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Reportaje:

Diario de campaña (I)

Nunca había escrito un diario, y reconozco que la redac­ción de éste me ha resultado más fácil y divertida de lo que esperaba, sobre todo me ha oxigenado y ayudado a romper con la rutina diaria y a tomarme menos en serio lo que hacía. He tomado las notas mientras los hechos ocurrían, y las he desarrollado sin mucha reflexión por­que lo que me interesaba era la pincelada rápida, inten­sa y absorbente, corriendo incluso el peligro de resultar banal. Espero no haber pecado de excesiva autocomplacencia y tampoco de hermetismo. En este aspecto aclaro: cuando digo "marzo ataca" me refiero a la cita de los Os­car, que acontece en marzo; en inglés tiene más sentido y se confunde con la película de Tim Burton. ¡Ojalá que lo que ocurra en marzo me lo tome con la misma desenvol­tura como lo ocurrido en enero!

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Diario de campaña (II)

8 de enero

Siempre que tengo en perspectiva un viaje, largo o corto, la noche anterior duermo mal y poco. Y empezar un viaje previamente cansado es una de las cosas más tristes del mundo (madame De Stael dijo que viajar era uno de los placeres más tristes).

Aeropuerto de Barajas. Hago mi entrada en el hall principal ex­hausto, con gafas oscuras y dos grandes maletones, además del bolso de mano, regalo de Louis Vuitton. Me dirijo al stand de Ibe­ria. En el corto camino, varios pasajeros con inexplicable cara de fiesta popular me gritan entusiasmados: "¡A por el Oscar!". Les dedico una sonrisa idiota, no me atrevo a decirles que las nomi­naciones no se hacen públicas hasta el 15 de febrero, no creo que aceptaran la explicación. La cosa se repite como una consigna du­rante todo el tiempo que paso en el aeropuerto. Incluso el policía que controla los pasaportes me dice, como si revelara un secreto que yo intento ocultar, pero que a él naturalmente no se le pasa por alto: "¡A por el Oscar, ¿no?!". Yo vuelvo a sonreír con cierta aprensión. Los policías todavía me inti­midan; ya se sabe, el efecto Pavlov.

Antes de pasar el control de pasa­portes tenemos que chequear el equipa­je; el plural incluye a mi asistente para todo (y productor asociado) Michel Ru­bén. un dulce colombiano polivalente que habla un inglés perfecto (lo cual me viene de perlas, aunque ponga en evi­dencia las deficiencias del mío. Pero es que él estudió allí, en Estados unidos, y yo en Extremadura, con los salesianos. Y claro, no hay color).

En el stand de Iberia facturo una sola maleta, y lo hago de un modo os­tentoso. Quiero que todo el mundo se en­tere de que llevo otra igual de grande en la mano (más correctamente, Michel la transportará sobre el lomo, a través de interminables pasillos). A la empleada de Iberia no le llama la atención, o simplemente le toca el coño. Yo esperaba que me obli­gara a facturar la segunda maleta porque no se puede transpor­tar un equipaje de mano tan voluminoso. Quiero que me lo prohi­ba, y de ese modo yo tendría la oportunidad de quejarme de todas las maletas que Iberia me ha perdido a lo largo del año, tanto a la ida como a la vuelta.

No existe dinero que pueda compensar el trastorno que supo­ne tener que buscarte un modelo en el último momento si, como es mi caso, viajas el día antes para recoger un premio. La com­pañía Iberia debe de pensar lo mismo, que no hay dinero, porque te ofrece, y se queda tan pancha, 20 dólares por kilo de maleta. Te­niendo en cuenta que sólo la maleta cuesta 200.000, y que dentro comparten espacio Armani, Versace, Gucci, Prada y Mugler..., con lo que Iberia ofrece no tienes ni para pagar los calzoncillos de Calvin Klein. En el momento de irnos, la empleada empieza a abrir la boca; pero no es para impedir que cargue con la maleta de los trajes, sino para felicitarme: "Enhorabuena por el Oscar".

Nos alejamos del stand.

Me gustaría dejar una cosa clara, y no quiero ser aguafiestas: no voy a Estados Unidos a recibir ningún Oscar; de hecho, no es­toy ni nominado. Las nominaciones se harán públicas el día 15 de febrero, y la entrega de las estatuillas se llevará a cabo a finales de marzo.

Ésta es la cruda y lenta realidad, pero también es cierto que la razón de mi inmediato y zigzagueante viaje es la de recibir va­rios premios, todos ellos confirmados e importantes (si uno se de­dica al negocio de las películas): New York Film Critics Circle, L.A. Film Critics Association, National Board of Review. Broad- castCriticsAssociation. Todos ellos en la categoría de mejor pelí­cula extranjera. También voy a recoger el International Filmmakers Award, en el Festival de Palm Springs. Y ya que estoy por la zona, asistiré a la ceremonia de entrega de los Globos de Oro, para los cuales estoy nominado, siempre en el apartado de mejor pelí­cula de habla no inglesa (en el momento de aparecer estas líneas todo el mundo sabe que el preciado globo ya está en casa, pero es­tas notas son anteriores).

Reconozco que la perspectiva es estupenda y no debería que­jarme. Es mucho mejor recoger premios internacionales que, pongamos por caso, recoger cubos de basura o carto­nes. Sin embargo, la idea de este viaje me preocupa y me agobia.

