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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Todo regresa, y no siempre como farsa

Entre reformas laborales, amnistías fiscales y protestas violentas en jornadas de huelga, nunca está de más un poco de humor literario

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Max.
Ilustración de Max.

Últimamente tengo la viscosa sensación de que, desde la muerte (en camita y sin juicio) de Franco, todo ha transcurrido en un solo día, como en esas novelas circadianas que tanto gustan a los escritores modernistas y posmodernistas (piensen, por solo mencionar obras maestras, en Ulises, La señora Dalloway, Un día en la vida de Iván Denisovich o, aún más cerca, en Sábado, de Ian McEwan). Es como si la democracia perdiera aliento (“¡es la crisis, idiota!”) y las cosas estuvieran regresando obstinadamente a su origen, cerrándose un ciclo en el que nunca ha dejado de estar presente un pasado que no acaba de pasar del todo, como ocurre en la Yoknapatawpha de Faulkner.

Escucho a ciertos energúmenos de la TDT pontificando sobre la democracia mientras exigen sin cortarse un pelo que le den más leña al mono (es decir, a los sindicatos, a los indignados, a los disconformes). Me entero de que la soldadesca ha regresado con pompa a las procesiones, una vez arrinconado el laicista odium fidei de anteriores Gobiernos: si prosigue el rearme nacional-católico apuntado en los últimos cien días, no me extrañaría que los más audaces empiecen a exigir (“sin complejos”) el palio para Rajoy. Leo que Fernández Díaz y Ruiz-Gallardón —Interior y Justicia— ultiman el borrador de una ley que equipara a los manifestantes violentos (“profesionales de la guerrilla urbana”) con los terroristas. No es que yo piense que esos energúmenos sin ideología que la emprenden con las lunas de los bancos y el mobiliario urbano sean angelitos desnortados cuya furia destructora es atribuible a su maltrecha infancia en familias desestructuradas. Pero no se entiende (o, mejor dicho: se entiende perfectamente) que el mismo Gobierno que obsequia con una golosa amnistía fiscal a los defraudadores que se forraron con dinero negro procedente del ladrillo, y que está muy nervioso a causa del rechazo social a su reforma, se ponga a legislar a toda prisa contra la (previsible) radicalización de un sector de la ciudadanía (jóvenes) particularmente golpeado y cabreado, como si no existieran suficientes leyes para proteger a las personas y reprimir las ordalías del salvajismo o de la desesperación (porque también la hay).

Muy alarmante resulta, asimismo, que el propio Fernández Díaz mencione entre las causas de la violencia “la ridiculización en los medios, incluidos los públicos, de personas e instituciones”. A ver si es que le están dando vueltas a una nueva Ley de Prensa, y apaga (la luz y los taquígrafos) y vámonos. Pero, en realidad, lo que es un verdadero escándalo que clama al cielo es el empleo de tan divergentes varas de medir. Claro que vivimos en un país de las maravillas en el que aumentan a la vez el lujo (4.500 millones de facturación en 2011) y el paro y la exclusión social. De modo que no es extraño que la ciudadanía se tense: unos, porque todo les parece poco, y otros, porque sospechan que les están secuestrando el futuro. Lo peor de todo es que las diferencias entre ricos y pobres no son solo cosa de aquí, sino que aumentan por doquier. Si quieren hacerse una idea de cómo ha ido forjándose y concretándose la desigualdad, no se pierdan el apasionante ensayo de Branko Milanovic Los que tienen y los que no tienen (Alianza), en el que se analizan los tres tipos de desigualdad económica presentes en nuestro mundo con ejemplos extraídos de la historia, de la economía y de la literatura (Tolstói, Austen). En el libro se incluye un divertido e ilustrativo capítulo en el que, a propósito de quién haya sido la persona más acaudalada de la Tierra, se comparan la riqueza (la cantidad de trabajo ajeno que una persona puede comprar, según Adam Smith) de, por ejemplo, Marco Craso, John D. Rockefeller, Bill Gates, Mijail Jodorkovski o Carlos Slim; de Tío Gilito o de Amancio Ortega nada se dice, quizá porque en ambos casos se trate de criaturas de ficción. Para saber más acerca de los motivos de la desigualdad entre las naciones (de lo que ya se había ocupado con criterios eurocentristas David S. Landes en La riqueza y la pobreza de las naciones, Crítica, 2003), no olviden los también recientes Comercio y pobreza (Crítica), de Jeffrey G. Williamson, y Las naciones oscuras, una historia del Tercer Mundo (Península), de Vijay Prashad, en el que se proporciona un punto de vista muy crítico con las tesis de los historiadores y economistas occidentales.

Jajajá

Si, pese a todo, han optado por tomarse las cosas con humor, ahí tienen el sugerente, aunque despiadadamente anglocéntrico ensayo Humoristas, de Paul Johnson (1928), el historiador británico, católico y conservador (después de haber sido izquierdoso se convirtió en asesor de Thatcher y paladín de Pinochet) más prolífico y traducido de nuestra época. Humoristas es un libro entretenido en el que Johnson pasa revista a los creadores que más le divierten, incluyendo a pintores, actores y, desde luego, escritores. El libro se remonta al Antiguo Testamento, en el que contabiliza 26 risas (aunque ninguna de Yahvé) y termina en Nancy Mitford (no se pierdan su novela “antifascista” Trifulca a la vista, en Libros del Asteroide). En los últimos días he alternado su lectura con la de dos novelas españolas que me han producido sonrisas y alguna carcajada pantagruélica. Ostras para Dimitri (Ediciones B), de Juan Bas, es un divertido metathriller esperpéntico protagonizado por un tarambana bilbaíno abducido por un mafioso postsoviético (con ascendentes vascos), y cuya acción se desenvuelve entre la Navarra rural y un Moscú tan cutre, corrupto y perverso que venga Putin y lo vea. Todo por ellas (Alianza), de Miguel Bayón, es una disparatada sátira de la España de las celebridades de reality show y de riquitos ociosos más o menos marbelleros (también aparecen rusos mafiosos) con el telón de fondo de las relaciones entre hombres (más bien bobones) y mujeres (explosivas). Si la situación general les ha sumido en la congoja, estos libros les resultarán balsámicos.

Contradiccionario

El lunes se pondrá a la venta el contradiccionario que un equipo de historiadores, coordinados por Ángel Viñas, ha elaborado en respuesta a los dislates perpetrados (y abundantemente aireados en los medios) por algunos de los responsables del Diccionario biográfico español de la Real Academia de la Historia, calificado en el prólogo de la nueva obra de auténtica “provocación a los hechos, al conocimiento, a la historia y a los historiadores”. En realidad, En el combate por la historia, que es el título que sus editores le han dado parafraseando el de un célebre libro de Lucien Febvre (1878-1956), consiste en una recopilación de nuevos textos muy documentados firmados por una treintena de prestigiosos historiadores (de Julio Aróstegui a Pere Ysàs) especialistas en la República, la Guerra Civil y el franquismo, y a la que se le ha añadido un apéndice con una docena de biografías. El librazo (1.000 páginas; 33 euros) se publica en Pasado & Presente, el nuevo sello de Gonzalo Pontón (el inventor de la editorial Crítica). Un libro importante para leer y discutir. 

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