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UNIVERSOS PARALELOS
Tribuna
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Primero fue Praga

Diego A. Manrique

Tiene Leonard Cohen modos de profeta. En 1988, publicó First we take Manhattan, que se abre así: “Me condenaron a 20 años de aburrimiento / por intentar cambiar el sistema desde adentro”. Sin saberlo, Leonard estaba sintetizando el destino de Marta Kubisova, gran estrella del pop checoslovaco, víctima del ostracismo por su respaldo a la Primavera de Praga.

Lo cuenta el periodista polaco Mariusz Szczygiel, en su deslumbrante Gottland (Acantilado). En noviembre de 1989, un realizador invitó a la Kubisova a grabar una canción para su filme Seres extraños. Cuando entró en el estudio, varios de los técnicos —¡y la señora de la limpieza!— se marcharon, alegando compromisos urgentes. Al comunismo le quedaban tres telediarios, pero nadie quería arriesgarse a ser acusado de confraternizar con la cantante maldita.

Los tanques del Pacto de Varsovia entraron en Praga en agosto de 1968. No hubo respuesta armada, ya que los checoslovacos siempre han sido conscientes de su debilidad militar. Sí se manifestó una resistencia cívica, en la que destacó Marta Kubisova. La cantante de música ligera se radicalizó en aquel momento. Grabó Blues de la taiga, donde evocaba el destino —¡Siberia!— del puñado de moscovitas que protestaron contra la invasión en la Plaza Roja.

Siguieron largos meses de lo que se llamó normalización: la purga que barrería a los proponentes del “socialismo de rostro humano”. Marta continuó actuando, aunque había órdenes de restringir sus apariciones en los medios, evitar que ganara en el concurso anual El Ruiseñor de Oro.

Los eficaces servicios secretos checos eran expertos en difamación. Al escritor disidente Jan Procházka le desacreditaron montando la grabación de una discusión política con imágenes que sugerían que vivía a todo lujo en París. A Marta la hicieron protagonista de una revista porno danesa, Gatitas Calientes, una falsificación disimulada con impresión a color en buen papel.

Con deleite, el Partido se ocupó de los intelectuales: despojados de sus puestos, les forzaron a trabajar con sus manos, en alcantarillas, bosques, tiendas. Marta tuvo suerte: se dedicó a fabricar ositos de juguete. Pero no la redujeron al silencio: fue la personalidad más conocida que firmó la Carta 77, surgida para protestar la rabiosa persecución gubernamental del grupo Plastic People of the Universe. Debía estar muy despistada: preparó una carta para que una estrella occidental denunciara el acoso a los roqueros checos. El destinatario de la carta era… Johnny Cash.

Volvió a ser objetivo de la policía secreta. Solían detenerla hacia las dos de la tarde, para que no pudiera recoger a su hija a la salida del colegio. Avisó entonces a su amigo Václav Havel: renunciaba a su papel de portavoz de Carta 77. No podía más.

Hoy sabemos que aquel manifiesto a favor de la libertad fue la semilla que, 12 años después, se convertiría en la avalancha de la revolución de terciopelo. Reivindicada, Marta volvió a cantar. En Historias del presente, el libro de Timothy Garton Ash sobre la Europa del Este en los noventa, hay una crónica sobre un concierto en 1994 de los Golden Kids.

Los Golden Kids era un popular trío de los sesenta, dedicado a las versiones de éxitos anglosajones, donde Marta actuaba con dos vocalistas de menor edad. La reaparición, cuenta Garton Ash, exhibe toda la cutrez del capitalismo recién llegado. Los patrocinadores del espectáculo rifan un Fiat Uno y regalan botellas de champán a los cantantes.

Las fabulas de la Europa poscomunista no son tan nítidas como desearíamos. En los Golden Kids cantaba la chispeante Helena Vondrackova, que fue el negativo de Marta: firmó la respuesta oficial contra la Carta 77, no sufrió la normalización y tampoco fue objeto de depuración tras la irrupción de la democracia. Sigue triunfando, igual que Karel Gott, “el Presley y el Pavarotti checos juntos en una sola persona”, a cuyo museo hace referencia el título del libro de Mariusz Szcygiel.

En Praga, Marta Kubisova se presenta hoy en un local diminuto, para 30 personas. Su música rara vez ha trascendido a Occidente, aparte de un Hey Jude que aparecía en la versión cinematográfica de La insoportable levedad del ser. Cierto que Munster publicó Né!, una vibrante antología de grabaciones hechas entre 1966 y 1970. Intenten imaginar a una Shirley Bassey checa, llena de brío y esperanza.

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