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Tentaciones
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Bomba rumba, su fiesta no es para feos

'Peret. Biografía íntima de la rumba catalana'' y 'Sicus. 20 anys amb sabor de rumba', son dos libros que recuperan el estilo que David Byrne definió como "el eslabón perdido".

Escribe Jace Clayton en el artículo Los vampiros de Lima, recopilado en ¿Qué fue lo hipster? , sobre la impresión que le causó en su día un tal Carlos de pantalones pitillo y camisa de leñador que toca el banjo en el cobertizo ante la atenta mirada de su amada de mejillas arreboladas (¿prima hermana?) y bigote de Burt Reynolds desahuciado. El autor sabe que todo es contexto y que quizás en otro entorno esas pintas le habrían bastado para engrosar las filas de la enésima reencarnación espuria de Village People.

Pero resulta que Carlos es un hipster. No, un momento: es un hipster peruano. Es posible que conozcan el concurso de dobles de Mick Jagger que se convocó en su país hace ya décadas y quizás intuyan que los más fieles veletas de las flechas del pop rara vez reivindican su propia historia local. Clayton se quedó perplejo con esos modernos limeños que siempre habían despreciado la cumbia, pero que ahora la bailaban con desenfreno después de echarse al coleto varios Jägermeisters y con las Raybanconvertidas en un balancín escurridizo en sus más bien chatas napias. ¿Qué tuvol a culpa? Roots of Chicha: Psychedelic Cumbias from Peru, publicada por un sello de Brooklyn (dirigido por franceses, para aparatosa permanente del rizo que se riza). Convenientemente importada desde EEUU, como cualquiera de los productos de los monocultivos suramericanos, con una portada chachi y una coartada guay, la cumbia psicodélica, globalizada yencarecida regresaba a escena entre las clases más acomodadas. “Ya se ha muertomi abueloooo, tomando masato… Soy muchacho provinsiano, me levanto muytemprano, para ir con mis hermanos, a trabajaaaar... ¿Un drink? Oye, darling, qué bonitos esos botines a lo Chloë Sevigny; ¿viste la cara de Vincent Gallo cuandole comía la…?”. Etcétera.

Dos.

Pocas frases denuestra historia han estado más preñadas de sentido (o de sentidos quintillizos) que la de Tierno Galván cuando entonó aquello de “Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque… ¡Y al loro!”. Mientras muchos activistas abandonaron sus litronas para buscar poltronas de poder (para colocarse políticamente), otros se despistaron y siguieron mirando el país cambiante por el culo de una botella más o confundieron la grifa con la heroína (se colocaron, para sentirse pronto descolocados cuando paró al música en el juego de las sillas musicales). El caso es que la juerga dejó una resaca bíblica que amnesió cualquier matiz ideológico genuino y cualquier reivindicación de nuestro sonido anterior. Un país que había viajado más allá de la frontera francesa para buscar un destete al azar, no quería ahora ser blanco de la frase “África acaba en los Pirineos”.

La sola mención de estilos como la rumba catalana se interpretaba como una muesca dedebilidad pop, un incómodo ardor del franquismo, un eco de un pasado africanizado,folclórico, porrompompero. En aquella época, Peret asistía con cara de Rain man ante la lavadora a las macedonias que se alineaban en la tragaperras de Els Tres Tombs. El bar resiste aún ahora a escasos metros de la calle de la Cera, donde en los cincuenta se dio y pulió ídem para forjar un nuevo estilo urbano que combinaba los primeros discos de rocanrol que traían marines yanquis, las películas de ídolos mafiosos en cines donde se empleaban a fondo las pajilleras (profesionales de manejar el cinco contra uno en cines a oscuras), el mambo y los ritmos afroamericanos que procedían de las fiestas de liberados esclavos negros que aporreaban cajas de bacalao en los solares de la Cuba de finales del siglo XIX.

