tiene que lavar la vajilla. También a él le va mal en la vida. También se va desmoronando y encerrando. La narradora regaña “al niño mediano porque escondió a la bebé en un cajón del refrigerador”. Los hogares, proyectos de felicidad, devienen en encierros. Este libro poderoso y original es una catarata de estímulos y emociones, una tela de araña de la que no te libras.

Lo más llamativo es la libertad con que está escrito. Por detrás resuena una mente poderosa: esta Luiselli tiene una notable cultura

Pero lo más llamativo es la libertad con que está escrito. Por detrás resuena una mente poderosa: esta Luiselli tiene sin duda una gran cabeza, una notable cultura. Pero su obvia inteligencia no lleva las riendas, por fortuna, porque la ficción ha de ser escrita desde el inconsciente. En su discurso de entrada a la Academia, la historiadora Carmen Iglesias contó la deliciosa parábola del ciempiés y la cucaracha envidiosa que, maligna, se acercó al miriápodo y empezó a adularle: “¡Oh, qué bello eres, tan largo, con tantísimas patas y moviéndote de manera tan armoniosa! ¿Podrías decirme cómo lo consigues y enseñarme de qué forma caminas?”. El ciempiés, tontorrón y envanecido, contestó: “Muy fácil, muy fácil, sólo hay que enfilar las cincuenta patitas del costado izquierdo y sincronizar sus movimientos, haciendo rotar la articulación hacia delante mientras, al mismo tiempo, desplazas las cincuenta extremidades del costado derecho hacia atrás y blablabla…”. Cuando terminó, un buen rato después, la cucaracha, que le contemplaba con fingido arrobo, remató: “¡Qué interesante! Y, por favor, ¿podrías hacerme ahora una demostración?”. Y el pobre ciempiés no fue capaz de volver a moverse nunca más, porque, al hacerse consciente de cómo caminaba, no pudo ejecutar ese gracioso y complejísimo baile de su cuerpo. Que es igual que el gracioso y complejísimo baile de la creación. Por modesta que sea, toda manifestación artística ha de tener algo de alucinación, de fuego en los ojos, de delirio. La primera novela de Valeria Luiselli, rebosante de humor y de horror, de sutiles coincidencias e inaudibles gritos, está llena de esa libertad, de ese fuego y de una inmensa promesa. Tremenda escritora. Y crecedera.

Los ingrávidos. Valeria Luiselli. Sexto Piso. Madrid, 2011. 144 páginas. 15,90 euros.

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