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OPINIÓN
Columna
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Arrojo

David Trueba

El ministro Montoro está muy bien dotado. En la arena política es de contundencia afilada. Y eso se agradece. En esta columna llevamos desde el primer día defendiendo la relevancia de los medios públicos de comunicación. Consideramos que la plaza pública contemporánea no puede dejarse en manos del comercio, porque de ella se nutren nuestros niños, sus ideales, sus ejemplos y parte de su formación. Somos así mismo exigentes, precisamente porque esos medios los pagamos nosotros, pero también porque pensamos que lo público tiene que ser transparente, auditado y pervivir bajo un control estricto. Desde siempre hemos querido que contratos y sueldos de empresas con dinero público sean conocidos por la gente. Por eso celebramos las declaraciones de Montoro, dispuesto a abrir la caja del debate sobre el precio de series y presentadores en la tele pública.

Lástima que no apliquen esa norma fundamental en los canales de sus autonomías ni arremeta con los sueldos de sus ocho años de gobierno nacional, en los que se cometían, me temo, los mismos vicios que denuncia ahora. Tras sus palabras, eso sí, se percibe un desprecio a la labor de técnicos, artistas y productores. Una mirada por encima del hombro de contable miope que no quiere ver otra cosa que dinero cuando mira a los ojos de la gente. Si hay sobreprecio de series, programas y presentadores sería fantástico conocerlo. Y que se aplicara el mismo rigor, la misma sospecha a los sueldos y márgenes que se fijan las grandes constructoras que se llevan los encargos del Estado, las gestoras de servicios, transportes, tecnología y sanidad que reciben fondos públicos. No hablemos de colegios concertados, iglesias costeadas con dinero público, megafonía papal y hasta de sueldos en el fútbol sostenidos en parte con derechos televisivos que pagan, y no barato, canales de tele financiados con impuestos. Montoro suena valiente, pero sería un error que el desprecio por las industrias del entretenimiento, tan rentables en un mundo civilizado, le indujera a imponer en la opinión pública la idea de que son las únicas que licitan y se nutren del dinero de todos. No, vamos a ser justos y contundentes con quien corresponda. De lo contrario, la sospecha sobre sus palabras manchará el arrojo con que fueron pronunciadas.

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