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OPINIÓN
Columna
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En casa

David Trueba

Ha arrancado en Fox la esperada primera temporada de 12 episodios de Homeland. Elogiada vivamente después de que Luck aprovechara los accidentes caballares para cancelar su producción tras un recibimiento demasiado tibio; o Boardwalk Empire fuera definida por un crítico cruel norteamericano como "un Mad Men pero aburrido" pese a que su segunda temporada corrigió muchos defectos de la primera; o la fallida Pan Am no levantara vuelo. En el propio país, el recibimiento clamoroso a la británica Downtown Abbey desencadenó una ola de autocrítica, alertando del descenso de calidad, algo que desde territorios de consumidores pasivos y acríticos del producto norteamericano nos suena a chino.

Homeland acumula premios y prestigio apenas iniciada. La excelente interpretación de Claire Danes y de un secundario de lujo como Mandy Patinkin como su jefe en el FBI coronan una trama intrigante sobre el regreso a casa de un prisionero de guerra tras ocho años de cautiverio en Irak. Las sospechas sobre su posible conversión en terrorista islámico y la complicada reunificación familiar alimentan dos tramas densas. Una con los hijos adolescentes y la esposa atractiva que ya vivía un romance con otro militar; la otra, derivada de la vigilancia extrema que convierte a esa familia en una especie de Gran Hermano de intimidad observada por quienes tratan de encontrar los vínculos con el terrorismo.

Alrededor de la soledad de la investigadora, la serie sacude fuerte con los apuntes sexuales de ese reencuentro de pareja, sumida en la incapacidad erótica del marido y la culpa de la esposa, y también con la trama de príncipes saudíes regocijados en prostitutas de lujo. Hereda ambos conceptos del original israelí, la serie Hatufim (2009), que inocula en la ficción norteamericana, a menudo mojigata, las mejores virtudes de la creación hebrea. Pese a que en los últimos años roza el Oscar y no lo logra, el cine israelí ofrece muestras de una complejidad de análisis de la que carecen sus políticos. Basta ver la conmoción causada por el arrebato lírico de Günter Grass. Los mejores ejemplos, en cintas como Vals con Bashir, La banda nos visita, Beaufort, Ajami, Footnote o la extraordinaria Avanim, de un Raphaël Nadjari lastimosamente inédito en nuestras pantallas.

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