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ENTREVISTA: ORIOL BOHIGAS

"La gente tiene que protestar para que se mejoren las ciudades"

Urbanista, político, agitador cultural y burgués progresista, el arquitecto de la Barcelona olímpica pasa revista a 60 años de profesión y 86 de vida. Y da un serio repaso a los políticos

LEILA MÉNDEZ

Es un testigo excepcional del siglo XX en Barcelona. Asocia su nombre a las plazas duras que cambiaron esa ciudad. Tras 60 años de profesión, asegura que le habría gustado estudiar más y actuar menos. Pero sigue yendo a trabajar temprano por la mañana. Sonríe más que nunca. Su gesto no ha perdido decisión, pero ha ganado en reposo. En la biblioteca de su estudio, en la plaza Real de Barcelona, la noticia de la muerte de su amigo Antoni Tàpies ha sido recortada de varios periódicos y, sobre la mesa, espera lectura. “En 60 años, la profesión de arquitecto ha cambiado dramáticamente. La gente encarga sus casas a constructores y a decoradores que resuelven los problemas con mentalidad antiuniversitaria, simplemente accediendo a todo lo que les pide el cliente. Pero también los médicos atraviesan un tiempo difícil…”.

¿Pinta mal? Mal o muy bien… para una revolución.

Que es lo que le gusta a usted… Claro.

Su aportación como concejal de cultura en el Ayuntamiento de Barcelona fue un informe pesimista sobre el futuro de la cultura. En 1990 había crisis de presupuesto e incapacidad para intervenir. Los que no éramos del partido recibíamos las rutas ya marcadas. Me salvó un poco ese estudio. Traté de analizar qué era lo mínimo que se necesitaba. En mi informe había previstas cuatro bibliotecas, hoy hay más de 30.

Cuando fue concejal de urbanismo, ¿le pasó lo mismo, se encontró las rutas ya marcadas? No. Eso sucedió en los ochenta, y en una década la política cambió muchísimo. En urbanismo sí pude aportar. El alcalde Narcís Serra se planteó una ciudad más pública, más de todos, y Pasqual Maragall lo continuó. Pero luego fue a peor. El conocimiento de los profesionales se despreciaba frente a la pertenencia al partido. El bastón de mando pasó de los técnicos politizados a los políticos partidistas. Se perdió una buena parte de la eficacia de la intervención de los profesionales en la Administración. Hoy los partidos políticos han tomado todo el poder y la intervención de la sociedad ha quedado anulada. En todos los partidos. Y no solo en Cataluña.

Luchar por los espacios públicos

Hijo único de un historiador autodidacto y de una burguesa apasionada por la música, Oriol Bohigas (Barcelona, 1925) vio cómo su padre custodiaba en Olot fondos de los museos de Barcelona durante la Guerra Civil y quiso ser historiador. Pero estudió arquitectura siguiendo a su amigo Josep Martorell, con quien formaría el estudio MBM.

Fundador de la primera asociación de diseño industrial de España, ADI FAD, en 1960, y de Edicions 62, participó en el encierro en Montserrat como protesta por el proceso de Burgos. Ese mismo año, 1970, perdió la plaza de catedrático por negarse a firmar los principios del Movimiento. Consejero urbanístico de Pasqual Maragall, en 1986 recibió el encargo de diseñar la Villa Olímpica de Barcelona. Su mayor trabajo como urbanista ha sido la lucha por recuperar espacios públicos.

De su época como concejal de urbanismo han pasado a la historia las famosas plazas duras. ¿Volvería a hacerlas? Las haría de nuevo. Pero las explicaría mejor. No se puede hacer una clasificación genérica. La plaza de Sants, que inició la protesta, está hecha por los ingenieros del ferrocarril y cubre vías de tren. No puede ser un jardín. Proponía convertir un espacio deshumanizado en un lugar de reunión y juego con elementos artificiales: pavimento, agua… Hoy está destrozada. Hemos tenido algunos ayuntamientos socialistas que han parecido dedicarse a destrozar lo que habían hecho sus colegas de partido. La situación de esa Plaça dels Països Catalans es bochornosa. Delata falta de conciencia y de dignidad urbana y política.

¿Ese destrozo es una constante en el urbanismo de Barcelona? Tras celebrar la recuperación de la fachada marítima, hoy se ha perdido de nuevo. Falta autoridad. El mando se puede explicar, consensuar incluso, pero no compartir. Cuando no hay un autor de las decisiones no hay tampoco un responsable. En la época de Narcís Serra, las grandes empresas promotoras y constructoras todavía no habían invadido la ciudad. Barcelona ha sido la ciudad más socialista de España porque ha sido gobernada durante años con proyectos de utilización ordenada del suelo público. Pero en los últimos tiempos ha habido muchos ejemplos de uso privativo frente al mar. Soy muy pesimista con el futuro de Europa y muy especialmente de España. Lo veo muy negro.

