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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cerebros

Qué diría Hecht del serial de la Pantoja en Telecinco y sus cinco horas ininterrumpidas de debate entre realidad y ficción

David Trueba

Ben Hecht, mítico guionista de Hollywood, es actualidad por la preciosa edición de My Story, memorias que escribió con la voz de Marilyn Monroe. No se publicaron en su día porque las filtraciones previas a la prensa molestaron a la actriz. Hecht fue periodista de corrosiva inteligencia en el Chicago de los 20. Capaz de escribir artículos como Hegel: el hombre que mató a Dios de aburrimiento, consideraba que la radio comercial norteamericana se hermanó, nada más nacer, con la industria del cine “en el negocio de vaciar los cerebros de Norteamérica”.

Llegada la televisión quiso utilizarla y hasta grabó un mítico programa de entrevistas, que ojalá se recuperara, pero no dejó de lamentar que instrumentos tan delicados cayeran en manos tan zafias. Qué diría Hecht del serial de la Pantoja en Telecinco y sus cinco horas ininterrumpidas de debate entre realidad y ficción. La cadena convocó a la dolida mujer de aquel alcalde corrupto de Marbella para comentar la emisión. Lo hizo con espasmos ante las escenas de sexo, como si las infidelidades del pasado se las estuvieran cometiendo a la cara. Pese al endulzamiento del relato, que exhibía el esplendor de una actriz con 21 años menos que la Pantoja cuando tuvo lugar esa pasión televisada, lo doloroso para ella de esas veladas de viagra y vino tinto era gozoso para los espectadores. Y aún se le sirvió otro plato suculento, un informe de detectives privados donde se analizaba si en el pasado había sido puta, con conclusión negativa. Aunque el detective, que intervino por teléfono, recordó que lo que rastreaban era el dinero que presuntamente desviaban de fondos públicos. Pero el delito no importa...

El canal exprime en conchabeo, y con réditos millonarios, esta saga de corrupción y amoríos desde que cedió su espacio a Jesús Gil y Gil, con caballo y azafatas de jacuzzi, en los tiempos fundacionales de la emisora. Lo que sorprende es la importancia que los demás medios concedemos a la emisión, como si estuviéramos ante un fenómeno audiovisual digno de atención, corriendo a expandir la idea, tan dañina, de que lo ridículo es trascendental. Esa actitud seguidista es la más peligrosa aliada en el negocio de vaciarle el cerebro a los españoles.

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