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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Tribuna
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El tibio caldo del artista

Entre los casos de creatividad en esta etapa de escasez, la arquitectura se encuentra por delante en rebuscar nuevos materiales y diseños eficientes, edificios sostenibles, autónomos y flexibles que se coordinan con las variables maneras de vivir un porvenir más indeciso y precario. Pero el arte de la pintura, o su comercialización, también está manifestando imaginación para que, buscando nuevos recursos, no se la pierda de vista.

Si al arte expuesto en las galerías cada vez más híbridas (galería-café-peluquería) no acuden los compradores o incluso han perdido atracción para los curiosos aficionados que miran y no adquieren, los cuadros corren hoy y cada vez más hacia los lugares más o menos comunes donde transita la clientela. Cuadros en los hoteles de algunas estrellas siempre ha habido e incluso es usual que se celebren exposiciones temporales cubriendo las paredes del salón, del bar o de los corredores con sus precios a la vista. Lo que apenas se había ensayado, sin embargo, era colgar los cuadros en la misma habitación del huésped.

Había precedentes pero lo que hará la próxima feria Flesh Art Fair en el hotel Palau Sa Font de Mallorca merece ser destacado. Los pintores toman una habitación como cualquier turista y, ganado ese espacio, (ganado lo primordial), despliegan sus cuadros por los paramentos del cuarto.

Los compradores serían tanto los habitantes del hotel o los que pasean como en las ferias ante los stands que ahora son las habitaciones numeradas. Se ha previsto, además, que esas habitaciones puedan destinarse no sólo a que los cuadros residan temporalmente en ella sino que junto a los cuadros duerma, defeque y se duche el artista. De este modo se crea de inmediato una atmósfera de intimidad parecida a la de un estudio pero incluso superior por la influencia que se desprende desde la cama al cuarto de baño.

¿Soportará el autor, no obstante, dormir envuelto en sus propias obras? El visitante entra y sale pero el autor que duerme en tan estrecha contigüidad con sus lienzos se arriesga a sentirse embalsamado. Cuando no simbólicamente muerto.

Cada cuadro evoca una fracción de la vida, cada composición es producto de un ánimo expresivo donde se sintetiza una experiencia compleja. Cada resultado, cada pintura es, en fin, de una parte una obra de arte y, de otra, una obra del cuerpo. Con esta ecuación cada exposición es tanto el testimonio de un goce también el testimonio de una sucesiva deposición. El relato de una serie de extracciones de placer y dolor que ahora, ya bien seca la pintura, rodean al artista como terminantes acabados. ¿Será resistible este impensado camposanto al dormir? ¿Podrá el artista convivir con su obra bajo la estrecha intimidad del sueño?

Todo producto artístico, en la escritura, en la música o en la pintura mueren para su propio autor tan pronto nacen propias por completo. Todos los cuadros enhiestos en derredor son como cadáveres para su autor en cuanto hechos finiquitados. Se dormirá así en el centro de una coral marcada nota a nota por la mano del artista. Pero ya no entonada por este artista presencial que hoy se lava los dientes, sino por aquel artista ocasional ya ha desaparecido en su mismo quehacer pretérito.

La exasperación por sacar agua de la sequía y brillo de las piedras lleva a componer en la escasez y sin mucho proyecto redentor, un diálogo donde la muerte y la vida se encuentran mucho más cerca. El mismo nombre del hotel, Palau sa Font hace mención a ese líquido primordial que, desde la vida, pasa como un caldo de ave a la inmóvil belleza de la muerte.

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