Que te den premios en el extranjero es maravilloso: lo malo es que uno tiene que ir personalmente a los sitios, emo­cionarse. ser sincero y expresarlo. Todo esto en inglés. Desde fuera parece senci­llo, especialmente si, como yo, eres hom­bre de mundo. Pero no es fácil. Recoger un premio implica mucho más que el hecho físico de recoger algo. Significa tomar un avión, con la incertidumbre que esto supone en los tiempos que co­rren. Significa que te siente bien el tra­je que compraste hace tres meses, te­niendo en cuenta que estoy en pleno de­sarrollo y mi talla cambia casi cada semana. Dado que tengo mal un oído, viajar no es lo ideal para mi endolinfa (un líquido que se aloja en la profundidad de mi oreja y que es esencial para el equi­librio). Y por último el discurso. Yo no sé mentir, y menos en inglés. Y uno no puede decir sólo gracias, que es lo que el corazón te pide. Ustedes dirán que con tanta complicación por qué no paso de todo y me quedo en casa. Sería la solución más fácil, pero a mí las soluciones fáciles nunca me han gustado. Por otra parte, es cierto que quiero agradecer personalmente el detalle que están te­niendo los medios americanos distinguiendo a Todo sobre mi ma­dre como la mejor película extranjera y una de las 10 mejores es­trenadas el año pasado (algunos la colocan en primer lugar), y me gustaría hacerlo bien, como un profesional del agradecimiento. De paso le ayudo a Sony Picture Classics, la distribuidora de la película, en su campaña para los Oscar.

Nueva York. Immigration. Nada más pisar suelo americano, lo primero que las autoridades pretenden y consiguen demostrarte es que sigue habiendo clases (y que tú perteneces a una muy in­ferior), y que las fronteras siguen existiendo.

-¿Por qué viene a Estados Unidos? -me pregunta un policía en tono tajante, con mi pasaporte en la mano.

Previendo mi respuesta, inicio una sonrisa que al policía no le hace ninguna gracia.

-No quiero resultar pretencioso, pero vengo a recoger premios -le digo y no especifico cuántos.

-Ah, sí -gruñe de modo indefinido...

Antes de que me haga otra pregunta, le explico que soy direc­tor de cine.

La respuesta parece calmarle, o simplemente le desconcierta.

Estampa con autoridad su tampón sobre una hoja de mi pa­saporte y de momento ahí queda la cosa.

El trayecto hasta Manhattan siempre es alentador. Cuando atravieso uno de sus puentes no hay vez que no admire su típico skyline sin que me produzca excitación. Me gusta esta ciudad, siempre me ha gustado.

Nos alojamos en pleno Soho. The Mercer es el último hotel de moda, está en Mercer St. con Prince. La ambientación es de tipo minimalista, pero cálido, aunque parez­ca contradictorio. El interiorista del Mercer recupera costumbres ancestra­les del siglo pasado, como, por ejemplo, utilizar objetos en vez de tarjetas. Me re­fiero a cosas tan simples como una llave de metal. En The Mercer te dan una lla­ve, que sirve para abrir tu puerta. Y en vez de armarios empotrados, invisibles, encuentras en tu habitación un armario de madera ocupando un espacio en el es­pacio. Y el suelo también es de madera, en vez de mármol (¡odio los suelos de mármol!) o moqueta. Tal vez ésta sea la razón por la que en su hall te encuen­tras siempre a la gente más cool. El per­sonal ha sido escogido en rigurosísimos castings y lo componen un grupo de chi­cos y chicas de entre 20 y 30 años que para sí los quisiera cualquier edición de la Pasarela Cibeles.

Nada más entrar nos chocamos con Sophia Coppola; al día si­guiente me la presentarían, pero de momento no nos decimos nada.

Hacemos tiempo para que llegue la noche y acoplarnos -nun­ca lo consigo- a la diferencia de horario. En Nueva York, todos so­mos seis horas más jóvenes que en Madrid. Y eso es agotador.

9 de enero

Es muy agradable despertarse en pleno Soho. Hasta ahora, siem­pre he ido a hoteles situados en la parte alta de la ciudad (el Mer­cer es el primero que abren en la parte baja). La parte alta tiene su punto, pero prefiero el toque bohemio y la tranquilidad del sur.

El invierno de Nueva York es precioso, siempre que haya un rayito de sol. Hoy es uno de esos días. Hay poca gente por las ca­lles y nada estresada (arriba, todo el mundo parece tener cosas importantísimas que hacer y poco tiempo para hacerlas). Esto es lo bueno del Soho; sus habitantes, además de tener buena pinta, dan la impresión de ser dueños de su tiempo (además de tener un gusto exquisito en lo relacionado a restaurantes, tiendas de libros, zapaterías, coffee-shops, galerías de todo tipo, desde el arte hasta la alimentación, etcétera), el ritmo es más humano y más sano. Fuera de broma, hay tiendas maravillosas. Yo no puedo comprar nada porque nada me cabe, y teniendo en cuenta que voy a estar todo el tiempo volando como una paloma equivocada no debería añadir equipaje al que ya tengo.

A pesar de todo, me inflo a comprar objetos innecesarios, pero preciosos, en la papelería Kate y en la tienda del Guggenheim Museum.

