_
_
_
_
_
TENDENCIA

¿Ha aprendido el pop a vivir sin el éxito?

Bandas cuyas carreras han sido un eterno tobogán se resisten a marcharse y otras que jamás triunfaron se reúnen de nuevo. ¿Qué le suecede a la industria discográfica?

Xavi Sancho

Una de las principales preocupaciones alrededor de las nuevas realidades sobrevenidas en el negocio de la música ha sido la de la falta de longevidad de las carreras de muchos artistas. Durante toda la pasada década se ha incidido en que una de las víctimas de la nueva forma en que consumimos música ha sido el concepto del perfil de artista que crece con cada álbum, o que incluso tropieza en ese difícil tercer disco pero se levanta en el regenerador cuarto. El tópico dice que si REM se formaran hoy, jamás se les hubiera permitido transitar una década por el desierto antes de la llegada de la aceptación global. Los tiempos, se dice, van más en consonancia con el fenómeno tobogán, un clásico de la pasada década y que tiene en bandas como Strokes (cada disco parecía un poco peor que el anterior) o en Kaiser Chiefs (cada disco era mucho peor que el anterior y, además, vendía un 90% menos) claros ejemplos. Pero este año, REM editaban un buen disco y se separaban. Strokes y Kaiser Chiefs lanzaban discos más que dudosos y seguían en activo. Algo no parece encajar.

"Todos los artista interesantes salen de una vocación amateur", recuerda Javier Liñán, capo de El Volcán Música y hombre que ha visto todo el pantone de esta cosa anteriormente conocida como industria del disco. "Lo que no funciona es el artista que concibe su música como un producto, que piensa en lo que al público le puede gustar. Este va a durar bien poco". Así pues, aunque la primera semana de ventas del segundo disco de Klaxons (banda británica que ganara el Mercury Music Prize e inventara la moda del Nu rave) significara un descenso de un 92% con respecto al debut en listas de su primer largo, el grupo jamás se planteó retirarse.

Tras el descalabro del segundo largo, Duffy anunció que se planteaba dejarlo

En cambio, Duffy (vendida como la Dusty Springfield a la Etta James que podía ser Amy Winehouse), tras el descalabro de su segundo largo sí anunció que se estaba planteando dejar la música. “El tema es que Duffy pensó que podía ganar más dinero si se deshacía de mucha de la gente que trabajaba con ella. Lo hizo y su disco fue un desastre”, recuerda el periodista musical británico Rob Fitzpatrick.

Ese segundo disco de la galesa no fue exactamente autoeditado, pero sí concebido sin la ayuda de los profesionales (el productor Bernard Butler o la mánager Jeanette Lee) que ayudaron a que su debut, Rockferry, despachara más de dos millones de copias. Era una autoedición camuflada, una suerte de subcontrata de talento. Los que sí han optado por la autoedición con su nuevo disco han sido Estopa, cuyas cifras de ventas han ido disminuyendo con cada lanzamiento. De alguna manera, pues, la autoedición no debería entenderse tanto como ese ejercicio de emancipación, de rebeldía ante una enferma y tóxica industria musical, sino como un ejercicio de realismo, de posibilismo. El pastel es más pequeño, al menos, me como mi porción yo solo.

“La democratización del talento hace que triunfar y mantenerse sea más complicado que nunca. Sin duda, la bandas se han vuelto más realistas”, interviene Gerardo Cartón, de PIAS España, al respecto de cómo la evolución comercial de ciertos artistas, en vez de conducir a su retirada, ha encontrado resortes a los que aferrarse. “Además, los grupos que estaban muertos y enterrados se vuelven a juntar. A mí esto, como fan absoluto de la música que soy y hombre utópico total, me encanta y lo defiendo a muerte. Por un planeta en el que todo el mundo tenga un grupo y nadie trabaje. Sociedad creativa absoluta ya. Que curren los robots y que vuelvan hasta Desmadre 75 y La Charanga del Tio Honorio”. Hemos pasado de imaginar un futuro sin las bandas que odiamos a uno en el que ningún grupo jamás se separa, y el que se fue, vuelve, aunque nadie nunca se diera cuenta de su desaparición.

El resultado de Twitter es que sentimos más cercanía con la figura del artista que con su música Javier Liñán

Lo que sí es indudable es que la profusión de música editada, la voracidad informativa de la red y el afán por saberlo todo de todo el mundo todo el rato, ha provocado que muchas bandas se expongan mucho y muy pronto. Y eso sí podría afectar al desarrollo de sus carreras. “Se mata el misterio, y ese misterio es algo que ha sido clave para entender la mística relación que se crea con la música. Hoy creemos que estamos cerca de los artistas porque nos responden un tuit, pero lo hace su community manager, y el resultado es que sentimos más cercanía con la figura del artista que con su música”, abunda Liñán, quien recuerda también que uno de los elementos que sí hacen más complicada la pervivencia en el candelero de un grupo, más allá de la calidad de las referencias que lanza, es la manera en que el público hoy escucha su música. “Ya nadie disfruta de la música en solitario. Se oye música con los amigos, mientras se habla por teléfono, en un bar, en una tienda. Así, tal vez es complicado crear esa sensación de intimidad que se desarrollaba antaño con las bandas que terminaban siendo tus preferidas”. Y es que si se escucha por encima un disco, tal vez se recuerde durante unas semanas esa música, pero, al cabo de dos años, cuando esa banda edite una nueva referencia, tal vez no se recuerde ya ni su nombre.

En un contexto así, cuesta más que nunca recordar si el disco difícil era el segundo, o el tercero. Igual, o realmente lo complicado sea la primera maqueta. Cartón lo aclara: “Si el primero es brutal. El segundo es el difícil. Si la progresión es natural, entones, el tercero, porque es el de ‘o lo logro ahora o vamos listos”. Y es que, tal vez el segundo de los Strokes sea mucho peor que el primero pero infinitamente mejor que el cuarto, y además, en este tiempo hayan surgido, como mínimo media docena de bandas de similar perfil y mucho mayor éxito. A pesar de todo, y más de diez años después de su gran obra, pocos grupos cobran un millón de euros por ser cabeza en un festival como lo hacen ellos. Es muy probable que ya no surjan jamás bandas con una repercusión similar. En la coyuntura actual, lo sorprendente no es esto, sino que parece que lo entendieron antes los artistas que los propios ejecutivos.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_