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Sarah Palin o la importancia de ser mujer

Se estrena en EE UU el telefilme dedicado a la campaña de 2008 y a la candidata a la vicepresidencia por el Partido Republicano

La actriz Julianne Moore, que interpreta a Sarah Palin en el telefilme, comparece ante la prensa en Washington en el estreno de 'Game Change''.
La actriz Julianne Moore, que interpreta a Sarah Palin en el telefilme, comparece ante la prensa en Washington en el estreno de 'Game Change''. JONATHAN ERNST (REUTERS)

Steve Schmidt, asesor de la campaña presidencial de John McCain en 2008, contesta a las preguntas de un periodista: "¿Tomaría usted la misma decisión ahora?" Schmidt, interpretado por el actor Woody Harrelson, mira al suelo, no responde. Arranca Game Change, el telefilme que narra las diez semanas entre la selección de Sarah Palin -interpretada por Julianne Moore-, como candidata a la vicepresidencia por el Partido Republicano, y la noche del 4 de noviembre de 2008, cuando un derrotado McCain (Ed Harris) ofrece un último discurso ante sus seguidores en Arizona.

En medio queda el descubrimiento de una Palin desconocida hasta para el equipo de McCain -que se ha negado a ver la película-, su personalidad, los quebraderos de cabeza que provocó a más de un asesor -como ya contara el best-seller del mismo título en el que está basada la película- y, de manera muy tímida, la encerrona en la que quedó atrapada una mujer, madre de un bebé discapacitado de cinco meses, una niña de seis años, dos adolescentes -una de ellas embarazada- y un hijo en la guerra de Irak.

Game Change no va a cambiar opiniones. Aquellos que vieron en Palin una estrategia política para convencer al electorado femenino porque Obama ya tenía al resto de votantes en el bolsillo; los que vieron en la gobernadora una víctima, una autoridad local que aterrizó en el centro de una campaña electoral histórica; incluso quienes reconocieron en Palin una mujer con las mismas ambiciones que cualquier político y que supo aprovechar la campaña de 2008 como una plataforma para lo que vino después, solo encontrarán en Game Change otro puñado de razones para seguir pensando lo mismo.

El telefilme combina el metraje de la campaña electoral de 2008 que ya vimos, con escenas reales en medios de comunicación norteamericanos, con el universo interior de las habitaciones de hotel, el autobús de campaña, las sesiones de preparación de debates o la burbuja de privacidad que Palin busca en el hueco de una escalera. El parecido de estas escenas con la realidad es tan cercano como estuvieran las fuentes de Game Change y del libro, revelados, gracias a la película, como Schmidt y una exasesora de Bush, Nicole Wallace. Tan cerca como lo vivieran los principales asesores del senador McCain, y tan fiel como ellos se hayan mantenido a la verdad.

La película, dirigida por Jay Roach y adaptada por los guionistas Danny Strong y John Heilemann, gira sin pudor en torno a la figura de Palin. Aunque no quedan inmunes ni los asesores de McCain -¿por qué no hicieron las preguntas imprescindibles a la candidata antes de seleccionarla?- ni el propio senador, que parece vivir la campaña en un universo paralelo al de su compañera de viaje, que delega todas las decisiones en sus asesores y que no sabe, o prefiere no saber, todo lo que debería sobre las cualidades de la mujer que eligió para ocupar la vicepresidencia.

Los asesores convencieron a McCain de que necesitaba cambiar el juego con el discurso de Obama en Berlín brillando en televisión. "Este tío está recaudando dinero como si fuera un cajero automático", dice Schmidt. El candidato demócrata contaba entonces con una ventaja de 20 puntos sobre su rival y solo había una estrategia con la que responder: el voto femenino. "Encuéntrenme a una mujer", dice McCain.

No quedan inmunes ni los asesores de McCain ni el propio senador, que parece vivir la campaña en un universo paralelo al de su compañera de viaje

Olvídense de la agenda de contactos, las llamadas telefónicas y las reuniones en el salón privado de un restaurante de Washington. Según Game Change, los asesores del candidato a la presidencia de EE UU apostaron por You Tube. Meg Whitman, presidenta de Hewlett-Packard y aspirante a gobernadora de California en 2010, es la primera mujer que consideran para el puesto. ¿El problema? Defiende el derecho al aborto. Unos cuantos vídeos y aspirantes después y ahí aparece Sarah Palin, dando una entrevista a una televisión local de Alaska en la que muestra su inquebrantable rechazo al aborto. Cinco días más tarde era la candidata.

"Parece que a usted no le afecta nada de esto", le pregunta Schmidt en el coche justo antes de ser presentada ante las cámaras como la que podría convertirse en la primera mujer vicepresidenta de EE UU. "Es la voluntad de Dios", contesta Palin.

Game Change muestra, rozando el exceso, las dudas que la candidata inspiró inmediatamente después sobre su currículum. "A esta mujer apenas le separa de la Casa Blanca el latido de corazón de un hombre de 72 años", afirman en televisión. Palin acababa de presentar como cualidades en política exterior la proximidad de Alaska con Rusia, "no sabe por qué Corea del Norte y Corea del Sur son dos países distintos", desconoce los diferentes motivos de la guerra de Irak y la de Afganistán y vincula a Sadam Hussein con Al Qaeda.

La preocupación es cada vez más intensa y a cada error de Palin, a cada gesto soberbio, cualquier asesor es retratado como el estratega que siempre sabe regatearle a la suerte. Y en el último minuto. "Tenemos a la mejor actriz de la escena política norteamericana, ¿no?", pregunta Schmidt. "Démosle 45 minutos de respuestas para que las memorice". Y así llegó Palin al debate electoral con el aspirante demócrata a la vicepresidencia, Joe Biden. Y sí, Game Change recuerda que Palin le saludó en el escenario con un "¿Puedo llamarte Joe?" que estuvo a punto de robar titulares a su actuación esa noche, y, de regalo, un secreto: Palin siempre se refirió a él como el señor 'O'Biden'.

La exgobernadora, después de una semana al borde de un ataque de nervios, había desquiciado al equipo de McCain con silencios infantiles, con negativas, con teléfonos arrojados contra la pared y con una obsesión ridícula por las encuestas en Alaska, como si hubiera olvidado que competía en la Gran Liga, se daba cuenta de sus posibilidades. Había escapado de las garras de la campaña y volaba libre. Los mítines, en los que apenas acompañó a McCain, eran suyos. "Siento que Sarah se dirige a mí, y a mí nunca me habla nadie", dice una seguidora. Esa frase, que debería haber sido el semáforo en rojo para la campaña republicana, era el pistoletazo de salida para la Palin que conocemos ahora, una mujer capaz de cambiar el juego de la política norteamericana, aunque no necesariamente en la dirección que pretendía McCain.

El candidato perfecto, el veterano de guerra, el conservador al que no le importaba negociar con los demócratas se veía obligado a defender a Obama en medio del discurso en el que concede la derrota. Los asistentes abucheaban al oír el nombre del ganador. McCain pide silencio. Afirma que el próximo presidente de EE UU es “un hombre decente con el que, simplemente, no siempre está de acuerdo”. McCan dio las gracias a Palin y la masa recuperó el optimismo en dos minutos.

“¿Todavía crees que está preparada para ser presidenta?” pregunta un asesor entre la gente. “No importa, dentro de 48 horas nadie se acordará de ella”. Han pasado cuatro años y sabemos que, en eso, tampoco acertaron. Aquí seguimos, añadiendo líneas a la historia de una gobernadora de Alaska llamada Sarah.

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