¿No ha visto nada así en toda su vida? Hoy comentar la política es difícil porque han decidido que nadie entendamos lo que pasa en la situación económica. Con la economización de la política ya no podemos hablar de política. ¿Quiénes son hoy los mercados? La política se ha hecho economía y ha desaparecido la democracia. Se puede ser demócrata y escuchar la opinión de todo el mundo en términos políticos y de vida cotidiana. Ahora, ser demócrata para saber qué hay que hacer con el déficit fiscal me parece imposible. Como me parece imposible ser demócrata en el programa de compra de cuadros para un museo. La economía de hoy se basa en la ignorancia premeditada del resto para mantener el privilegio de seguir equivocándose y no pagar los platos rotos.

Defiende la necesidad de autoría en las decisiones urbanísticas y, sin embargo, ha sido muy crítico con las provocaciones arquitectónicas. La extravagancia arquitectónica se ha dado en una época de carencia de autoridad arquitectónica. La autoridad es responsabilidad.

Es de los pocos que defienden un turismo de alpargata para su ciudad. Una ciudad equilibradamente turística es positiva. No solo por razones económicas, también porque una ciudad que merece ser visitada está mejor que la que no lo merece. Cuando escucho que la gente reclama un turismo de gran capacidad económica pienso que yo prefiero el de pocas posibilidades, que pueda venir cualquiera. Los progresistas y la gente deizquierdas de la ciudad se quejan. ¿Cómo puede un progresista convencido decir que el turismo está bien pero a condición de que sea rico? Es el colmo.

Se mitifica lo antiguo. Es una suerte vivir con las calles asfaltadas"

Igual no critican tanto que sea rico como que sea cívico o que la ciudad no expulse a sus habitantes para hacer más espacio para los hoteles. ¿Queremos ser una ciudad como Montecarlo?

¿Cada cuánto debe cambiar una ciudad? Su propio hijo Josep, que también es arquitecto, criticó el modelo Barcelona en un sonado artículo: ‘Cobi, vete ya’. Modelo es una palabra peligrosa. Lo que se hizo en Barcelona fue un modelo de método urbanístico: creer en el espacio público y eso sigue vigente y yo lo defendería. Si habla del modelo Barcelona como expansión con los Juegos Olímpicos –o luego otros inventos tipo el Forum–, ya me parece un poco exagerado. Se pueden idear proyectos urbanos sin la angustia de una ciudad temática o sin la pérdida de calidades de una ciudad con tradición propia.

Durante su vida, ¿qué ha perdido y qué ha ganado Barcelona? Ha ganado infinito. Como la Costa Brava. Hace años se hizo una exposición de fotografías del Cadaqués bueno, el de los años veinte. Me quedé asustado. Pensé: qué desgraciados eran al vivir en este lugar tan sucio, tan asqueroso y feo, y qué suerte tenemos ahora de vivir en un lugar con las calles asfaltadas y las casas acondicionadas. Se mitifica lo antiguo.

¿Usted no mitifica la ciudad de su infancia? Todo lo contrario. Mi Barcelona, hasta incluso después de casado, fue el Ensanche. Y allí las aceras no estaban pavimentadas. Había un metro de piedra junto a la puerta y el resto era barro. Era horroroso.

¿De evitar ese barro nacieron las plazas duras? Podría ser. Civilizar es pavimentar.

Eso da miedo… ¿No juega a las canicas con sus nietos en el parque? No voy, la verdad. Tampoco creo que les guste… Bueno, no sé. Los mayores tienen más de 18 años.

¿Cuántos tiene? Ocho. La mayor, de 24, y el menor, de cuatro.

Solo tiene un hijo arquitecto y nunca ha trabajado con usted. No ha querido.

Su segunda mujer tampoco. Sistemáticamente, no. Mi familia profesional son Martorell y Mackey y los sucesivos socios. Cuando empecé a ir con Bet, cada uno tenía su despacho. Tanto ella como mi hijo siempre han querido ser autónomos. Mi hijo hizo un esfuerzo importante. La tendencia de los hijos a trabajar con los padres genera un cierto tipo de relación y de arquitectura.

