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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Black mirror’: el futuro ya está aquí

Tres episodios independientes, diferentes tramas, diferentes actores, y una misma mirada desoladora sobre un futuro inminente

Marcos Ordóñez
Imagen de la serie 'Black mirror'.
Imagen de la serie 'Black mirror'.

Hablamos mucho de las grandes series estadounidenses, y que sigan muchos años, pero a menudo olvidamos que los reyes de la innovación siempre fueron los británicos, desde que Brian Clemens inventó Los vengadores allá por los sesenta. Entre las muchas joyas de la tele inglesa reciente se lleva la palma Black mirror, que la cadena TNT estrenará aquí el próximo lunes: cita ineludible. Su autor es Charlie Brooker, el único caso que conozco de crítico televisivo, famoso por su vitriólica columna Screen Burns, en The Guardian, que pasa con éxito al otro lado. Brooker se estrenó en 2008 con Dead set, un thriller en el que un grupo de zombis irrumpía en la casa de Gran Hermano y que emitió E4, la cadena de pago de Channel Four. A finales de 2011 llegó Black mirror: tres episodios independientes (diferentes tramas, diferentes actores) pero una misma mirada desoladora sobre un futuro que ya está aquí. “El tema”, dijo Brooker, “es el modo en que podemos acabar viviendo de aquí a 10 minutos, si nos descuidamos”. Cuando le pidieron pormenorización añadió: “Me planteé lo siguiente: si la tecnología es una droga, ¿cuáles serían los efectos secundarios? El espejo negro del título es el que encuentras en muros, escritorios, en la palma de todas las manos: la fría y brillante pantalla de un televisor, un monitor, un móvil”.

El himno nacional, primer episodio de la trilogía, es una parábola sobre la información imparable en un mundo en el que ya todo es espectáculo. Unos presuntos terroristas secuestran a la princesa Susana (sí, tan querida como Diana de Gales) y anuncian por YouTube que la matarán en un plazo de seis horas si el primer ministro no se folla a una cerda en directo en la primera cadena. No destripo nada: esto sucede en los tres primeros minutos. Durante los cuarenta restantes lo que importa es el crecimiento viral del ultimátum y las reacciones que genera mientras la cuenta atrás sigue su avance, y cómo el tono, que comienza en clave de farsa absurda, muta en una doliente, asfixiante tragedia grotesca.

En el segundo, Quince millones de créditos, estamos en plena distopía: un mundo en el que los pobres han de pedalear ocho horas diarias para generar energía; donde la publicidad emite ininterrumpidamente y no se puede desconectar sin sufrir severas sanciones, y donde los gordos son los nuevos esclavos, condenados a hacer los trabajos sucios y sufrir continuas vejaciones en los concursos televisivos. Todo funciona por créditos que ganas según tu ritmo de pedaleo, y con los que puedes comprar comida, pornografía o aditamentos para mejorar tu avatar televisivo: la única forma de escapar de la cadena es ganar un concurso, previo paso por un sádico jurado. Si los dos primeros te clavan en la butaca, el tercero, Tu historia completa, es una obra maestra. En otro universo futuro (es decir, inminente), los ricos pueden acceder a la ultramemoria por el implante de un microchip que registra todo lo que haces, ves y oyes, pero a niveles de extrema percepción. Memoria que puedes rebobinar y ver de nuevo (en la doble pantalla de las córneas) o compartir, proyectada, con amigos y parientes; memoria como indagación y constante espectáculo, pero que acaba estableciendo, todavía peor, la imposibilidad del olvido. Tu historia completa arranca como un relato de Bradbury y acaba como un terrible drama calderoniano. Grandes, inolvidables momentos: la escena en la que el matrimonio hace el amor contemplando sus propias imágenes de juventud para conseguir un átomo de excitación; la larga noche del marido, analizando hasta la extenuación la secuencia de una cena entre amigos para atrapar un quiebro, una mirada, una frase inatendida que certifique la infidelidad de la esposa. Charlie Brooker es un hijo natural del gran Dennis Potter: ambos comparten la indignación ética, la mirada feroz y el anhelo de fuga. No se pierdan Black mirror.

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