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No habrá paz en escena

Es uno de los impactos de la temporada artística en Europa Cuatro gigantes se unen en un espectáculo total Se estrena el día 11 en el Teatro Real: Marina Abramovic desgrana su vida y muerte Con dirección de Bob Wilson, música de Antony y voz de Willem Dafoe

Daniel Verdú
La vanguardista puesta en escena que podrá verse en el Teatro Real cuenta con la versátil artista Marina Abramovic y el actor Willem Dafoe
La vanguardista puesta en escena que podrá verse en el Teatro Real cuenta con la versátil artista Marina Abramovic y el actor Willem DafoeTim Hailand

Marina Abramovic ya le ha dicho a su abogado que el día que muera quiere tres entierros simultáneos. Se celebrarán en las tres ciudades donde más tiempo ha vivido: Nueva York, Ámsterdam y Belgrado. En dos, claro, utilizará cadáveres falsos. Pero nadie sabrá en cuáles. En todos sonará la voz en directo de Antony Hegarty cantando. Él todavía no ha dicho que sí. Aunque ella confía en que a su amigo le sobrevenga un arrebato de sentimentalismo con su muerte y acabe cediendo. “Se me ocurrió después de ir al entierro de mi amiga Susan Sontag. Su hijo organizó un funeral muy simple, íntimo, triste y solitario. Estaba llena de vida y muchos de sus amigos no pudieron despedirla. No me pareció bien, ella nunca lo habría hecho así”, revela.

El funeral de la artista serbia sirve también de arranque de la esperada Vida y muerte de Marina Abramovic, un espectáculo que estrena el Teatro Real el 11 de abril y que está llamado a ser uno de los hitos del año en los escenarios del mundo. ¿Ópera? ¿Teatro? ¿Performance? Hay opiniones para todos respecto a su definición. Pero la música y el mundo operístico mirarán hacia Madrid durante esas dos semanas en busca de algunas respuestas. Sus artífices son cuatro fuerzas de la naturaleza artística: el director de escena Bob Wilson, el actor Willem Dafoe, el cantante transgénero Antony y Marina Abramovic, una mujer que desde hace 20 años ha convertido su vida en una obra de arte y que ahora, de nuevo, subirá al escenario su propia y dramática biografía con toda la crudeza del mundo.

Corría 1988 cuando ella y Ulay, su pareja artística y sentimental, recorrieron la muralla china desde extremos opuestos durante tres meses hasta darse de bruces. Luego, cada uno se marcharía para siempre por su lado. Fue la escenificación de su ruptura y del comienzo de la carrera de la artista en solitario. Tenía solo 40 años, pero se sentía completamente devastada por aquello. Llegó a pensar en el final de todo. Pero encontró un refugio. “Hasta entonces, el teatro me había parecido algo falso. Todo cambió. También empecé a sentirme identificada con el sentimiento de desamor de María Callas, tenía el corazón roto en mil pedazos. Ella en realidad murió de eso, pero yo no quería que me sucediera. Así que pensé en subir al escenario toda la historia de mi vida”. Desde entonces, Marina se convirtió en el lienzo en blanco de Marina. Una y otra vez.

Antony (de pie) y Marina Abramovic en una escena de la obra.
Antony (de pie) y Marina Abramovic en una escena de la obra.Tim Hailand

Este nuevo acercamiento, moldeado con total libertad por el tejano Bob Wilson –a quien conoció en 1968 en Belgrado en una noche que casi acaba a balazos con el portero de un teatro–, añade la visión de la muerte y de una dura infancia en Serbia cosida en drama y abusos. Un narrador que prácticamente no desaparece de escena (Willem Dafoe) ilustra una historia construida con la particular visión de la luz, el espacio y el movimiento de Wilson. Antony, junto al compositor minimalista William Basinski, es el director musical de la obra. Aunque Wilson pensó seriamente en Björk para ocupar ese puesto, Abramovic le convenció finalmente. “No me imaginaba esto sin él. Björk es fantástica y es amiga mía, pero el impacto emocional de toda mi vida, la voz de esa historia tenía que ser él”.

