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Los niños salvadores

Kore-eda estrena otro de sus grandes trabajos con niños: ‘Kiseki’

Gregorio Belinchón
El cineasta Kore-eda
El cineasta Kore-eda

Vuelve Hirokazu Kore-eda (Tokio, 1962) y retorna con niños y disquisiciones familiares, el arma no tan secreta con el que ha construido sus mejores filmes: Nadie sabe o Still walking, que juegan con un amplísimo arco dramático. En persona Kore-eda habla pausado, a pesar de que está en plena promoción dentro de un festival. Su Kiseki reúne a un grupo de niños en pos de un milagro, de que la vida les cambie a mejor. Pero en vez de caer en la ñoñería, Kore-eda dota a sus pequeños protagonistas de una inteligencia especial. “En realidad, no sé si es talento mío. Los temas no están dentro de mí. Puede que sí, que el carácter de los protagonistas sí guarden relación con mi infancia, en la que tuve mucho miedo de que mis padres se divorciaran, se llevaban muy mal, y que mi padre o mi madre me abandonaran. Pero yo veo en las pruebas a un montón de niños. Y ahí voy seleccionándolos según su carácter, sus gustos, para que sean muy cercanos a los papeles. En ese momento ya trabajamos con un guion provisional… y luego en el rodaje les dejo más libres. Si son como el personaje, que en la filmación lo desarrollen ellos”. Al principio los dos hermanos protagonistas eran niño y niña, pero cuando conoció a los actores protagonistas –hermanos y cómicos en la vida real-, decidió “cambiar la historia”.

Los japoneses tienen una extraña relación con la infancia: sí, les quieren, pero a la vez les exprimen, sufren una dicotomía de cercanía y alejamiento. “No tengo una respuesta clara a si queremos o no a los niños. Cuando rodé Nadie sabe estaba soltero, con Still walking me había casado y ahora tengo una hija de cuatro años. Así que sospecho que ha cambiado mi punto de vista. Cada vez hay más divorcios en Japón y a los niños los crían los abuelos. La vieja comunidad, que arropaba a las familias, ya no funciona. Los valores se resquebrajan. En fin, la vida cambia”. Cierto, y su cine también, aunque siempre se sostiene en bellos momentos poéticos…. que salvaban, por ejemplo, la algo fallida Air doll. “No sé muy bien cómo lo hago. No soy consciente que incluyo esas notas, pero lo hago. Me muevo buscando la verosimilitud, incluso cierto tono documental, y después añado algo de amor y ternura… y ahí es donde creo que sale la poesía. No soy un autor consciente de su autoría”.

Acabamos: ¿su hija lo domina como los niños de Kiseki a sus progenitores? Porque los adultos, en el filme, no pasan de papel de comparsas. “Casi debería preguntárselo a ella. Mi sensación es que nuestra relación es de padre e hija, aunque a lo mejor eso quiere decir que sí, que me manipula. Se lo preguntaré”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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