La tarde la dedico a preparar el primer discurso de mi cam­paña de agradecimientos. No quiero improvisar. No en inglés y con jet lag. Y sobre todo no quiero improvisar cuando a bote pron­to no se me ocurre nada que decir.

Tengo sesión de creatividad con Michel, en mi habitación. Lle­gamos a la conclusión de que Nueva York ha sido siempre mi ho­gar, nunca me he sentido extraño, etcé­tera; ésa será la base del pequeño dis­curso. Desechamos lo de que vengo de un país democrático y ésa es la primera razón por la que hago el cine que hago, etcétera. Tampoco puedo dedicárselo al público que tanto me quiere porque es un premio que concede la crítica.

Acerca de la ceremonia hay un pe­queño detalle que Michel aborda a me­dias. Termina de hablar por teléfono con Sony y se ha puesto pálido.

-La ceremonia va a ser en un piso alto -me dice como dejándolo caer. -¿Cómo de alto? -pregunto. -Lo más alto que has estado en tu vida... Mejor que no lo sepas.

Guardamos un instante de silencio. Tengo tan buen rollo que no le monto ningún número, pero no entiendo por qué no me lo han dicho an­tes, cuando todavía estaba en Madrid. Pero estoy en América, y faltan dos horas para la ceremonia. Decido que yo también pre­fiero no saber la altitud de mi condena.

Pero seguimos rumiando el asunto. Los de Sony conocen de sobra mis problemas de vértigo, han trabajado conmigo en otras ocasiones y saben que nunca me instalo por encima del octavo piso, razón por la cual no puedo disfrutar de las maravillosas suites que corresponden a mi status porque todas están en los pisos más altos de los hoteles. Michel me dice que Sony se lo ha comu­nicado a los que organizan la ceremonia, pero no les ha parecido suficiente razón para cambiarla de lugar. Y lo entiendo, sólo soy el representante de la película extranjera.

Estoy acojonado, pero la cosa no tiene vuelta de hoja. Como anécdota me cuentan que Paul Newman tampoco pudo subir un año, le había tomado miedo a las alturas después de rodarThe towering inferno (El coloso en llamas) y se quedó en el lobby del edi­ficio. Así que me lío la manta a la cabeza y le digo a Michel y a Sony que lo intentaré. Le suplico a Michel que esté al loro con­migo, y si ve algo raro que me baje.- Lo malo del vértigo no es que te caigas redondo al suelo, porque tu organismo obedece sólo y ex­clusivamente a la ley de la gravedad, sino que el vacío te atrae de tal modo que te entran ganas de lanzarte por la primera ventana. En serio, es una cosa muy jodida.

Llegamos a las Torres Gemelas. Entramos en el ascensor. Cie­rro los ojos, no veo nada, pero a mi oído no le engaño. Y mi oído indica que subimos a la velocidad de una nave espacial.

Cuando el ascensor se detiene y abre sus puertas, me cojo al brazo de Michel, camino muy despacio, los oídos se me han lle­nado de aire, todos los sonidos me llegan desde la distancia y mi cuerpo parece pesar mucho más de lo que pesa, que ya es decir.

Me siento muy mal, como si fuera en un barco embestido por las olas, a punto de naufragar.

Nos hallamos en el piso 106 de una de las Torres Gemelas, no sé cuál de las dos. Hago las peores entrevistas de mi vida en el hall de la fiesta, aunque en realidad no siento dolor; es como si no tu­viera cerebro, ni oído, ni capacidad locomotriz. También mi vis­ta se ha alterado como si hubiera tomado alucinógenos.

Es muy probable que estemos en la cima del mundo, como decía James Cagney en Al rojo vivo. Hay mucha gente es­tupenda. Intento interesarme por los demás y olvidarme de mí mismo. Si no existo, tampoco existe mi problema. Ca­mino dando tumbos, pero nadie me mira raro. Estamos en Nueva York, una ciu­dad donde se domina el arte de la hipo­cresía. En el camino a mi mesa me en­cuentro con Sophia Coppola. alguien me la presenta. Su gran nariz sobresale por encima de una sonrisa dulce y tímida. Nada de pecho. A mí me cae muy bien. La felicito por su primera película como directora, Las vírgenes suicidas. Sophia está casada con Spike Jonze, el director de Being John Malkovich, una de las películas premiadas.

Me sientan en la mesa con los de Sony, Michel y John Waters. John está tan divertido y dicharachero como siempre. Acaba de rodar con Melanie Cecil B. Demented, parece muy satisfecho: al fi­nal de una conversación sobre Antonio y Melanie que no pienso reproducir me pregunta: "¿Tú crees que su matrimonio es para siempre?". Yo encuentro la pregunta de una rara trascendencia. "Por el momento, sí", le respondo. Pero entiendo que eso no es ninguna respuesta.

Se acerca a nuestra mesa Richard Corliss, el crítico de la re­vista Time, con su mujer. Este buen hombre ha proclamado desde su prestigiosa tribuna que All about mymother es la mejor pelí­cula del año. Encabeza su lista junto a nueve más. Acaba diciendo que el espectador que no se sienta emocionado al verla debería ir al cardiólogo, porque su corazón no está bien. Cuando por fin me entero de quién es (Michel me lo tiene que gritar varias veces al oído) me lanzo a los brazos del crítico y con todos los gestos posi­bles le muestro mi agradecimiento. Agradecimiento sincero, pero torpe y atropellado. El buen hombre achaca mi estentórea torpe­za al jet lag y a la bebida, y no parece molesto, todo lo contrario.

