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SEMANA DE LA MODA DE PARÍS

Billete en primera al cielo de Chanel

Lagerfeld y Tisci se benefician en la alta costura de poner límites a la creatividad

Eugenia de la Torriente
Una imagen del desfile de alta costura de Karl Lagerfeld para Chanel.
Una imagen del desfile de alta costura de Karl Lagerfeld para Chanel.BENOIT TESSIER (REUTERS) (REUTERS)

La astucia de Karl Lagerfeld ha quedado sobradamente demostrada a lo largo de sus más de 70 años de existencia. Pero ayer, en la segunda jornada de la alta costura de París, volvió a exhibirla. Antes de que ninguno de los diseños de la colección de primavera/verano 2012 de Chanel enseñara siquiera una manga, la audiencia ya estaba entregada. Era difícil no estarlo teniendo en cuenta que los 250 invitados se encontraban sentados en una sala que recreaba el interior de un avión. Y piense más en un jet privado que en una aerolínea de bajo coste. El montaje de la nave de 60 metros en el Grand Palais había requerido tres semanas de trabajo y el resultado era tan espectacular como minucioso: en las 120 ventanillas se proyectaba un cielo con nubes y tormentas en movimiento, el suelo estaba cubierto por moqueta con el logotipo de la casa y pantallas de LED indicaban el número de asiento. Un hombre vestido con un anorak verde con capucha buscaba su butaca entre las primeras filas. Era uno de los invisibles hermanos Wertheimer, que poseen la que seguramente es una de las marcas de lujo más lucrativas del mundo. Dejémoslo en una estimación porque sus cifras son tan discretas como ellos.

En Chanel, la estrella es Lagerfeld. Y él sabe la cantidad de literatura —¡los incontables juegos de palabras!— que generará esta puesta en escena. Las fotos son más espectaculares; las crónicas, más ágiles… pero, ¿y la ropa? Aquí viene lo bueno. Esta vez, la colección —que es lo que permanecerá una vez se mande al desguace el decorado— está a la altura del envoltorio. El diseñador asegura que se han utilizado 150 tonalidades de azul en los 60 conjuntos que ayer presentó. Desde luego, quien esto escribe no las contó. Pero sí agotó el catálogo de variedades —cian, cielo, bebé, Klein, marino, petróleo…— mientras las modelos recorrían el pasillo. “Esta es una colección sobre el aire de los tiempos. ¿Y de qué color creemos ver el aire del cielo? Azul. Tan simple como eso”, explicaba Lagerfeld tras el desfile en una sala disfrazada de lounge de aeropuerto. “Estoy cansado de lo retrospectivo. Lo más excitante es probar algo que todavía no has hecho. Y nunca había hecho una colección azul”. Un color que se aleja de la melancolía del blues y se acerca al candor con el que un niño pinta el cielo.

Al diseñador le sienta bien ponerse límites y centrarse en un único tono. La mejor colección de alta costura que ha entregado en la última década fue un ejercicio de contención cromática: su todo al blanco en 2009. Más allá de los malabarismos para ofrecer variedad a partir de una sola pintura, la colección destaca por el vigor de su artesanía. Desde el celofán tratado hasta las medias con piedras, nada es virgen. “No hay ni un material en su estado original o puro”, confirmaba Lagerfeld. “Todo está elaborado, bordado, mezclado…. Hasta el tweed. Esa es la gracia. Tienes que poder estar cerca para apreciarlo, no se distingue en una fotografía”. Mientras hablaba se acariciaba un broche de zafiro prendido en la corbata. Un regalo también en el origen de esta etapa azul.

Lagerfeld quiere evocar el gesto desenfadado de quien camina con las manos metidas en unos vaqueros

Casi todas las prendas se apoyan en las caderas y llevan bolsillos porque Lagerfeld quiere evocar el gesto desenfadado de quien camina con las manos metidas en unos vaqueros. ¿Es que el destino de este viaje es una clientela más joven y global? “No hago colecciones para satisfacer a nadie”, responde. “Yo hago lo que siento y espero que guste”.

Tratar de complacer a los demás es el camino más rápido para perder el carisma. Lo sabe bien Giorgio Armani, que ayer presentó una extraña colección de Privé con un tema tan poco previsible como la naturaleza y los reptiles. Y también Riccardo Tisci, que se inventó cuatro temporadas atrás su propio modelo de la alta costura. El diseñador de Givenchy se mantiene firme en su rígido formato. Como Lagerfeld, ha sacado buen partido al hecho de imponerse unos límites precisos. Desde que plantea sus colecciones en una presentación estática, han mejorado espectacularmente. Ayer, por cuarta vez, Tisci ocupó las mismas salas para mostrar el mismo número de vestidos y entregar una fotografía de composición casi idéntica a las anteriores. Pero por el camino va sumando capas a su identidad estética.

Así es como Tisci ha construido un fortín desde el que ya se defiende como uno de los creadores más respetados en París. Con la madurez que da perder el miedo a conocerse a sí mismo, en su colección de alta costura número 14 para Givenchy se atreve por primera vez a abrazar técnicas y materiales tradicionales de la alta costura. Y a mirar atrás. Los años veinte y treinta inspiran una sombría revisión de la geometría art déco en la que lo animal se mezcla con lo industrial. Pero en sus conjuntos en blanco, negro, marrón y cobre, no hay nostalgia. Si se invoca a la película Metrópolis es para meterla en una batidora de obsesiones y contrastes y sacar creaciones extravagantes y sensuales con un único dueño: la sensibilidad de Tisci aquí y ahora.

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