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Suiza, la cara de la hipocresía de Europa

Los cineastas Carlos Iglesias y Fernand Melgar dialogan en Gijón sobre la inmigración y la mentira social

A un lado de la mesa, Fernand Melgar (Tánger, 1961). Director y documentalista suizo criado en Lausana desde los dos años. Sus abuelos eran de Ronda, emigrantes que pensaron que sus hijos tendrían una vida mejor -y más libre- en Tánger. Pero sus vástagos también tuvieron que buscarse la vida en otro sitio y se fueron a Suiza. Melgar dio la campanada con el documental La fortaleza (2008) y este verano provocó todo un terremoto social en su país con Vuelo especial, sobre un centro de internamiento de inmigrantes a punto de ser enviados maniatados y con caretas en vuelos especiales a su país de origen. Al otro lado de la mesa, Carlos Iglesias (Madrid, 1955), cómico y director de Un franco, catorce pesetas (2006), una mirada atrás sobre la inmigración española en Suiza, y de Ispansi (2011) . Por casualidad, ambos han coincidido hoy en el Festival Internacional de cine de Gijón: Iglesias está de promoción de Los muertos no se tocan, nene, de José Luis García Sánchez, que se estrena mañana en Asturias; Melgar concursa en la sección oficial del certamen de cine.

EL PAÍS los ha juntado para que hablen sobre inmigración en Suiza y en Europa, aunque antes de la charla ya han saltado chispas: Iglesias ha asistido a la rueda de prensa de Melgar y, aunque está de acuerdo en muchas cosas con el filme, ha acabado polemizando con el suizo. Durante el encuentro para este diario, y aunque repiten que coinciden en muchas opiniones, no ha acabado de haber entendimiento.

Fernand Melgar. Antes de empezar, tengo que confesarte que la dueña de la panadería donde desayuno todas las mañanas era vecina tuya en tu infancia en Uzwil. Creo que incluso alquilaste su casa en el rodaje de Un franco, catorce pesetas. Ella me empujó a ver tu película.

Carlos Iglesias. ¡Qué fuerte! Me envió un correo electrónico contándome que a ella le había emocionado la historia. Yo hice ese filme porque quería contar que no todo es de color de rosa, que la inmigración siempre hace que añores lo que dejas atrás. Ahora quiero rodar, producido por Juan Gona, la segunda parte: Un franco, veinte pesetas. Ya somos turistas. Será una comedia que transcurre ocho años después, que muestra la visión de volver ya como turistas, y con dinero, a Suiza. Por cierto, yo también conozco tu trabajo, aunque no he visto Vuelo especial. En Suiza todo el mundo habla del revuelo que has montado. Creo que en Suiza hay dos discursos: los que estuvimos allí y nos volvimos, que nos ha quedado una nostalgia tremenda por Suiza -al menos la mía es brutal-; y los que se quedaron allí, idealizando el territorio de sus padres, sin valentía para volver.

Pregunta. Las dos películas reflexionan sobre lo mismo: qué rápidamente olvidamos de dónde venimos. Los españoles ya no nos acordamos de nuestro pasado de inmigración; algunos de los funcionarios en Vuelo especial son inmigrantes que ahora hacen de carceleros de otros inmigrantes.

F. M. Tu Un franco, catorce pesetas me parece un poco idealización de la Suiza de los sesenta. Me recuerda a Pan y chocolate. No es la inmigración que por ejemplo conoció mi padre, tal vez porque tú estuviste en los años dorados, de 1960 a 1966. Pero insisto en que la inmigración está conformada por historias individuales, que no se puede generalizar. Tu familia tuvo suerte. Era el periodo de oro, cuando los patrones suizos buscaron la mano de obra en el sur de Europa. Mi padre, electricista, ganaba un tercio de lo que debía cobrar, mi madre, costurera, también. Era generalizado.