Como no hay televisión, la gala resulta distendida y a un rit­mo más acorde con las emociones que con el tempo televisivo. Cada premio va precedido del discurso de alguien que dice cosas muy bonitas sobre el premiado, al cual le entregan una placa y después el premiado lo agradece como mejor puede. Tengo la im­presión de que todo lo que se dice es de verdad. Sarah Jessica Par­ker presenta y alaba a Catherine Keener, mejor actriz secundaria por Being John Malkovich. El espectador español la conoce por las películas de Tom Dicillo y Amigos y vecinos (Neil La Bute). La Keener es de esas actrices, de personalidad árida, con una pinta más inteligente de lo normal y que hace muy bien de bollera. Es un premio muy neoyorquino, ella está estupenda en la película de Spike Jonze, pero por los rumores no parece probable candidata al Oscar. El guión, sin embargo, según todas las quinielas, cuen­ta con muchas posibilidades.

Lily Taylor, con su tímida calidez, presenta y piropea a Hillary Swank, mejor actriz porBoys don't cry. Me gusta ver a las actrices emocionándose al hablar de otra actriz. Se nota que no existe guión previo. Hillary Swank es una joven actriz, oriunda de la televisión, muy guapa, delgada, con pómulos acera­dos, y parece destinada a compartir el olimpo final con otras cuatro diosas. De­dica el premio a todos los que hicieron la película, y especialmente a su marido, Chad Lowe, hermano de RobLowe.

Todos los premiados fuimos muy aplaudidos, pero la ovación se la llevó el operador Freddie Francis. Recibía el premio a la mejor fotografía porThe straight story, de David Lynch. Me ale­gro muchísimo, espero que Lynch esté entre los cinco nominados cuando mar­zo ataque... El señor Francis anda por las ocho décadas, ya había trabajado con Lynch en El hombre elefante, pero antes se había encargado de colorear los títu­los más famosos de la Hammer. Un ma­estro. A pesar del vértigo, a la salida me arrodillo ante él, en muestra de veneración.

Cuando le llega el turno a John Waters, los invitados se ríen bastante con la presentación que hace de mi trayectoria. El mo­narca del trash defiende el resto de mi filmografía, frente a los que sólo se han fijado en Todo sobre mi madre, y dice que mis perso­najes son el tipo de gente que a él le gustaría invitar a cenar. "Como creador de personajes femeninos, Almodóvar hace que George Cukor parezca Otto Preminger". Ésta es una de las frases que más carcajadas levanta entre los invitados.

Cuando me llama al estrado, escucho muchos aplausos, aun­que por mi estado los oigo desde muy lejos. Siento que camino a cámara lenta. La voz me suena débil, creo que debo hacer una mención a la altura, aunque sólo parece afectarnos a Paul Newman y a mí. Estoy a punto de explicarles la razón de mi inestabi­lidad: a principios de los cincuenta, yo tenía unos tres años, me dio o cogí el sarampión (no recuerdo mi grado de responsabili­dad); en España no se conocía bien el efecto de los antibióticos. El practicante de mi pueblo se excedió en el uso de la estreptomici­na, resultado de lo cual yo perdí totalmente la audición de un oído. Por eso tuerzo la boca, tengo vértigo a veces y doy respues tas surrealistas. No sé por qué, me parece que no procede contar­le a tan sofisticada audiencia la historia de la posguerra españo­la. Les hablo, sin embargo, de mi relación con Nueva York, una ciudad en la que nunca me he sentido un extraño... No sé cómo, pero consigo hilvanar unas cuantas palabras, tras las cuales re­cojo mi premio y vuelvo a mi mesa.

Le comento a Michel y a John el poco control que tengo de mi voz y de mis movimientos, pero según ellos no se ha notado nada. O sea, que sólo yo sé que floto. Cosas de la endolinfa.

Una vez terminada la ceremonia, mientras esperamos el as­censor, David Lynch me cuenta que en 1974 estrenóEraserhead y que no iba casi nadie a verla. Un día descubrió una enorme cola delante de la taquilla del cine, y no dio crédito: cuando se acercó comprobó que no era para ver su película, si noFemaleTrouble, de John Waters.

John completa el comentario con algún recuerdo. Me gusta verlos juntos, a John Waters y a David Lynch, tan distintos, tan salvajes, tan impropios para la cinematografía americana, tan amigos míos y tan educados.

Pienso con nostalgia en el cine inde­pendiente americano de hace 30 años, dos de cuyos puntales me acompañan mientras me lanzo al abismo desde un piso 106, en ascensor.

10 de enero

Un día de perros.

Hacemos una larga entrevista en ví­deo para incluirla en la versión ameri­cana del DVD de Todo sobre mi madre.

Llueve de la mañana a la noche. Mi­chel y yo nos metemos en el Quad, un cine histórico (de los pocos que han so­brevivido) donde han puesto algunas de mis primeras películas. Encuentro un cartel anunciando Más que amor frenesí. "De la tie­rra de Almodóvar...", dice el anuncio. Es feísimo, pero muy gra­cioso, y además aparece Bibi. Le hago una foto para enseñársela.

