Canguelo
Empieza a resultar indecoroso y ofensivo utilizar las frases de manual al saludar a alguien. Los rutinarios “¿qué tal andas?” y “¿cómo va la vida?” pueden encontrarse con el silencio o con un disimulado rictus de angustia. O con lógico mosqueo si el interrogado, que está jodido, decide que detrás de ese saludo convencional no existe auténtico interés por saber cómo se siente. Y hay mogollón de gente sin culpa, sin comerlo ni beberlo, que ha sido condenada al miedo, esa sensación paralizante que machaca, crea insomnio, hiela los gestos, extingue la voz. Miedo a qué ocurrirá con su trabajo mañana, o dentro de un mes, o dentro de un año. Algunos deseando que lo que tenga que ocurrir, ocurra ya. Para saber a qué atenerse. O para aullar. O para maldecir al Altísimo, ya que los de abajo, los creadores de esa ruina, son abstractos (la crisis, los mercados, los ajustes, esas cosas incoloras e inodoras) y están blindados ante cualquier amenaza de los desposeídos. Y el que no haya tenido suerte, o padrinos, o ahorros, es probable que sienta cómo le abandona el pegajoso terror. A cambio de la desesperación. En cualquier caso, un trueque indeseable.
Y percibes que la risa, esa sensación maravillosa, higiénica y liberadora, con motivos o sin ellos, empieza a escasear, o se vuelve amarga, o es un gesto defensivo. O precisa de esos lúdicos alimentos que tanto la facilitan llamados alcohol y marihuana.
Exagero con la penuria y el desfallecimiento de la risa. Hay una gente que no la ha perdido. Excepto cuando el papel que deben interpretar les exige gesto fiero y dialéctica abrasiva acusándose mutuamente de su responsabilidad en la ruina de la patria. Pero en las imágenes de sus múltiples congresos, mítines y celebraciones constatando la inmejorable o recobrada salud de sus partidos, todos se parten de risa, se palmean y se abrazan. Qué alegría y placidez debe otorgar la seguridad de que tu curro nunca sufrirá los ERE. Veo al progresista Griñán declarando con expresión solemne : “Prometo por mi honor y mi conciencia”. La centrista reformista Cospedal sonríe más que ríe, como gesto automático, cuando finaliza sus soflamas contra sus antecesores en el poder. Zapatero también sonreía cantidad. ¿Qué les hace tanta gracia a los jefes, o testaferros, de la cosa pública?