C. I. No, no era así, pagaron por igual.

F. M. No, tengo muchos testimonios. Aunque aún así el sueldo era mejor que el que hubieran recibido en España. Yo creo que no pensaban en el regreso. A finales de los sesenta, el líder de la ultraderechista Acción Nacional ya intentó expulsar a los extranjeros, a unos 300.000 personas. Y eso que estábamos en el mejor momento económico. En 1967, 1969 y 1971 hubo esos intentos. Y vivíamos una segregación espantosa. Y poco a poco su corazón se cerró, de un optimismo de un país que parecía maravilloso se pasó a anhelar la vuelta. Lo curioso es que esas iniciativas fueron contrarrestadas por la derecha, ya que eran los patronos los que necesitaban esos obreros. Hoy el más virulento con los inmigrantes es también inmigrante, pero asentado, porque tiene miedo a perder su estatus.

C. I. Eso es cierto. Pero yo he hecho reportajes y compartido realidades con centenares de personas de mi zona, y todos ellos cobraron lo mismo, aunque es cierto que trabajaron en la industria. Y lo sabían porque algunos incluso eran los encargados de repartir la paga semanal. Hoy en España, si eres inmigrante sin papeles cobras solo un tercio de lo que mereces, y si posees documentos, la mitad. Y la cifra la dieron en Telemadrid, un canal de derechas. Contra lo que nos pasó a nosotros, la inmigración actual quiere quedarse allí. Llegó a haber hasta medio millón de inmigrantes españoles en Suiza y quedaron unos pocos. Por cierto, bastantes sin papeles, a pesar de que hoy la mayoría haya olvidado ese detalle. Yo entiendo que tú vives en Suiza y debes ser crítico con ellos. Yo vivo en España y debo criticar a estos, y me molesta es que habiendo pasado por todos estos problemas, seamos aún más fríos que lo que fueron con nosotros. Los pueblos con pasado siervo -y no ciudadano- sin justicia social acaban machacando a sus inferiores. Es una mala leche en el estómago que en cuanto podemos aplastamos.

F. M. En Suiza inventamos el demoniaco truco genial del permiso de trabajo temporal: venían 300.000 personas por nueve meses cada año sin dejarles asentarse ni tener posesiones. Eran esclavos baratos. En 2004 se paró el sistema porque comenzó la libre circulación en Europa. Hoy en día hay unos 300.000 sin papeles, como los de mi película, que incluso pagan impuestos, y son explotados. Es la gran hipocresía social, el decir que los problemas nacen de ellos. ¡Alguien los usa y los explota! Suiza no es un país ideal y quiero que se sepa. Como los campos de detención en África para retener a la gente que quiere venir a Europa. La UE paga campos de detención en África.

C. I. Hay una hipocresía mayor. ¿Hasta dónde vamos a seguir así? ¿Estamos dispuestos a renunciar a parte de nuestras riquezas para dárselos a ellos? ¿Estamos dispuestos a abrir las fronteras? La pobreza no hay muros que la contenga. Ante los discursos de bonhomía, ¿quién va a renunciar a su móvil, su segunda televisión, por ellos? ¿Quién decide el número de inmigrantes que pueden entrar o no?

F. M. Y eso que los necesitamos, que a nuestros viejos los cuidan inmigrantes, que nuestras naciones envejecen y ellos pagan nuestros impuestos, que la inmigración rejuvenece nuestra sangre.

C. I. Por supuesto, pero si abrimos las puertas, vendrán todos, porque hasta en la cabaña más humilde ven cómo vivimos. Claro que van a venir, lo haces por cojones. Y por eso insisto: somos hipócritas, nos duele esa niña pequeña subsahariana que nos llevaríamos a casa, pero pasamos de la anciana sin dientes. ¿Estamos dispuesto a que vengan todos? Porque o todos o ninguno. Y el resto son hipocresías.

El director suizo Fernand Melgar (izquierda), que compite en la sección oficial del Festival de Cine de Gijón con el documental 'Vol spécial' sobre un centro de detención de inmigrantes en Suiza, conversa el director del certamen, José Luis Cienfuegos.
El director suizo Fernand Melgar (izquierda), que compite en la sección oficial del Festival de Cine de Gijón con el documental 'Vol spécial' sobre un centro de detención de inmigrantes en Suiza, conversa el director del certamen, José Luis Cienfuegos.JUAN GONZÁLEZ (EFE)
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