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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ayckbourn, por ejemplo

"Siempre echo sobre el tapete el naipe de Alan Ayckbourn, un nombre que a los productores más jóvenes no les dice nada"

Marcos Ordóñez

La crisis también estrecha las mentes. Nuestro mundo, ocupado por las preocupaciones inmediatas y el opio que nos venden para ocultar sus causas, se vuelve más pequeño. A veces me preguntan por funciones para montar. Comedias, preferiblemente. Bien, perfecto, digo, adoro las comedias. Siempre echo sobre el tapete el naipe de Alan Ayckbourn, un nombre que a los productores más jóvenes no les dice nada. ¿Inglés, no? Sí, el rey de la comedia inglesa, una leyenda viviente, cuarenta éxitos en el West End, el dramaturgo más representado después de Shakespeare. Ah.

Hubo una época en la que las primeras obras de Ayckbourn se veían aquí a poco de su estreno en Londres, y con buen éxito. Después, entre finales de los noventa y mediados de la siguiente década, se representaron mucho en Cataluña. Tamzin Townsend debutó en el 92 con Absurd Person Singular, y luego se montaron How the Other Half Loves, y Relatively Speaking (estas dos se habían puesto en Madrid, en los 70), hasta el impresionante tour de force de House & Garden, aquel glorioso cruce entre Fawlty Towers y La regla del juego que Ferran Madico presentó simultáneamente en dos teatros de Reus, el Fortuny y el Bartrina, porque así lo pedía el enloquecido guión: los catorce actores acababan una escena en la casa y corrían al teatro vecino porque la acción continuaba en el jardín, y viceversa. De acuerdo, eran otros tiempos y otros presupuestos y otro impulso, y a Sir Alan siempre le ha gustado marcarse retos estructurales con el “más difícil todavía” como lema, culminando en la locura combinatoria de las 16 escenas alternativas de Intimate Exchanges, que Resnais llevó al cine, en versión reducida, en Smoking/No Smoking, pero ahora mismo se está reponiendo en Londres Absent Friends, que no se veía en el West End desde 1973 y que Ayckbourn escribió después de su primer triple mortal, The Norman Conquests, una misma historia vista desde tres ángulos distintos (el comedor, la sala de estar, el jardín): para cambiar de mecano y porque le aburre repetirse, optó por una comedia sombría, con pocos personajes, en tiempo real y claustrofóbico espacio único.

En Absent Friends, dirigida con gran éxito por Jeremy Herrins en el Harold Pinter Theatre (antes Comedy), un grupo de presuntos amigos se reúnen para consolar a Colin, una criatura casi chejoviana, que, paradójicamente, vive en el feliz recuerdo de su esposa muerta y cuya serenidad pone en evidencia el atroz presente (matrimonios fracasados, maridos venales, mujeres desesperadas) de todos los que le rodean. Lo singular es que en 1973, Ayckbourn era un valor en alza del teatro “comercial”: sorprende, pues, la valentía de su quiebro, la dureza extrema en el retrato de ese segmento social, y la extraordinaria habilidad a la hora de combinar hilaridad y desolación. Y resulta evidente su enorme influencia en las “comedias domésticas” que siguieron, como Abigail’s Party (1977), tarjeta de presentación de Mike Leigh, que por una curiosa conjunción astral se ha repescado esta misma temporada en el Menier Chocolate Factory. También fue singular el juicio de mi amigo, el joven productor, después de ver Absent Friends: “Demasiado negra y demasiado local”, dijo. Eso mismo, pensé, fue lo que dijeron los primeros productores que leyeron Agosto, el megabombazo de Tracy Letts en el María Guerrero y en medio mundo.

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