Vemos Boys don't cry. La película está basada en una historia real, la de Teena Brandon. que quiere vivir como Brandon Teena. Es decir, una chica que se siente chico y ansia vivir como tal. Em­pieza a llamarse Brandon Teena y a utilizar ropa masculina en un pueblo donde nadie la conoce. Pronto se hace con un grupo de amigos muywhitetrash, se enamora de una chica..., pero después de varios meses, la gente con la que convive descubre su primera identidad. Dos de sus amigos la violan y la matan.

Entiendo el premio que la noche anterior le otorgaron a la des­conocida Hillary Swank. Está impresionante. Oiremos hablar mu­cho de ella. La película cuenta bien lo que quiere contar, pero lo extraordinario son las interpretaciones de las actrices. Hillary Swank está acompañada por una Chloé Sevignv radiante de ino­cencia y sordidez. Chloé posee una mirada pegajosa, no recuerdo haber visto una mirada tan lúbrica en una pantalla.

Fuera sigue lloviendo.

11 de enero

Me levanto pronto para terminar de hacer las maletas. Viajamos a Los Ángeles.

En el hall del hotel, Gus van Sant desayuna con dos chicos. Me quedo hablando con ellos hasta que llegue Michel. Después de felicitarme, Gus me pregunta por un antiguo proyecto, El hombre que se enamoró de la luna, según la novela de Tom Spanbauer. Le explico que nuestra opción expiró hace un año, no en­contré al escritor adecuado para coescribir el guión. Actual­mente, los derechos están en manos del productor de The fight club.Gus vive en la misma ciudad que Spanbauer; son amigos, me dice que el autor de la novela en que está basadaThe fight club es alumno de Tom. Por lo visto, Spanbauer tiene una espe­cie de taller para escritores en Portland, Oregon.

El viaje a Los Ángeles es eterno. No llego a aceptar del todo que dure casi tanto como el de Nueva York-Madrid. Me molesta un poco la sinusitis, así que ni leo ni tomo notas. Nada. Vegeto, que es como los budistas llaman a la meditación trascendental.

A mí se me hace eterno.

En Los Ángeles somos nueve horas más jóvenes que en Madrid, pero ni a Michel ni a mí se nos nota. Nos instala­mos en el hotel Sunset Marquis. Desde Mujeres..., siempre que vengo a la ciu­dad me alojo aquí. Las habitaciones y las villas están construidas alrededor de un precioso jardín interior. El piso más alto es un segundo piso. Tengo tantos recuerdos que los tristes neutralizan a los alegres. Pero me gusta reconocer el lugar y a parte del personal. En una ciu­dad como Los Ángeles, esto se agradece.

Aunque el viaje ha sido largo, tene­mos todavía medio día por delante. Ventajas de viajar en el tiempo.

Para combatir eljet lag llamamos inmediatamente a la habitación de Penèlope Cruz, que también se hospeda en el Sunset. Se quedará tres meses, hasta que termine el rodaje deBlow, una película di­rigida por Ted Demme (Beautiful girls) y protagonizada por ella y Johnny Depp. El rodaje empieza a mitad de febrero.

La presencia de Penélope nos alegra el día. Amo a Penèlope. Está un poco más morenita (en la peliinterpreta a una colom­biana, por eso la morenez). Penèlope trata de tomar el sol cuan­do puede: el que piense que Los Ángeles -como Tenerife- tiene seguro de sol, se equivoca; también hay días grises. La historia está basada en la vida de un narco colombiano, colaborador de Pablo Escobar, y de su mujer. Penélope está aprendiendo a decir todo tipo de tacos en colombiano y spanglish; cuando nos los re­pite nos tronchamos. Va a estar maravillosa. Ella es la esposa del narco, claro, y además de cocainómana acaba convertida en les­biana. Supongo que porque así tenía que ser, no porque la coca lleve a lo otro.

Michel y yo no pensábamos hacer nada por la noche, excep­to matar el tiempo para no acostarnos demasiado pronto. Penè­lope ha quedado con unos amigos y pos invita a acompañarla, van a ir a jugar a los bolos.Los amigos de Penèlope son antiguos compañeros de traba­jo. El director y actor Billy Bob Thornton, con el que ha rodado Ali the pretty horses.Matt Damon. protagonista de la película y actual nominado al mejor actor en los Golden Globe por The talented Mr. Ripley, de Minghella. A Matt le acompaña su novia, Winona Ryder. Avanzada la noche se nos une Charlize Theron; para mi sorpresa, sin los mofletes con que suele fotografiar en cine.

Billy Bob surgió del anonimato cuando hace unos cinco años fue nominado como mejor guionista, director y actor porSling biade.Tipo talentoso donde los haya, nadie le conocía hasta en­tonces: después le hemos visto en montones de películas como actor, pero sus cualidades camaleónicas impiden a veces reco­nocerle.Pretty horses está basada en la novela de Cormac McCarthy, ganadora de un Pulitzer. es la segunda película que di­rige, y en Hollywood se espera mucho de ella.

Todos adoran a Penélope.

A Michel se le nota impresionado, creo que es el único sin­cero. y que Matt. Winona y yo tratamos de disimular lo encantados que esta­mos de coincidir en la bolera. A Billy Bob ya le conocía de la vez anterior y no me puede caer mejor.