Antony podría ser un hombre encerrado en el cuerpo de una mujer. O una niña en el cuerpo de un hombre de casi dos metros y una voz prodigiosa curtida en la escena underground de cabarés y drag queens del Manhattan de principios de los noventa. En 2005, apadrinado por Lou Reed, lanzó I’m a bird now, un álbum en el que desplegaba su emocionante talento a través de canciones pop, o folk, como prefiere llamarlo él. Un disco salido del subsuelo artístico, pero convertido en fenómeno comercial del que despachó 500.000 copias. La banda que le acompañaba eran los Johnsons, en honor a Marsha P. Johnson, una activista transgénero a quien Antony dedicó su última actuación el pasado enero en el MoMA. Porque hoy anda embarcado en toda suerte de proyectos, a veces más cercanos a la puesta en escena museística que a los escenarios de salas de concierto.

Se cuentan aspectos horribles de ella, pero Marina ha hecho de su vida una obra de arte Willem Dafoe

Antony confirma a El País Semanal que aceptará cantar en el funeral de su amiga Marina. Pero que si es él quien muere antes, matiza, requiere que sea ella quien cante en el suyo, aunque los resultados sonoros podrían resultar un poco desiguales. “Nos conocimos en una fiesta en su casa y enseguida conectamos. Es muy divertida y carismática. Un par de años más tarde me invitó a participar en este proyecto. Nuestra amistad había crecido y yo hubiera hecho cualquier cosa por ella. De la misma manera que en los sesenta se ponía en una galería y dejaba al público hacer lo que quisieran con su trabajo, ahora invita a otros a construir la historia usando un material muy personal. Entrega la autoría de su propia vida”. Y esta suerte de terapia, cuenta la propia Abramovic, le ha costado ríos de lágrimas en los ensayos.

Antony hace de sí mismo sobre el escenario. Su misión en la obra es cantar y componer la música, que también interpreta la artista tradicional serbia Svetlana Spajic y su cuarteto vocal. No busquen a la orquesta sinfónica en el foso. “Fue un proceso muy intuitivo. Pensé en apoyar con mi sentido emocional la vida de Marina. Al principio me costó, pero cenando un día con Lou Reed me dijo que debía hablar con ella como si tuviéramos una relación, amante, amiga. Escribir desde una perspectiva íntima. Así entendí cómo tenía que hacerlo”. Sobre el escenario, Antony permanece casi hierático. Se lo exigió Wilson. El primero que le pide algo así, dice. “Una revolución para mí; también un alivio”.

Marina Abramovic y Willem Dafoe durante la obra.
Marina Abramovic y Willem Dafoe durante la obra.Tim Hailand

Los pensamientos de Antony, a diferencia de los de su amiga, no andan enredados en su propia muerte. En todo caso, le obsesiona, y mucho, la destrucción de la biodiversidad y la revolución femenina llamada a salvar el mundo. Criado en un contexto católico inglés, reclama también esa rebelión contra el conservadurismo religioso emergente en Estados Unidos. Al menos, hasta que alguien diga que Jesús fue una mujer. “Son una fuerza muy destructiva, es como el fundamentalismo del islam. Son machos disfuncionales, cabreados y religiosamente enloquecidos. Y al final todo va sobre la subyugación de la mujer. En otro contexto serían considerados enfermos mentales”.

Puede que el contexto determine lo pirado que esté cada uno, pero también configura el arte y los límites de la definición de su propuesta. Y Vida y muerte de Marina Abramovic aterriza en un Teatro Real en plena resaca por el montaje de C(h)oeurs, una obra que ha levantado ampollas en un sector del teatro y sus voceros que consideran que Gerard Mortier, su director artístico, está llevando demasiado lejos su concepción operística para el siglo XXI. Con el debate ardiendo, este estreno representa mejor que nunca una de las puertas que se abren para la ópera. Y oiremos de todo. Pero, sin duda, se trata de una propuesta de primer nivel cuyos resultados deben analizarse no solo el día después del estreno. Más allá de crítica de público y prensa, de lo ajustada que se encuentre la puesta en escena, está en juego una idea de apertura y evolución de la tradición a todas luces saludable. Y, para muchos, urgente.

