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68ª edición de la Mostra de Venecia

Un virus sin etiquetar

La última película de Steven Soderbergh, 'Contagio', es un bicho raro, un thriller con visos de drama en la que lo que pasa lentamente se cuenta a toda velocidad y lo que pasa al minuto se examina con lentitud

A Steven Soderbergh se le pueden discutir muchas cosas pero a estas alturas nadie puede negarle su condición de gran cineasta. Esa condición, que va más allá de unas cuantas películas más o menos afortunadas, puede verse en casi todos sus trabajos a uno y otro lado del eje hollywoodiense. Soderbergh es detallista, conciso y específico hasta decir basta. Posee habilidad para el encuadre y la composición y ojo clínico para el ensamblaje de repartos de cualquier estilo o condición y, además, es endemoniadamente listo.

Contagio, su último filme, bebe de todo eso y es una película que cuesta encajar en el marco de la política de una major: no es una película comercial al uso, no hay en ella efectos especiales, ni persecuciones, ni escenas de masas, ni aparatosas visiones del fin del mundo. Contagio es un bicho raro, un thriller con visos de drama en la que lo que pasa lentamente se cuenta a toda velocidad y lo que pasa al minuto se examina con lentitud.

En el reparto de este magnífico ejemplo de contención (semi)apocalíptica sitúa el director a un esplendido grupo de actores
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El director cuenta la historia de un virus que aparece de repente (estas cosas no acostumbran a avisar) y cuya agresividad convierte el mundo en un gran matadero en cosa de días. Obviamente no hay cura a la vista y -para empeorarlo- el contagio se produce por una simple cuestión de contacto: un apretón de manos, una copa compartida, un beso en la mejilla. Eso convierte el globo en un amasijo de islotes donde nadie confía en nadie y las relaciones sociales quedan reducidas a la nada. No tira Soderbergh de los tópicos de costumbre sino que estudia (plano a plano, secuencia a secuencia) los confines de nuestra capacidad para soportar el azote de la pandemia sin sucumbir al instinto animal y perder la chaveta: su conclusión es que no tardaríamos demasiado en acabar a palos. La otra conclusión, no menos curiosa, es que la burocracia mata más gente que cualquier virus.

En el reparto de este magnífico ejemplo de contención (semi)apocalíptica sitúa el director a un esplendido grupo de actores que sin embargo aparecen por estrictas necesidades narrativas: un ratito de Matt Damon, un ratito de Gwyneth Paltrow, un ratito de Jude Law (el personaje más debilucho del coro) y un ratito de Kate Winslet. No hay ningún tour-de-force sino un estupendo trabajo colectivo en el que cada uno viaja por su cuenta y muchos/as no llegan a su destino. El montaje es la otra gran baza del filme, perfecto en su cadencia (esos flashes de aeropuertos, estadios y calles vacías y el contraste posterior con el caos de los hospitales y las comisarías) y ayudado por la absorbente compañía de la magnífica banda sonora de Cliff Martinez, un habitual del director desde Sexo, mentiras y cintas de video. Contagio es en suma un rara avis que ni es un retrato íntimo del fin de los tiempos ni una de esas películas donde algo o alguien acaba arrasando el planeta hasta que al final los supervivientes sonríen a cámara y prometen volver a empezar. Precisamente por eso, por su negativa a meterse en un género concreto e ir por ahí arrastrando la etiqueta, ha recibido un generoso aplauso al final de su pase para la crítica. Soderberg, para que conste, sigue atesorando toneladas de talento.

Aleksander Sokurov, con el León de Oro que le acredita como ganador de la 68ª Mostra de Cine de Venecia.
Aleksander Sokurov, con el León de Oro que le acredita como ganador de la 68ª Mostra de Cine de Venecia.ERIC GAILLARD (REUTERS)
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