Jugamos dos rondas. Yo estoy fatal, muy por debajo de mis posibilidades demostradas en mi añorada Stella, cuando Alaska llevaba el local.

Nos relajamos enseguida. Todos es­tamos encantados de compartir bolos y Penèlope. Winona tiene una cara pre­ciosa, una piel blanca privilegiada para acaparar la luz, ojos, nariz y labios vi­vos y perfectos. Brazo gordo (!). Me sor­prende, en cine no da brazo gordo. Va vestida ideal para el lugar. (A propósi­to, la bolera se llama Hollywood Bow­ling. Es un lugar con mucha solera, yaparece enThe big Lebowsky, de los hermanos Coen. Es la bole­ra a la que suelen acudir Jeff Bridges y John Goodman, y don­de también está John Turturro interpretando a un extraño per­sonaje latino vestido de morado. En el mostrador donde nos dan los zapatos hay una foto de la película). Winona va de Jean Seberg caminando por los Campos Elíseos en A bout de soufflé;tal vez no lo haga a propósito:nicki a rayas, ceñido y con manga cortita y delatora; pantalón ceñido, negro, por encima de los tobi­llos; zapato bajo, y pelo muy corto. Me dice que está dispuesta a aprender español para trabajar conmigo. El brillo de sus ojos te impide prestarle atención al resto. Le digo que soy yo el que debe mejorar su inglés para trabajar juntos.

Matt Damon, como suele ocurrir, gana al natural. Las porta­das del Premiere americano insisten en mostrarle como el típico americano rubio, brutote y de eterna y desmesurada sonrisa. Y no es eso. Es cierto que el chico sonríe, pero con timidez y dis­creción. lo cual multiplica su encanto personal. No es tan rubio y resulta mucho más inteligente de lo que da en las fotos. Está lleno de inquietudes, es aplicado y aprende con rapidez, como demuestra enThe talented Mr. Ripley (Highsmith-Minghella).

Cañón de chico, con un punto muy especial e inquietante.

Aunque pierdo en los bolos, me olvido del jet lag.

Inevitable comentario: "Te estás especializando en trabajar con los novios de Winona", le digo a Penèlope. Billy Bob escucha mi comentario y sonríe con su bocaza dentona. "Si te apetece", me ofrece, "mañana puedes ver algunos rollos de Ali the prettyhorses. Estoy terminando de mezclar la película".

Acepto. Justamente mañana es el único día que tengo libre en todo lo que queda de año.

12 de enero

Me bajo a la piscina y nado un poco. El mero hecho de no tener compromisos (excepto el de Billy Bob) me hace feliz. La única contrariedad es que quería adelgazar varios kilos hoy, aprove­chando que no tengo obligaciones. Así que me autocondeno a ensaladas y ejer­cicio físico.

Nado un poco más y como con Michel al aire libre, mientras veo una y otra vez las cifras delVariety. Estamos entre los 30 primeros y ya hemos pasa­do los tres quilates de dólares.

El personal del restaurante nos co­noce y nos trata con familiaridad. Chachi.

Pido sólo ensalada, sin postre. Me he inventado una frase que a los cama­reros les hace gracia: "I don't deserve a dessert" (no merezco postre). Todos sonríen cuando la digo.

Vemos llegar a Diane Ladd. bastan­te gorda, embutida en dos piezas que, aunque no lo sea, su volumen las con­vierte en algo parecido a un chándal. Yo dudo un momento, el camarero me recuerda en voz baja quién es. Poco después llega Billy Bob Thornton, pasa de nosotros y se reúne con ella y el hombre que la acompaña. Ahora caigo que Billy Bob es la pare­ja de Laura Dern. hija de Diane, que a su vez es hija de Alan Ladd, y en algún momento de su vida concibió a Laura con Bru­ce Dern.

Ahora la recuerdo perfectamente haciendo de madre de su hija en Wild at heart, creo que estuvo nominada. Michel me re­cuerda que también estaba maravillosa en Alicia ya no vive aquí. Cierto. Siempre me ha gustado Diane, incluso en su talla actual. Me acerco a su mesa, saludo a Billy Bob, me recuerda que una hora más tarde nos veremos en el estudio donde está mezclando.

Rindo pleitesía a Diane Ladd y vuelvo a mi ensalada.

Cuando llegamos a los estudios, lo primero que me llama la atención es el hall, como con piedras y palmeras; miro hacia abajo y descubro en el suelo una combinación insólita: ¡pizarra con moqueta! No doy crédito a mis ojos.

Cuando hacemos nuestra entrada en la sala, todo se detiene, hombres y máquinas. Michel es testigo. Los humanos, es decir, los técnicos, están a punto de darme ima ovación. Billy Bob me presenta, y todo el mundo se deshace en elogios. Al poco tiempo llega Diane Ladd con su marido. Billy Bob debió de invitarles a ellos también. Vemos dos rollos con varias intermpHnnet: en las que el director corrige algunos detalles. El material tiene una pinta mejor que buena. Western onírico, hipnótico, sentimental y melancólico: en estos dos rollos ya sobresalen la música, la fo­tografía, Matt Damon y nuestra Penèlope. Cuando aparece ella, parezco la madre de la artista. La Niña está maravillosa, se lla­ma Alejandra y es mexicana. Se la entiende perfectamente en inglés y rebosa ternura y emoción. No sé qué pasará con la pelí­cula, para el gusto americano tal vez sea demasiado arty y un poco larga. Dura más de tres horas. De lo que estoy seguro es de quePenèlope va a arrasar. Por lo visto, el estudio quiere llevar­la a Cannes; o sea, que pronto oiremos hablar de ells..