¿La voz propia solo se encuentra contra el padre? O en solitario. La libertad es cara, pero gratifica. Yo hubiera preferido tener a mi hijo por aquí. Como arquitecto me gusta mucho, ideológicamente estamos muy de acuerdo, pero… La libertad es cara.

Tiene cinco hijos. Se separó de su madre, pero los han criado juntos. ¿Cómo lo ha hecho? Pertenezco a una generación voluntariamente progre que dejó a los hijos muy sueltos. Nuestra apuesta era mucha libertad y mucha responsabilidad. Al final he tenido suerte. Son todos gente muy normal. Con cinco, lo lógico era que fallara alguno. Y no. Unos son mejores que otros, más cariñosos o más inteligentes, pero no me ha tocado nada malo. Yo soy hijo de la marca pedagógica del Instituto Escuela: absoluta libertad y absoluta exigencia de responsabilidad. No creo que sea tan trascendental la educación de los hijos. Al final acaban siendo como quieren. Lo más trascendental es el ejemplo. Lo decía Eugenio d’Ors. El prototipo de intelectual en Cataluña era hijo de médico porque estos, por su profesión, tenían muchos libros. No hay inteligencia superior alejada de los libros.

La gran arquitectura es la que interviene en el futuro de una nación"

Su padre era historiador. Trabajaba sobre todo en temas de historia de Barcelona. Tenía posibilidades, pero murió muy joven. Yo tenía 21 años y estaba estudiando arquitectura.

¿Qué valores vividos en su infancia ha trasladado a sus hijos? ¿Hay alguno que permanezca por encima de las generaciones? [Ríe]. Una de las cosas que más me gustan es que ninguno está casado.

Pero usted sí se casó. La primera vez sí. Pero ellos no quieren.

¿Y su madre qué opina? Es una mujer fantástica y civilizada. Ha comprendido todos los problemas y lo ha asimilado todo. Estamos de acuerdo en una educación a partir de la lucha contra la religión.

¿Ha sido mejor arquitecto o padre? Mis hijos dicen que arquitecto. A veces se quejan de que en la vida desordenada que llevábamos en los sesenta les tuvimos un poco olvidados. Supongo que entre viajes y trabajos… Un profesional con un poco de ganas de hacer se tiene que desprender bastante a menudo de la familia porque no le caben tantas cosas. Pero creo que hoy todo forma parte de su educación. Yo diría que hoy la juventud está educada en una situación de excesiva preponderancia y falta de sacrificio. Empezando porque la gente ya no aprende los modos de comportarse en lamesa o de abrir y cerrar una puerta, y acabando por la estructura mental. Hay una generación mimada en exceso.

Usted siempre ha defendido el cambio y por otro lado es muy protocolario. Le gustan las formas. Es una condición de lo que en Cataluña llamamos noucentisme, un mundo de catalanismo civilizado. Gente que quiere orden, pero libertad. Que entiende la educación como base para una igualdad general.

De conectar la arquitectura catalana con Europa pasó a fundar Edicions 62, a presidir la Fundación Miró, a ser concejal de urbanismo, luego de cultura… Toda una ajetreada vida pública y profesional. ¿Tiene la sensación de haber podido con todo? Casi con todo. Tal vez con menos dedicaciones hubiera podido tener actuaciones más eficaces.

¿Lo piensa de verdad? La cantidad hace pagar un precio. Dejé la dirección de la Escuela de Arquitectura un año antes de lo que me tocaba porque me llamaron del Ayuntamiento para que me hiciera cargo de la concejalía de urbanismo. A veces he pensado que con un año más hubiera podido acabar más cosas. Pero… de casi todo he dimitido antes de acabar para empezar otra cosa o enfadado.

Si volviera a empezar, ¿dedicaría más tiempo al estudio y menos al trabajo? Sí.

¿Qué hace entonces cada mañana en su despacho? ¿Estudia? Ya no hay tiempo de eso. Pero tengo el anhelo. Estoy escribiendo un libro de memorias y el otro día pensé que lo que realmente me gustaría es volver a hacer el bachillerato.

De la misma manera que buscó la pluralidad en la Villa Olímpica, se criticó la limpieza que hizo en el Raval, un barrio del corazón histórico barcelonés rehecho con tiralíneas. Es que yo soy partidario de la destrucción de los barrios viejos.