Entonces, ¿estamos ante una ópera o un espectáculo pop? En realidad, ¿a quién demonios le importa eso? “Creo que el trabajo de Bob es muy operístico, aunque no lo acompañase la música. Y ese es el lenguaje que prefiere para describir la épica de su propuesta visual. Pero la música aquí no es de ópera: es folk y pop. Ignoro si el Real es conservador. Pero imagino que la gente que vendrá está interesada en el arte, y la obra atraerá a un público joven. Esto es una pieza teatral de vanguardia”. Abramovic también aborda el tabú de la sagrada denominación. “En términos clásicos no es una ópera. Pero metafóricamente sí. Me preocupa que la gente que paga esos carísimos tiques nos tire huevos pensando que va a ver La Traviata”, suelta con una carcajada.

Willem Dafoe, el tercer invitado al debate, les lleva la contraria. No tiene dudas. “Sí lo es, seguro. Por la parte de Bob, por supuesto. Pero hay música, imágenes, un tamaño operístico. Está más cerca de la ópera que de una obra de teatro”. El actor, adicto de la escena y estandarte de la compañía experimental The Wooster Group (“el teatro está menos mediatizado que el cine, parece más sano, más primario y conectado con nuestro lado animal”, dice), ejerce aquí el papel de narrador que se transforma intermitentemente en personajes clave de la vida de Abramovic.

En cierto modo, en el particular cuarteto artístico que articula la obra, Dafoe permanece en otra orilla. Como él dice, Marina, Antony y Wilson han librado luchas muy particulares en sus vidas –con la sexualidad, con la infancia– y las han proyectado en el arte. Él prefiere filtrar su propia vida a través de los personajes que interpreta. “Se cuentan aspectos horribles de la vida de Marina, pero de una manera cómica. Y se puede hacer porque sobrevivió e hizo cosas maravillosas. Empezó en esta vida con una mano muy mala para ganar la partida. Pero convirtió su vida en una obra de arte”.

En términos clásicos no es una ópera, pero metafóricamente, sí Marina Abramovic

Los cuatro vienen de una tradición muy distinta. Y, menos Dafoe, todos están muy acostumbrados a tener el control creativo absoluto en sus trabajos. Algo que ha podido provocar algún tira y afloja en las preparaciones. “Ja, ja, ja… No contaré anécdotas; son normales algunas luchas creativas con soluciones interesantes. Pero, al final, Wilson es el jefe. Antony tiene un papel más específico en el sentido de que es responsable de la música. Quizá Bob le deja más libertad que a Marina y a mí”. Wilson es un tipo muy exigente. No hay hipótesis en el escenario. Y su particular visión del espacio y el movimiento demanda de los actores una tensión corporal extenuante.

Vida y muerte de Marina Abramovic es una coproducción del Teatro Real y del Festival Internacional de Manchester, donde se estrenó el pasado verano. Hasta ahí se desplazó el fotógrafo Tim Hailand, autor de una serie de libros que retratan un día en la vida de artistas a los que admira, como Rufus Wainwright. En este caso le tocó a Bob Wilson y a su espectáculo: 14 horas seguidas disparando 2.000 fotografías que se convirtieron en un libro (www.onedayinthelifeof.org) y que ilustran este reportaje. “Me lo pusieron muy fácil. A Robert no le conocía, pero estuvo fantástico. Antony, con quien tengo relación desde hace 10 años, es más reservado, es la naturaleza de su trabajo. Y Marina… ella es un volcán, tiene una energía increíble, muy expresiva, muy lista y divertida. Es una trabajadora incansable, durísima”, explica Hailand, que advierte que se trata de una obra compleja y exigente con el espectador.

Lou Reed me ayudó a entender como debía hacer mi papel Antony

La obra saldrá luego de gira. Pero estos cuatro artistas, probablemente, no coincidirán en el escenario muchas veces. Habrá que buscarles sustituto. No es fácil. Bob Wilson, dice Marina, no está claro si de guasa, pensó en Sharon Stone. Ella prefiere que sea Rossy de Palma. “Es fantástica. Además, las dos tenemos esa locura de nariz. A ella ya se lo he dicho, ahora hay que convencer a Bob”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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