En una de las interrupciones para que los técnicos hagan una corrección en el sonido, salgo al gran hall y me dirijo a una especie de bufé permanente. Los americanos son muy dados a tener siempre cosas de comer en los lu­gares de trabajo. Me olvido de que me he prometido a mí mismo perder tres kilos hoy. Lo malo de comer sólo una ensalada es que a la hora vuelves a te­ner hambre. Me preparo un té muy rico y se me va la mano inconscientemente hacia una magdalena tamaño gigante hecha con harina integral, por eso su color marrón oscuro. Al poco tiempo llega Diane Ladd y le echa un vistazo a una magdalena restante. Me pide per­miso con los ojos, yo la animo mientras mojo la mía en el té. Como vo. Diane se siente culpable. Es el momento de ma­yor complicidad de cuantos he vivido en este inmenso país. Y ocurre sobre un suelo de pizarra y moqueta, lo que demuestra que no hay que tener pre­juicios con la decoración, lo que importa son las personas. Y las magdalenas, que aunque parezca innecesario, aquí las llaman muffin.

13 de enero

En la calle Alta Loma, justo frente a mi villa del Sunset Marquis. hay un edificio altísimo cuya superficie sirve de soporte a las grandes campañas publicitarias. La fachada que da a Sunset Boulevard la ocupa en su totalidad el póster dePlnyitto the bone, la última película de Antonio, con WoodyHarrelson, diri­gidos por Ron Shelton. Shelton, hasta ahora, sólo ha hecho pelí­culas de deportes, cuyo mayor éxito sigue siendo Los búfalos de Durham. La película de Antonio se proyecta sólo en un cine para poder optar a alguna nominación, pero me temo que se han decidido demasiado tarde. Este año hay saturación de películas nominables. Y casi todas estrenaron en diciembre. Es un mila­gro que Mother (así abrevian el título de mi última película en los medios) esté sobreviviendo a tanta inflación.

De todos modos, me impresiona ver la imagen de Antonio, tamaño edificio de 12 pisos, en electo,bigger than Ufe (size), do­minando el panorama trufado debillboards de Sunset Boule­vard.

Le llamo por teléfono. Noto a Antonio un poco decepciona­do, pero se le olvida pronto.

Esperaba que los Golden Globe se hubieran fijado al menos en Melanie, protagonista de Crazy in Alabama (la nominan de todos modos, por su papel en una película de televisión sobre la RKO; Melanie interpreta a la actriz Marión Davis). Tampoco Play itto the bone ha tenido mejor suerte en el reparto de nomi­naciones. Pero Antonio está lleno de proyectos que suenan muy bien: el inmediatoDancing in thedark con Angelina Jolie, la niña mala de aquí.

Mi hermano Agustín llega a Los Ángeles por la tarde, y lo hace con todo su equipaje, no entiendo cómo. Una vez en el ho­tel le muestro el campañón que está ha­ciendo Sony enVariety, L.A. Times y The New York Times. Páginas enteras con el cartel, fotos en solitario de Ceci (para que la consideren en el apartado de mejor actriz) y foto mía con la Sa­grada Familia de fondo, mirando por la cámara, pidiéndoles a los académicos que tengan el mismo detalle con un ser­vidor en el apartado de meior director. A mi hermano le impresiona y satisfa­ce. Por un momento se olvida deljeilag, al cual los Almodóvar somos muy propensos. A eso y a la obesidad, pero todo el mundo sabe que no somos per­fectos.

Por la noche vamos a casa de los Banderas. Antonio está hecho un roble, se machaca diariamente en su gimnasio y no está tan delgado como el verano pasado. "Toca, toca", me in­vita a comprobarlo por mí mismo. Le toco el brazo, los músculos tensos. Roca de acero. Antonio ansia estar en plena forma física para su próxima película. "Hace tiempo que no me ofrecían este tipo de papel", nos comenta (conmigo han venido Penélope, Tininy Michel). Antonio se refiere a papeles fuertes con alto con­tenido carnal. "Ése es tu origen", le digo en broma. "Recuerda que en Átame eras un atleta sexual, por no mencionar tu incur­sión en el soncore con Rebecca DeMornay" (No hables con ex­traños). Antonio lo recuerda, se ríe y nos habla con entusiasmo deDancing in the dark y de su explosiva compañera, Angelina Jolie. Yo creía que con ese nombre era una actriz porno o un tra­vestido. Todo el mundo en Hollywood habla de ella, especial­mente ella habla demasiado de sí misma. De su afición a los cu­chillos, a las drogas y a las chicas. Es excepcional que consiga trabajar en esta ciudad y en esta industria, sin duda las más pu­ritanas del orbe. La chica tiene talento, extremidades intermi­nables, labios supergordos (por lo visto naturales), brazos tipo palillo. Mirada líquida y felina, toda ella respira pecado. De su padre, John Voight. haheredadado unos graciosos mofletes.Hablamos español mientras Melanie nos prepara algo de co­mer. De pronto nos dice, con esa sonrisa tan suya: "Yo estaré las veinticuatro en el rodaje". Lo dice como en broma, pero tengo la impresión de que, llegado el caso, no le importaría.