Cualquier día le tiran su casa en la plaza Real… Le convendría un poco de destrucción. Exagero, pero creo que el amor por lo antiguo es una posición reaccionaria. No es que a la gente le guste mucho la ciudad antigua, es que odian lo moderno. Porque no están acostumbrados. En verdad, si profundizas, prefieren lo moderno a lo antiguo. Pero la defensa de lo antiguo es una posición típica de las clases acomodadas. Hay momentos en que te asusta que gente que presume de progresista no defienda el derecho a tener un cuarto de baño para que las calles no cambien sus fachadas de piedra.

A veces los cascos antiguos ofrecen rincones que la ciudad hecha con tiralíneas destroza. Usted, como residente, lo sabrá bien. Sí. Pero muchas veces el tiralíneas lleva vida. Yo soy un entusiasta de la Via Laietana de Barcelona o de la Gran Vía de Madrid. ¿Se imagina las ciudades hoy sin esas calles? No hay que tener miedo a intervenir. Una ciudad tiene que servir. Todo el mundo quiere un baño y tiene derecho a tenerlo. Lo peor es que el que protesta contra lo moderno muchas veces tiene razón. Porque lo moderno rara vez está a la altura por incapacidad o por inmoralidad de los arquitectos. Tampoco es tan difícil hacer una cosa discreta en una ciudad antigua.

¿Hay mucha inmoralidad en la arquitectura? Una esencial: los arquitectos han perdido autoridad porque han perdido conocimiento y sociabilidad. No se trata de destruir ni de conservar, se trata de replantear, de equilibrar avanzando.

¿Qué les queda a los arquitectos? Ni dinero ni prestigio. En 1951, ser arquitecto era un acto de afirmación social. Teníamos éxito porque te ganabas la vida y tenías conocimiento y distinción en el campo de la cultura. Pero eso se acabó.

¿Qué puede hacer la gente para mejorar las ciudades?

Un paseo por su álbum de fotos revela muchos cambios: de la corbata al pelo largo en menos de una década. ¿Qué le hizo cambiar? Los amigos. Hubo una época, cuando terminé la carrera, en la que tenía amigos mayores que yo: Coderch, Ribas Piera, Moragas, Gili… Cuando estos fueron desapareciendo me hice amigos más jóvenes que yo: Tusquets, Clotet… De manera que he sido siempre parte de un grupo distinto a mí. Eso me ha dado una proximidad al señor de corbata y sombrero en mi juventud y al pelo largo en mi madurez.

Entre su grupo de amigos estaba la ‘gauche divine’ de Bocaccio. Es dramático porque lo recuerdo como una época divertida y eficaz, pero fue un tiempo muy difícil, los últimos años de Franco. Supongo que había un ambiente parecido en Madrid. Nos habíamos comprado el primer seiscientos. No éramos ricos, pero teníamos comodidades. Se había abierto la libertad sexual. No había aparecido todavía el sida… Fue un momento precioso. Las noches de Bocaccio las recuerdo con afecto y admiración. De allí salieron los manifiestos a favor de los obreros multados, el encierro de Montserrat. De allí salió un grupo de magníficos editores, poetas y arquitectos. La Escuela de Barcelona literaria, arquitectónica, los nuevos médicos. Todo eso era gente que se divertía, que había adoptado la libertad como forma de vida, pero al mismo tiempo con una conciencia política muy importante.

Casi todos pasaron por la cárcel. Usted mismo, tres o cuatro veces. Sí. Me expulsaron dos veces de la escuela. Luego, con la muerte de Franco, me rehabilitaron.

¿Tenían menos miedo? Usted tenía cinco hijos que mantener… Pienso que la vida era más fácil. Creo que el euro nos ha inmovilizado. Nosotros protestábamos y sí, te enviaban al calabozo. Una vez me enviaron con Maria Aurèlia Capmany, y mi mujer nos trajo una tortilla de patatas que había comprado en un bar. Era tan mala que desde mi celda oía cómo Maria Aurèlia se reía y me gritaba que la tortilla nos la había enviado el jefe de policía.

No perdían el humor. Era todo tan ridículo… Salvador Espriu, que era muy maniático, se ponía al lado del agente con máquina de escribir y se dedicaba a corregir las faltas de ortografía de los informes que tecleaban para encarcelarnos. Les corregía incluso la puntuación.

¿Bocaccio fue más un grupo de amigos que un movimiento cultural? Sí. Pero todos éramos trabajadores del mundo cultural.

¿Cuál fue la persona más brillante de ese círculo? Los más brillantes eran los escritores. Y seguramente el que más Carlos Barral. Ferrater era muy inteligente. Pero brillante, incluso socialmente, fue Barral.

