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Un hombre joven, un arquitecto maduro

La muerte ayer de uno de los nombres más sólidos de la profesión en España deja huérfano tanto a Emilio Tuñón, su inseparable socio desde hace más de dos décadas, como a quienes creen que la arquitectura debe ser un arte cercano

Anatxu Zabalbeascoa
Una vista general de los edificios del nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (Musac), en León realizado por Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón.
Una vista general de los edificios del nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (Musac), en León realizado por Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón.

Luis Moreno Mansilla murió la noche pasada en Barcelona a los 52 años. Había viajado con su socio Emilio Tuñón para presentar el último libro sobre otro brillantísimo arquitecto español tempranamente desaparecido hace 11 años, Enric Miralles. A Tuñón y a Mansilla (nacidos ambos en Madrid en 1959) les gustaba hacer las cosas juntos y el parón económico de los últimos años les había devuelto la oportunidad de compartir viajes y clases, además de las visitas de obra. Llevaban dos décadas asociados y más de una siendo los mejores arquitectos de España, los mejores entre los sólidos, entre los que ya nada tienen que demostrar y sin embargo creen que deben hacerlo. Eran proyectistas con tanta cabeza como tacto y cultura, los herederos naturales de Rafael Moneo -con quien trabajaron durante diez años- aunque, como hijos también de otro tiempo, disfrutaron de una mentalidad más plástica e inventiva a la hora de lanzarse a probar composiciones y materiales.

El año pasado ganaron el Premio FAD por la reconversión de un edificio en el centro histórico de Cáceres, en el hotel y restaurante Atrio. Y hace una década consiguieron el Premio Mies van der Rohe de la U.E. con el MUSAC de León, donde también levantaron el Auditorio de la ciudad. Es mucho. Pero en ellos sabe a poco. Co-autor del flamante "rascacielos circular" al norte de Madrid, Luis M. Mansilla ya no sabrá si algún día su obra se convierte en el nuevo Palacio de Congresos y en la inusitada nueva postal de la ciudad. Tampoco estará cuando se inaugure el Museo de la Colecciones Reales, "un zócalo para la Almudena" en el que llevan años trabajando.

Nunca dejó de dar clases (en Harvard, Princeton y en el ETH de Zurich además de en la ETSAM) y su contacto con los estudiantes era constante

Lo que ennoblece y engrandece la obra de Tuñón y Mansilla es la paradoja de llegar primero y de llegar despacio a la vez. El año pasado concluyeron en Lalín (Pontevedra) la sede del Concello, un proyecto con el que la arquitectura española inauguró una época de plantas circulares. Unos años antes, idearon un museo del automóvil con los restos de un desguace de coches y, antes aún, llegaron a León para cambiarle la cara a la ciudad nueva. Con el auditorio rendían tributo a Breuer, Fisac y los más exquisitos maestros modernos. Con el MUSAC plasmaban su idea de lo que el arte puede ser en el siglo XXI: una abstracción, una denuncia, algo cambiante, una fascinante incomprensión.

Su estudio, en una antigua serrería de Fisac en la calle de los Artistas de Madrid, comparte inmueble con los ebanistas de La Navarra, la empresa que convierte muchos de sus proyectos en edificios que se palpan con los ojos. Allí, en una conversación mantenida hace tres meses, Luis Mansilla se mostraba como lo que era en el momento de desaparecer, un hombre muy joven y un arquitecto maduro. Nunca dejó de dar clases (en Harvard, Princeton y en el ETH de Zurich además de en la ETSAM) y su contacto con los estudiantes era constante. Así, más que dar consejos, trataba de animar a los jóvenes recordando sus propias dificultades. "Nuestra primera obra fue un arreglo de emergencia en el Museo de Zamora donde un pabellón se hundía y la segunda, arreglar las cubiertas de San Juan de los Reyes, en Toledo, porque tenían goteras". Aseguraba que arreglando se aprende y recordaba que llegaron a Toledo, y se presentó el constructor. "Su padre ya había cuidado el edificio, lo mismo que su abuelo. Le explicamos lo que pensábamos hacer. Y nos dijo, con mucho respeto: 'Miren, viene el invierno. Sería mejor empezar por el sur…' Emilio y yo íbamos todos los jueves a que un señor con una vara en la mano nos indicara lo que había que hacer. Fue volver a la escuela". La devoción por los materiales la aprendieron allí. También historia y humildad.

Hijo de un ingeniero naval de un pueblo de Cuenca, Mansilla estudió arquitectura porque su hermano gemelo quiso ser ingeniero como su padre y a él le tocó buscar opción. Casado con la pintora Carmen Pinart, a la que conoció en la Academia de España en Roma cuando ambos eran becarios, Luis Mansilla aseguraba que la principal lección de los estudios era la de la disciplina y la capacidad de sacrificio. "Esa ha sido nuestra fuerza". Tanto él como Emilio Tuñón tenían ya cuarenta años y familias formadas cuando decidieron abandonar el estudio de Moneo. Tras las goteras y las reparaciones llegaron los primeros éxitos, la Biblioteca Joaquín Leguina de Madrid o el Museo de BB.AA. de Castellón. También las invitaciones del extranjero. "Cuando todo el mundo se quiso ir a construir a India no quisimos porque al final, lo que nos parece más fascinante es ver construir una obra con las personas que la están construyendo. Mandar unos dibujos a la otra parte del mundo para que otros lo hicieran no tenía ningún interés vital", aseguraba

Todo lo profesional: edificios, diseños, textos, clases, conferencias o el fanzine Circo, lo compartía Mansilla con Emilio Tuñón. Se hace difícil hablar de Mansilla en solitario. Tras 25 años como profesor sostenía hace poco que la indignación del 15-M se venía gestando en la Escuela de Arquitectura desde hacía 10 años. También que "el modelo de entender la arquitectura con una participación más cercana nos lo han enseñado los alumnos".

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