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UNIVERSOS PARALELOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Coppola bebe demasiado

Diego A. Manrique

Tal vez les llegó el eco de la controversia. Hablando a calzón quitado en The 99 Percent, Francis Ford Coppola discute el derecho de los artistas a cobrar por su trabajo. Además, se ofrece como paradigma del Creador del Siglo XXI: alguien que financia su obra mediante otros ingresos.

Coppola es consciente del carácter iconoclasta de sus afirmaciones: “Me van a fusilar por esto”. Y procede a explicar que cobrar por el arte es una anomalía histórica: “Recordemos que los artistas son recompensados con dinero solo desde hace unos siglos. Los artistas tenían un mecenas, el Duque de Weimar o el Papa. O tenían otro trabajo. Yo tengo otro trabajo, nadie me dice qué hacer. Gano mi dinero en la industria del vino y me levanto a las cinco de la mañana para escribir un guion. Mi consejo: ‘Intenta desconectar la idea del cine con la idea de ganarte la vida y hacer dinero'. Hay formas de soslayarlo.”

¿Quién dice que los artistas tienen que ganar dinero?” Francis Ford Coppola, cineasta

Usa el ejemplo de la música: “Hace 200 años, si eras compositor, la única forma de hacer dinero era viajar con la orquesta y dirigir ya que entonces te pagaban como músico. No había grabaciones ni royalties. La idea de que los de Metallica se hagan ricos… Eso necesariamente no volverá a ocurrir. Entramos en una época en la que el arte será gratis. Tal vez los estudiantes tienen razón: deberían poder descargarse música y películas. Pero ¿quién dijo que el arte tendría que costar dinero?. Y, por lo tanto ¿quién dice que los artistas deben ganar dinero?”.

Fuerte. Olvidemos que en el XVIII ya había compositores independientes que ganaban fortunas con las partituras y yendo de gira; definitivamente, cobraban más que los instrumentistas. Debemos quedarnos con esa provocación: “¿Quién dice que los artistas deben ganar dinero?”.

Una frase casi tan desafortunada como aquella que se atribuye a María Antonieta: “Si no tienen pan ¡que coman pastel!”. Francis debería haberlo proclamado cuando encarnaba al triunfante Nuevo Hollywood. Pero entonces todo era guay; incluso colocaba a su familia en la nómina de Paramount. Compraba viñedos californianos con los ingresos de El padrino y, luego, Drácula. Inversiones astutas, posibles gracias a esa premisa de que el artista merece compensaciones generosas por ceder su talento.

Como muchos genios, Coppola es incapaz de conjugar lo ideológico con lo personal. Lo denunciaba su esposa, Eleonor: mientras rodaba Apocalypse now en Filipinas, Francis repetía los patrones de conducta del U.S. Army en Vietnam que la película pretendía denunciar.

Conviene atender los consejos de alguien que viaja en su propio Lear Jet, equipado con máquina para hacer expressos. Pero Coppola no es ningún modelo en la combinación de arte y negocio: aunque firmó algunas de las películas más memorables de la historia, hundió sus Zoetrope Studios y terminó prostituyéndose como director al servicio de las majors. Ahora le va mejor con sus negocios, mitad enología y mitad branding.

Mejor puntualizar lo del trabajo honrado. En otra entrevista, hablando ante connoisseurs del vino, Francis se sincera : “Ya no dedico mucho tiempo a las bodegas. Soy el director artístico y ayudo a vender”. En otras palabras, pongo la cara mientras otros trabajan. Y lo mismo con sus bisnes hoteleros.

Coppola todavía conserva rasgos del antiguo visionario: comparte valiosas reflexiones sobre la construcción de un guión o la dirección de actores. Pero, borracho de egocentrismo, plantea su modelo de millonario como solución a los dilemas de la era Internet, donde (parece que) la distribución es gratuita. Ignora el papel de los proveedores de servicios del mundo digital. Desde su trono imperial, desprecia una evidencia: la inmensa de los creadores esperan una recompensa por su labor; a ser posible, un modus vivendi. Ya nos avisó su reticente amigo George Lucas: “Francis es el tipo de persona que, cuando ve pasar un desfile por la calle, agarra una bandera y se pone en cabeza”.

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