Más que el comentario, nos sorprende que nos entienda cuando hablamos en español a velocidad vertiginosa.

Las visitas a los Banderas suponen siempre un relajo en nuestro programa americano. Antonio posee la casa más gran­de de Hollywood. De estilo español, construida en los años vein­te, tiene unas 29 habitaciones distribuidas en dos pisos. Suelo de barro cocido, artesonado de madera en los techos, forja de hie­rro en alguna de las ventanas. Además de las habitaciones tiene tres o cuatro salones grandes, piscina interior y árboles en la en­trada tan antiguos como el siglo. La casa es bonita, llena de de­talles; posee una atmósfera deliberadamente sombría. En Los Ángeles y en Nueva York encuentran que la oscuridad es ele­gante. Al menos para los interioristas, es tipo dogma de fe. Por buena vista que uno tenga, nadie puede leer el menú en un res­taurante mínimamente cool. He oído que Robert de Niro lleva su propia linterna cuando sale a comer fuera.

Estamos comentando el detalle de Sharon Stone: después de ser nominada por La musa (Albert Brooks), como mejor actriz de comedia, envió de regalo a todos los miembros del ForeignPressun reloj marca Coach. de unos 300 dólares. La totalidad de los miembros se lo devolvió. El incidente aparece expuesto con toda crueldad en toda la prensa americana. Nosotros también nos hacemos eco. De pronto, Antonio y Melanie salen corriendo despavoridos, dejándonos con la palabra en la boca. Vuelven a aparecer enseguida, Melanie trae enrollada en las caderas y en el cuello a la pequeña Stella. "Se ha despertado y ha ido a nues­tra habitación, y como no nos ha visto se ha asustado", explica Antonio. La niña pasa de los brazos de la madre a los del padre, y viceversa. El pelo, rubio con cantidad de mechas naturales, le cubre la cara. Es preciosa. Más guapa que la madre. Melanie la arrulla, le promete que nunca la dejará, papi tampoco. Stella ronronea, más tranquila.

Nos despedimos de los tres.

Penélope, Michel, Tinín y yo nos dirigimos en silencio hasta donde tenemos aparcado el coche. A los cuatro se nos queda en la cara expresión de arrobamiento.

14 de enero

Viajamos a Palm Springs en limusina, los cuatro.

Compromisos: tenemos que asistir a la gran gala del festival. Yo tengo también que participar en una mesa redonda (un pan- mi, dicen aquí) acerca del futuro del cine en el nuevo milenio. Variety me va a dar un premio, al cual debo asistir, claro, para recogerlo. También hay una proyección de la película. Se supo­ne que entre el público habrá bastantes académicos, retirados y residentes en Palm Springs. También hay organizada una re­cepción en mi honor en casa del doctor Kaminsky, organizador en el festival de algunas de sus secciones. Cuando mi generoso anfitrión mencionaba todo esto en el fax que recibimos en Ma­drid. me insistía en que a la recepción asistirían cantidad de vo­tantes activos a la mejor película extranjera.

El fax añadía: "Todo esto lo hizo el año pasado Roberto".

Al igual que miles de penitentes (entre ellos Shirley McLaine) hacen el Camino de Santiago, yo he emprendido sin saberlo el camino de Roberto. Cada paso que doy, cada premio que reci­bo provoca a mi alrededor idéntico comentario. Igual que Be­nigni el año pasado.

Cuando me muestro un poco reticente, el publicista de la Sony esgrime impasible su argumento más contundente: "Esto lo hizo Roberto Benigni el año pasado y ya ves cómo le fue".

No sé cuánto tardaría mi admirado Roberto en llegar a Palm Springs; a nosotros nos dijeron que el camino se hacía en dos ho­ras y tardamos cinco. Es viernes y rush hour.

Pero el viaje no se nos hace largo. Penélope extrae de su zurrón de piel de Chanel un ejemplar del GQ americano. La re­vista saldrá en dos días, y Penélepe viene en portada, una Pené­lope leonina, demasiado maquillada para mi gusto, pero en cual­quier caso arrebatadora. "Cruz control", reza el gran titular, "Jennifer López, watch your back" (Jennifer López, mira quién viene detrás). A Penélope, siempre discreta, le molesta la refe­rencia innecesaria a Jennifer López, pero si yo fuera una actriz latina afincada en Hollywood me preocuparía mucho la irrup­ción de Penélope. O haría lo que ya ha hecho la otra latina en liza, Salma Hayek: convertirme en íntima de Penélope y alejar­me lo más posible de donde ella esté. Ya que Penélope está ha­ciendo cine en inglés en Hollywood. Salmita ha vuelto a rodar en español, y en España.

Se nos hace de noche en el camino. Paramos para desaho­garnos y estirar los miembros.

A la vuelta en el seno de la limo hablamos de temas trascen­dentes mientras comemos pipas de calabaza que Tinín ha com­prado-en la gasolinera. Parecemos una escena de Todo sobre mi madre, la de la fiesta en casa de Manuela.

Pedro Almodóvar descansa en el aeropuerto de Barajas en 2000.
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