Peret grabando
Peret grabando

Durante el franquismo y tardofranquismo, Peret había rechazado el coqueteo de Carmen Polo, había declinado tocar para Paquito Castrato, se había choteado de los progres de americana de pana, había tocado en Alemania con un pasaporte de mujer, había filmado películas como Amor a todo gas y arrasado en escenarios de medio planeta. Antes, y aunque algunos lo atribuyen al Pescaílla, del barrio de Gracia, había inventado El ventilador, la marca de identidad de un nuevo sonido genuinamente barcelonés y avanzado a sus días grises. “La rumba neix al carrer; filla de Cuba y d’un gitanet”, cantaría el Gato Pérez más tarde.

Ya en los sesenta, los pinchadiscosde la costa mediterránea ponían, para alborozo de los guiris, Borriquito, El Mig Amic o Tracatrá, justo después de un temazo soul de Wilson Pickett, pero, abrazado el simulacro democrático, todos lo ubicaban más cerca de Manolo Escobar que de Otis Redding. “Un señor que cante y maneje una guitarra flamenca no es forzosamente un loco por la Feria de Abril, por el Tío Pepe y por las aceitunas con anchoa; un señor que cante y maneje una guitarra flamenca sin mencionar quejumbrosa y reiteradamente a la Virgen de la Macarena o a las veces que pasó, ay, mujer, por la puerta de tu casa la noche anterior a tus nupciascon otro individuo, no es ningún impostor o un deleznable oportunista comercial”, escribió Francisco Casavella en su artículo Rumba que tumba (en Elevación,elegancia y entusiasmo, Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores). El Pescaílla casaba a la rumba con el bolero, Peret, Ramonet y Los Amaya oficiaban de alcahuetes con el rocanrol y el soul y Chango Abellán, con los sonidos nuyoricas.

Tres.

Un bar de tapas-fusión-coctelería, bautizado con dudoso salero como Caramba, es lo que queda de la rumba compartiendo la calle de la Cera con la barbería latina Sireni (Bisex), el Döner Kebab Kashmir y la peluquería Pódame (cuadro pop-art,mobiliario reciclado, Nouvelle Vague en el estéreo). El eco de las palmas del Chacho, compinche de Peret y el favorito del que esto firma, no se escuchan en el Pasaje.

El Rey de la Rumba proclama a los Cuatro Vientos (nombre de otro bar de esa misma calle) que quiere montar una escuela de la rumba catalana, aunque parece que los gobiernos municipales están más por apoyar otro tipo de macrofestivales. Pero es justo ahora cuando, quizás para mantener la llama, se editan libros como Peret. Biografía íntima de la rumba catalana (Juan Puchades, Global Rhythm) o Sicus.20 anys amb sabor de rumba (Cinta S. Bellmunt, Cossetània). En la contraportada del primero, David Byrne, el tipo que puso en el mapa la Tropicalia brasileña, confiesa: “Fue como escuchar el eslabón perdido. Diría que ahí estaba la relación entre el (a veces insulso) rock del franquismo, el cante y Kiko Veneno con el resto de la rumba punk. Aparte de los ritmos y la ropa, ¡las letras eran espléndidas!”. Lauren Postigo, en cambio, le espetaba a Peret en una entrevista: “¿Tú te crees que es serio hacer una letra a un borriquito?; de verdad, entre tú y yo”.

Esa es la imagen que ha quedado,sólo abrillantada por iniciativas aplaudibles como la Diada de la rumba catalana, tras la que se esconde el Professor Xavier de este tipo de cruzadas, el músicoy diseñador Txarly Brown, que rescató el género con sus recopilatorios de Achilifunk. Si hubiera sido Andy Votel o David Holmes seguramente estaríamos hablando de otro percal. Pero la rumba retumba todavía a la espera de quien la quiera ventilar. Y aún la reivindica Dj Ragnampiza y sus palmeros de lujo todavía te pueden asaltar para encasquetarte una toalla de hotel en algún punto del barrio de Sant Antoni. Porque la rumba es ritmo y en el inicio fue el ritmo, así que no decae. “¿Se te ha caído alguna vez la guitarra en un escenario?”, le preguntaron recientemente a Peret. “No, cuesta de creer, pero jamás”. Peret, como buen mig amic, es leyenda viva. Y como se escucha en El hombre que mató a Liberty Balance, y en 24 hour party people, “entre la realidad y la leyenda, imprime la leyenda”.

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