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Despertar americano en la Toscana

El palacio Strozzi reúne a más de 30 impresionistas que buscaron la luz de Italia

'Letto del torrente Mugnone, vicino a Firenze' (1864), óleo de Elihu Vedder.
'Letto del torrente Mugnone, vicino a Firenze' (1864), óleo de Elihu Vedder.

Eran americanos y venían a descubrir la luz de sus orígenes. Desde 1865, fin de la guerra de Secesión, a 1915, inicio de la primera Guerra Mundial, una tropa de artistas estadounidenses desembarcaron en Florencia. Llegaron frescos, impetuosos, tras la estela europea de los más célebres, John Singer Sargent o William Merrit Chase, con la idea de estudiar sobre el terreno a los grandes maestros del pasado, pero se quedaron atrapados por el presente. “Si pudiese escoger un regalo para ti”, escribió la poeta Cora Fabbri, nacida en Estados Unidos, “no elegiría la joya más bella de oro y piedras preciosas, sino un día toscano, que es una cosa tan dulce que enseñaría a tu corazón a palpitar”. La muestra que recoge ese choque gozoso entre los jóvenes artistas y la vieja Europa se llama Americanos en Florencia. Sargent y los impresionistas del Nuevo Mundo. Su celebración en el palacio Strozzi coincide, como se encarga de recordar la secretaria de Estado Hillary Clinton, con el quinto centenario de la muerte de Américo Vespucio.

Para hacerse una idea de la emoción que aquellos artistas sintieron al llegar a Florencia —algunos directamente desde Estados Unidos y otros tras recalar en las escuelas de Mónaco o París— no hace falta leer el documentado catálogo de la exposición, ni siquiera hablar con sus comisarios —Francesca Bardazzi y Carlo Sisi—, ni apenas mirar la luz blanca de la Toscana que tan bien supieron capturar en sus cuadros el propio Sargent o Frederick Childe Hassam o Lilla Cabot Perry. Basta bajarse del tren de alta velocidad que llega a cada rato desde Roma —una hora y media de viaje, 45 euros— y pasear tranquilamente hasta el Palacio Strozzi en un día de primavera adelantada. La ciudad, como entonces, sigue ofreciendo al visitante la majestuosidad de sus palacios y el misterio de sus callejones. En la voz de Isabel Archer, la protagonista de Retrato de una dama, de Henry James, vivir en Florencia es “como tener continuamente pegada a la oreja una concha arrancada a los mares del pasado. Su rugido constante mantiene despierta la imaginación”.

La muestra se centra en explorar la ciudad a través de las miradas de más de 30 artistas entre los que sobresale Sargent. “El más famoso de los que se exponen”, explican los comisarios, “pero también son importantísimas las obras de Vedder, Hassam o Frank Duveneckw, el pintor de Kentucky que, por su calidad y magnetismo personal arrastró tras de sí a un grupo de incondicionales, los Duveneck Boys. Otro de los asuntos que llama poderosamente la atención, y que destacan los comisarios, es la presencia femenina en la muestra, en el papel de autoras y también en el de motivo central de los cuadros. Las artistas ya emancipadas en Estados Unidos se encuentran al llegar a Florencia con la situación, radicalmente opuesta, de las mujeres del viejo continente y muy especialmente de Italia. “Hay que tener en cuenta”, subrayan los comisarios, “que junto a Elizabeth Boott, Cecilia Beaux, Ernestine Fabbri o Mabel La Farge hay escritoras, periodistas o intelectuales que logran ser admitidas en la academia de Boston más de dos décadas antes que las academias de París o de Florencia las aceptaran”.

La exposición, abierta hasta el 15 de julio, coincide además en el tiempo y en el palacio Strozzi con American Dreamers. Realidad e imaginación en el arte contemporáneo americano. Doble motivo para subir en Roma a un tren de alta velocidad y, como los impresionistas del XIX, desembarcar un rato después en Florencia, esa concha arrancada a los mares del pasado.

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