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El 'corta y pega' primigenio

La Fundación March presenta la exposición 'Fotomontaje de entreguerras' Es un recorrido por la Europa de principios del siglo XX a través de sus carteles

Echando la vista atrás, el panorama de la Europa de hace un siglo no distaba tanto del actual. La por entonces incipiente tecnología que abre nuevos campos de experimentación en un mundo cada vez más fragmentario; y una sociedad que atraviesa un periodo de malestar elevado a la potencia mundial, y que gracias a esa tecnología aguza el ingenio para dar con nuevos canales de expresión más penetrantes y a la vez más sencillos de producir y difundir. Bajo la forma de arte, esa combinación de tecnología y frustración, junto con las bases rupturistas asentadas por movimientos como el cubismo y el dadá, da lugar a la técnica que hoy podríamos identificar como el Photoshop primigenio: el fotomontaje.

La fundación March recoge el testimonio del espíritu de aquel tiempo no tan lejano marcado por las dos Grandes Guerras en la exposición Fotomontaje de Entreguerras (1918-1939), que se inauguró el pasado viernes en el museo de Arte Abstracto de Cuenca y que en junio viajará al museo de la Fundación en Palma de Mallorca.

Si ya desde la segunda mitad del siglo XIX se comenzaron a explotar con timidez las inmensas posibilidades que ofrecía la técnica fotográfica, es una vez acabada la Primera Guerra Mundial cuando la política y la industria se alían de un modo patente con el fotomontaje para cumplir una misión: convencer. “Existen dos versiones del fotomontaje: el libre, cuyo fundamento es el artístico, y el aplicado a la propaganda y a la publicidad comercial”, explica Manuel Fontán, director de exposiciones de la Fundación March y del museo de Arte Abstracto de Cuenca.

La exposición reúne ejemplos de ambas vertientes, procedentes en su mayoría de Centroeuropa en forma de carteles que ahora forman parte de la colección privada de Merrill C. Berman. “Es un homenaje a la primera muestra sobre esta técnica, Fotomontage, que se celebró en la Biblioteca Estatal de Berlín en 1931, y que presentaba a 50 artistas y más de 100 obras. Ahora nosotros presentamos 115 obras de 61 artistas de 13 países, en muchos casos los mismos que en aquella exposición”.

Cada creador individual, y a muy grandes rasgos cada nacionalidad, se inclina hacia un uso diferente de los montajes y collages fotográficos. En la Unión Soviética, Lenin y Stalin los ponen al servicio de su causa revolucionaria, apoyados en figuras como Aleksandr Ródchenko o los hermanos Stenberg. Max Burchartz hace lo opuesto en Alemania, y convierte su amalgama de imágenes y palabras en arma arrojadiza contra el nacionalsocialismo. La menos convulsa Holanda, entretanto, aprovecha la extrema eficacia del fotomontaje para sus anuncios publicitarios y para el diseño de publicaciones y revistas.

“El fotomontaje es un arte que vive en la paradoja de las vanguardias y sus consecuencias”, sostiene Fontán. “Por un lado es un arte que reclama una autonomía, pero por otro está lleno de contenido ideológico: es un arte que quiere modificar la vida”.

El cine, que también aprovechó el tirón del corta y pega para promocionarse, está representado en la muestra a través de la película alemana Berlín, sinfonía de una gran ciudad, de Walter Ruttmann, que se proyecta junto a su cartel publicitario para la URSS, obra de un autor anónimo. Y es que gracias al desarrollo de la técnica, la facilidad de uso de fotografía permitió que prácticamente cualquiera pudiera crear su propio montaje, que a su vez se podía reproducir y difundir maquinalmente y sin esfuerzo. Aquel mundo, efectivamente, no era tan diferente del de hoy.

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