_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Javier Pradera dentro del PCE, una intensa y efímera estadía

La vida orgánica de Javier Pradera, como de manera eufemística se llamaba a la militancia dentro del Partido Comunista de España (PCE), se caracterizó por una cierta singularidad. Cada militante solía aportar una suerte de dote cuando se integraba en la organización: unos, su trabajo organizativo; otros, su entusiasmo revolucionario; otros más su disciplina y unos pocos, su capacidad de análisis. Junto con su condición de teniente auditor militar, esta última fue su principal aportación, derivada de su extensa cultura y unida, señaladamente, a las relaciones que por sus vínculos familiares mantenía con personalidades del régimen o diletantes del mismo, como lo fue Dionisio Ridruejo, al que le unía sincera amistad y profunda admiración intelectual y literaria.

Más información
Muere a los 77 años Javier Pradera, el gran intelectual de la Transición
Un oficio de caballeros
Javier Pradera, galardonado por su labor en la Transición

La entrada del joven teniente jurídico en el PCE le fue dada por Julio Diamante, cineasta, que cuenta hoy con 80 años. "La idea de adentrarle en el Partido fue mía, no recibí instrucciones de nadie. Sabía que era un hombre valioso, muy prudente, inteligente y culto, además de buena persona y con sentido del humor", señala. "Fui yo quien le presentó a Jorge Semprún, miembro del Buró Político del PCE: era el verano de 1955 y los tres nos reunimos en una terraza que había en la Castellana, frente al arranque de la calle de Goya".

Diamante se refiere muy probablemente a la cafetería Toronto, que así se llamaba la terraza allí enclavada entonces. Y prosigue: "El caso es que Jorge y Javier se cayeron mutuamente muy bien y nació entre ellos una amistad de muchos años". Las reuniones de Pradera con dirigentes del partido se celebraban en lugares públicos o bien en la casa del propio Julio Diamante, en la calle de Castelló, 46. De Enrique Mújica, del que fue muy amigo, le preocupaba su extraversión y su facundia, ya que la prudencia obligaba a Pradera, entonces militar, a mantener una discreción plena sobre su militancia política, que la desbordante actividad de Múgica podía comprometer atrayendo hacia su entorno la atención de la Brigada Político Social, la policía política del franquismo o en su caso, al servicio de información del Ejército. "Sin embargo", precisa Diamante, "creo que Enrique se hallaba entonces cumpliendo el servicio militar en el País Vasco y él y Javier se vieron poco". El cineasta afirma que un año después de la entrada de Pradera en el PCE, los acontecimientos universitarios en la Complutense, en 1956, llevaron a la detención de ambos. "Javier cumplió arresto de unos cuatro meses, según creo, en un penal militar de la zona de Alcalá de Henares".

Otro de los lugares en los que los dirigentes y cuadros comunistas se reunían era en el barrio de Argüelles, en la casa de Domingo Dominguín. Pertenecía a la renombrada saga taurina, con quien Pradera mantuvo una estrecha amistad. En una ocasión, su hermano Luis Miguel Dominguín, afamado torero, fue invitado por Franco a una recepción oficial. El dictador se acercó al toreo y le espetó: "¿Luis Miguel: de sus hermanos, cuál es el comunista?" Y Luis Miguel le respondió con aplomo: "Los tres Excelencia".

En la casa de Domingo, de zaguán retranqueado, situada en la madrileña calle de Ferraz, 12, se celebraron muchas reuniones de la dirección clandestina del PCE en el interior: en numerosas ocasiones, los comunistas, para acceder al salón donde se iban a reunir, debían cruzar entre banderilleros, picadores y gentes del toro vinculadas a los Dominguín, allí congregadas. Por cierto, cuenta Armando López Salinas, responsable durante décadas del área de Cultura del PCE y de las relaciones con los intelectuales, que cuando Javier Pradera comenzó a distanciarse de las posiciones oficiales del PCE en los orígenes de la disidencia que Fernando Claudín encabezaba junto con Jorge Semprún, Dominguín, que se mantenía adscrito a la dirección oficial, preguntaba a Pradera: "¿Hablo tal vez con el renegado Kautsky?" en referencia al dirigente criticado por Lenin como arquetipo del desviacionista de derecha. Pradera, por su parte, le respondía: "¿Es Usted tal vez la fiera leninista?".

La amplia red de relaciones políticas, familiares y culturales de Pradera fue puesta al servicio del PCE en aquellos años que duró su militancia, entre 1955 y 1964, periodo en el que aproximadamente se mantuvo su adscripción orgánica. Fue precisamente el discurso político de Fernando Claudín, enfrentado al de Santiago Carrillo, el que llevó a Pradera a distanciarse del PCE. "No fue expulsado", precisa López Salinas, "se trató más bien de una irradiación", término que asocia a la separación del partido sin militancia. Según el veterano responsable de los intelectuales del PCE, "Pradera compartía las tesis de Claudín según las cuales, era necesario disolver las siglas del PCE e integrar sus fuerzas en un movimiento amplio, a imitación de lo que entonces se barajaba en el partido comunista griego".

Por su parte, Julio Diamante, señala que "el distanciamiento de Pradera del PCE se produjo "sin el desgarramiento que adquirió entre Claudín, Semprún y el partido, en su caso, fue algo mucho más discreto". Si bien Pradera, subraya López Salinas, no perteneció ni al Ejecutivo ni al Comité Central del PCE, se relacionó sin embargo con dirigentes clandestinos de la máxima importancia política, como Francisco Romero Marín, El Tanque, ex coronel del Ejército soviético durante la Segunda Guerra Mundial y responsable del aparato clandestino comunista en el interior de España, con quien Pradera mantuvo una actitud extraordinariamente respetuosa y a quien Semprún dedicó, al morir Romero, escritos muy elogiosos.

Años después, cuando Javier Pradera se encontraba con algún amigo militante del Partido Comunista, haciendo gala de su sarcasmo, solía ponerle las manos sobre los hombros, le miraba a los ojos y a modo de confesor le espetaba: "¿Qué tal por la Santa Madre Iglesia?". Muchos años después de su salida del PCE, cuentan que en una cena a la que asistían Javier Pradera y José Bergamín, intelectual cristiano y comunista, que vivía a la sazón en el País Vasco donde mostró afinidad con Herri Batasuna, ambos discutieron políticamente y acabaron algo enojados. Al concluir la cena, tomaron un taxi conjuntamente y Javier descendió primero frente al portal de su casa. Desde la ventanilla del taxi, Bergamín le espetó: "¿Sabes una cosa, Javier? ¡Viva Euskadi Askatuta!" Pradera se volvió y le respondió: "¿Sabes otra cosa tú? ¡Viva la fiel Infantería!".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_