¿Usted es nacionalista o independentista? No soy nacionalista, ideología política típicamente reaccionaria. No soy separatista porque debemos unir y sumar en economía, cultura y política, en vez de desunir. Y si no, ojo con lo que puede pasar con Europa. Pero creo que las uniones (como las parejas) solo funcionan con una libertad pactada y consentida y un grado profundo de independencia. Aplicado a una nación o a un grupo social histórica y socialmente identificado, eso se traduce en la autodeterminación, que se puede considerar como una referencia independentista. En ese sentido me siento independentista, pero no nacionalista ni separatista. Como ocurre con las parejas: si no hay libertad e independencia, acaban en esclavitud o divorcio.

¿Quién manda hoy en las ciudades? En todas partes manda el mismo: el capital. Y ese es el gran drama: mientras manden lobbies para los que las crisis son incluso beneficiosas, será difícil salir de esta. Pero como soy muy partidario de la acción política, pienso que a pesar de lo mal que está todo, la política tiene un peso importante. Un ayuntamiento socialista y otro conservador hacen funcionar las ciudades de maneras muy distintas. No seamos tan pesimistas de pensar que la política no sirve para nada. La política sirve si logra convencer al ciudadano de que sirve. El ciudadano no debe desanimarse, sino animarse a intervenir.

Desde su capacidad crítica, ¿cómo juzga su propia obra como arquitecto? Todo lo que hemos hecho responde a lo que todavía hoy pensamos que era normal pensar que había que hacer. El momento del realismo, de la arquitectura pobre, repensar la ciudad y reorganizar los límites del espacio público… Hay algunas obras que eran muestra de cierta honestidad. Pero no soy un entusiasta de nuestras obras.

¿Lo haría todo igual? Seguramente todo distinto.

¿Pero viviría en los pisos que ha hecho? He vivido en muchos de ellos. Siempre he defendido que la arquitectura es una cosa modesta para que la gente viva bien, pero lo he dicho con la boca pequeña. Creo que la buena arquitectura no es exactamente que la gente viva bien, sino trabajar en la investigación que abra caminos para que en algún momento la gente pueda vivir bien.

¿Cree que los arquitectos no han sabido ser sociales? Visto universalmente, las grandes propuestas de investigación se deben a los arquitectos de los años veinte. Pero quedaron como algo elitista. Seguramente, decidir cuál debía ser el tamaño mínimo de una cocina ha sido un poco inútil. Hay problemas más importantes, como los económicos. Hoy parece que sí existe un tipo de arquitecto que está en eso. Lo veo en la generación de mi hijo. Y eso podría dar carácter a la nueva arquitectura.

¿Qué es para usted la gran arquitectura? Intervenir en el futuro de una nación. Soy muy partidario de Le Corbusier porque de la arquitectura hacía instrumento político. Pero es un momento perdido porque hoy hay poquísimos arquitectos, incluidos los mejores, que estén trabajando para mejorar la vida de la gente. Los que hablan más y son más escandalosos no se interesan por este tema.

¿Qué puede hacer la gente para que las ciudades sean mejores? Protestar.

¿Y los políticos? Enterarse de qué quiere decir hacer política y hacerla. Hoy los políticos son poco políticos en todo el mundo, pero especialmente en España.

¿Los arquitectos? Estudiar más y practicar más. Los arquitectos de posguerra podían hacer cosas que no nos gustaran, pero tenían tanto oficio que con una mirada sabían si algo estaba bien o fallaba.

Con 86 años y activo. ¿Cree que ha dejado ya un legado? No puedo pensar tan pretenciosamente, pero está claro que no me queda mucho tiempo para dejar más.

Tiene obras en marcha… Y mientras aguante seguiré trabajando. No se trata de dejar legado. Se trata de hacer el trabajo con cierta honestidad. Mirando hacia atrás, tuvimos épocas de viviendas, de escuelas y de fábricas. Y la que más me gusta es la de las escuelas. Cambiaron las escuelas y la sociedad.

Es difícil imaginarle a usted sin planes. Hubo una época en la que no tenía cinco minutos libres. Ahora de vez en cuando me encanta no hacer nada.

Sonríe más. Puede ser que vaya más descansado. Ahora que no tengo cargos, soy capaz de estar un cuarto de hora sin hacer nada. Y eso permite pensar, aunque… tampoco pienso tanto.

Camisas rojas, calcetines a rayas. Nunca ha sido un arquitecto vestido de negro. Siempre me han molestado los arquitectos que un día se pusieron todos de negro. Antes, en los años cincuenta, iban todos de gris, y antes, con pajarita. De repente, un día se pusieron de negro. Yo no he querido perder el color.

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