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El Godzilla de Kim Jong Il (y ocho apocalipsis cinematográficos más)

'Apocalypse in the set', del cinéfilo Ben Taylor, repasa los rodajes más desastrosos de la historia del cine, desde 'Fitzcarraldo' hasta 'La puerta del cielo'

Toni García
Un fotograma de la película 'Pulgasari'.
Un fotograma de la película 'Pulgasari'.

De Kim Jong Il se saben algunas cosas. Que era multimillonario y que no era muy aficionado a comprarse ropa; que mientras su pueblo moría de hambre el daba fiestas que duraban días enteros; que era caprichoso y no le gustaba que le llevaran la contraria; que los que hacían esto último acababan muertos o en la cárcel. Lo que muchos desconocen es que además el dictador norcoreano estaba loco por el cine: su colección sumaba más de 12.000 títulos de todos los géneros y nacionalidades. Al gran timonel le gustaban sobre todo las entregas de la saga Bond, la sangre de Viernes 13 y – ojo al dato- las películas de Rambo. De hecho Jong Il ya había editado en 1973 un libro de 329 páginas llamado Sobre el arte del cine, en el que exponía un indescifrable batiburrillo de ideas que barruntaban en torno a la creación de una industria socialista del séptimo arte… o algo parecido.

Naturalmente y a pesar de sus intentos por parecer algo a medio camino entre el cinéfilo inquieto y el comisario político, a Kim Jong Il se le veía el peluquín: no tenia ni la más pajolera idea de cómo crear esa industria. Un mandatario normal hubiera contratado a un asesor o a una tropa de expertos, pero al norcoreano todo eso le sonaba a chino así que prefirió tirar por el camino más corto: ¿qué no sé cómo hacer algo? Pues secuestro a alguien que lo sepa y listos.

En la otra Corea el realizador Shing Sang-ok observaba con preocupación el derrumbe de su productora. La burocracia surcoreana se había ocupado dejar al director más famoso del país con las vergüenzas al aire y éste empezaba a plantearse la posibilidad de abandonar Seúl y buscarse la vida en otro lado. Cuando ya tenía las maletas hechas su mujer desapareció.

Shing perdió la cabeza tratando de encontrarla. Finalmente, seis meses después se enteró de su paradero, cuando unos agentes del servicio secreto norcoreano le secuestraron, le llevaron a Pyongyang y le pusieron en una celda, en la misma prisión donde yacía su mujer. Los chicos de Kim Jong habían raptado primero a su mujer (el cebo) y posteriormente a él. El líder quería formar una potente industria del cine en Corea del Norte y secuestrar al mejor exponente del cine de Corea del Sur no le parecía mala idea. Lamentablemente el cabreo de Shing no gustó a aquel tipo bajito de gafas oscuras y peinado a cepillo. Resultado: Shing y su mujer fueron separados y durante 4 años permanecieron en una de las miles de celdas que el régimen destinaba a los opositores.

El fallecido dictador norcoreano Kim Jong Il, ante una cámara cinematográfica.
El fallecido dictador norcoreano Kim Jong Il, ante una cámara cinematográfica.

Solo cuando el realizador advirtió que quizás su única oportunidad de escapar era siguiendo las instrucciones del gran timonel la pareja fue liberada. Shing dirigió dos películas para Kim Jong Il y éste le hizo partícipe del que quería que fuese su legado cinematográfico a sus aplastados conciudadanos: Pulgasari.

La historia, basada en una leyenda popular del s.XIV, contaba la historia de un pequeño ser que después de comerse unos guisantes y crecer hasta convertirse en un monstruo de proporciones bíblicas acababa con sus opresores. Kim Jong Il estaba obsesionado con Godzilla y no soportaba la idea de que los japoneses tuvieran su propio monstruo y él no tuviera ninguno. Así nació Pulgasari, aderezado con miles de extras procedentes del ejercito norcoreano, diez trailers llenos de guisantes y carne de ciervo y un equipo de 700 personas que no tenía ni la más mínima noción de lo que estaban haciendo. Incluso Kenpachira Satsuma (el actor que se había enfundado el traje de Godzilla en el clásico nipón) fue contratado por un módico precio porque Kim Jong Ill pensaba que aquello le daría verosimilitud a la cosa.

El producto final –huelga decirlo- es un disparate ininteligible donde un tío vestido con un –indescriptible- traje de monstruo destruye una ciudad de plástico: “una alegoría de la energía del marxismo” dicen que afirmó el dictador cuando la vio.

La historia completa de este bodrio norcoreano, que es mucho más delirante que la ocupa estas líneas podrá encontrarla el cinéfilo políglota en Apocalypse in the set, un volumen del escritor estadounidense Ben Taylor que se ocupa de repasar la nueve producciones más desastrosas de la historia del cine y que acaba de aparecer al otro lado del Atlántico. Desde la chifladura de Klaus Kinsky en el Fitzcarraldo de Werner Herzog hasta la megalomanía pasada por agua de James Cameron en The Abyss, pasando por (faltaría más) Apocalypse now, La puerta del cielo o El cuervo. Taylor, un columnista habitual en publicaciones cinematográficas cuenta con un asombroso nivel de detalle los naufragios más terribles de la historia del séptimo arte, aquellos que suceden una vez el sentido común desaparece en pos de la luz al final del túnel (cuando ni siquiera se ve el túnel). Esas hijas de la deriva ocupan las 250 páginas de un libro en la que –muchas veces- es imposible no reírse a carcajadas de lo irremediablemente dañado que luce el género humano cuando se pierde la perspectiva. Por cierto, Shing y su esposa, los secuestrados, consiguieron escapar de su captor cuando en un festival de cine en Viena lograron despistar a los espías del regimen y buscaron asilo en la embajada americana. Habían pasado ocho años trabajando para el productor más atroz que jamás ha habido sobre la faz de la tierra (con permiso de Goebbels).

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