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El nuevo Wainwright de siempre

Los cambios en su vida personal han transformado al músico canadiense Presenta nuevo disco, 'Out of the game' en Granada, Barcelona y A Coruña

Rufus Wainwright, en una actuación en el Teatro del Liceo de Barcelona, en 2010.
Rufus Wainwright, en una actuación en el Teatro del Liceo de Barcelona, en 2010.JOAN SÁNCHEZ

Algo ha cambiado en la vida de Rufus Wainwright (Rhinebeck, Nueva York, 1973). Muchas cosas, en realidad. Se ha muerto su madre, ha encontrado novio estable y ha sido padre. De todas estas experiencias personales dan cuenta, como ya es habitual en su discografía, sus nuevas canciones. "A veces no sé si soy un exhibicionista, un masoquista ahondando en sus heridas o, simplemente, un hombre feliz deseando compartir su gozo con el mundo", reflexiona, medio en broma, con su característico tono desenfadado, por teléfono desde Londres.

Sus vivencias no distarían mucho del común de los mortales de no ser porque la madre muerta es Kate McGarrigle, cantautora canadiense divorciada del también músico Loudon Wainwright III cuando Rufus tenía apenas tres años. Su novio, con el que planea casarse en Nueva York en agosto, es Jörn Weisbrodt, cotizado gestor cultural y exasistente de Robert Wilson. Y la gestante de su hija en común, Viva, que cumplió un año en febrero, es Lorca Cohen, progenie a su vez del inabarcable Leonard Cohen. A Rufus le gusta presumir de que con esta unión genética se funden dos familias de la realeza canadiense, como si de una de sus añoradas monarquías centroeuropeas se tratara. Otra de sus bromas medio en serio. Wainwright es un artista que siempre se ha presentado sin restricciones. Pero, curiosamente, hoy la discográfica solicita que no se le pregunte por su hija. ¿Por qué?, le pregunto. "Es que si te descuidas acabas hablando toda la entrevista sobre cambiar pañales", finiquita. Y esta vez lo dice completamente en serio.

Su séptimo álbum, 'Out of the game', supone su regreso al pop con banda

De acuerdo, pues hablemos de música. Su séptimo álbum, Out of the game, supone su regreso al pop con banda. Lo presentará en España en tres fechas: el 4 de mayo en Granada, el 1 de junio en el festival Primavera Sound, de Barcelona, y el 6 de junio en A Coruña. A Wainwright le hemos visto disfrazar a sus músicos de fetichistas sexuales, escenificar sobre el escenario una tragedia griega, transmutarse en su adorada Judy Garland o presentarse como un mesías gai crucificado. ¿Qué nos espera en esta ocasión? “Aún estamos debatiéndolo, puede que me limite a tocar las canciones o me vuelva loco de atar. Mejor preservar las sorpresas, ¿no?”, se guarda para sí mismo.

El disco lo ha producido Mark Ronson, responsable de Back to black de Amy Winehouse. Con el técnico, subraya Wainwright, mantiene “un bromance [una relación platónica entre dos hombres] interminable”. Entraron en el estudio una semana después de la muerte de Winehouse. “Él tuvo que lidiar con su pérdida de igual manera que yo aún lidiaba con la de mi madre. Por eso ambos nos aferramos a nuestros recuerdos más luminosos”. Además de los Dap-Kings, banda de acompañamiento de la malograda cantante soul, por el disco asoman Sean Lennon, Nick Zinner, de los Yeah Yeah Yeahs, y su hermana, Martha Wainwright. Las canciones desprenden un aroma a los setenta porque, dice, es la época en la que ambos crecieron y absorbieron “todos esos sonidos de radiofórmula que de adulto te da pudor reconocer. En este disco tengo un montón de momentos Whitney Houston Ya sé que no nos parecemos, y dios quiera que el destino no me guarde un final tan trágico, pero he incluido un montón de gorgoritos que me recuerdan a ella”.

El disco lo ha producido Mark Ronson, responsable de 'Back to black' de Amy Winehouse

Su anterior trabajo, All days are nights: Songs for Lulu, una emotiva colección de canciones intimistas al piano, vio la luz al tiempo que moría su madre. De igual manera que su primera ópera, Prima donna, se estrenó en Manchester cinco meses después. Rufus no perdió la compostura y se presentó a la puesta de largo en Manchester disfrazado de Verdi y con su novio, del brazo, de Puccini. La experiencia se reveló algo traumática. La ortodoxia clásica vapuleó su incursión en tan alto género. “Hay mucho amargado que hace todo lo que está en su mano para frenar el paso a propuestas novedosas y mantener así su poder e influencia en ese mundillo”, se desquita. “Imponen el purismo, el esnobismo y el exceso de instrucción como consignas irrevocables”.

Su amigo Robert Wilson (Rufus colaboró con él en una escenificación de los Sonetos de Shakespeare) se ha tenido que enfrentar a algo similar con su discutida Vida y muerte de Marina Abramovic en el Teatro Real de Madrid. “No puedo opinar con objetividad porque todos los que participan, Antony, Willem Dafoe y la propia Marina, son amigos míos y conozco esa función desde su gestación”. ¿Podría decirnos, al menos, si su colosal ego soportaría un espectáculo de tales dimensiones basado en la figura de Rufus Wainwright? “Ja, ja, ja. Mi pequeño y oscuro secreto es que en el fondo, muy en el fondo, soy un tipo supermodesto y superhumilde. Soy como Pinocho, no puedo engañar a nadie: si mis canciones son de lo mejor que se puede escuchar hoy en día, ¿por qué iba a negarlo diciendo que son malas? Pero, respondiendo a tu pregunta, te diré que prefiero un show en Broadway con un montón de chicos guapos haciéndome los coros”.

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