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Un director arrollador

El director Nèzet-Séguin demuestra en Ibermúsica el don de la comunicación natural con las orquestas

Ha tenido Ibermúsica el sentido de la oportunidad de presentar en lo que va de año en Madrid a dos de los directores de orquesta jóvenes más sobresalientes de los últimos años en el mundo sinfónico y operístico, dejando aparte el fenómeno venezolano que se mueve en otros parámetros. En enero fue Andris Nelsons, que ya el pasado año inauguró el Festival de Bayreuth con gran éxito y ayer fue el canadiense Yannick Nèzet-Séguin, 35 años, con una carrera fulgurante que le ha llevado a asumir la dirección de la Orquesta de Filadelfia, una de las big five americanas, a partir de 2012. En su presentación en el Festival de Salzburgo en 2008 deslumbró con "Romeo y Julieta", de Gounod. El próximo verano irá con la Filarmónica de Viena al Festival de Lucerna y, en fin, en los últimos meses ha dirigido desde la Filarmónica de Berlín hasta la ópera "Don Carlo" en el Metropolitan de Nueva York. Desde una perspectiva más cercana, en Bilbao puso en pie al exigente público de la Sociedad Filarmónica el pasado octubre. En los ciclos de Ibermúsica ha dirigido ayer a la Filarmónica de Londres, de la que es principal director invitado, con obras de Mozart y Mahler, y vuelve esta tarde al Auditorio con Ravel y Berlioz, con la colaboración de la estupenda cantante Anna Caterina Antonacci.

London philarmonic orchestra

Director: Yannick Nèzet-Séguin. Mozart: "Sinfonía concertante para violín y viola KV. 364". Mahler: "La canción de la tierra". Con Stephan Jackiw, Richard Yongjae O'Neill, Sarah Connolly y Toby Spence. Ibermusica. Auditorio Nacional, 21 febrero.

Nèzet-Séguin tiene el don de la comunicación natural y hasta fácil con las orquestas. Ayer no paró de sonreír mientras conducía la música de Mozart. Los músicos le seguían en esta vitalidad cómplice, y así la sinfonía concertante para violín y viola derrochó alegría por los cuatro costados. Los dos jovencísimos solistas orientales lucieron buen sonido y buena técnica. Fue un Mozart tan fluido como relajante. En Mahler el director canadiense sacó a relucir su vena dramática y posibilitó un lucimiento espectacular de la orquesta inglesa, con un nivel de altísima calidad especialmente en el viento-madera y una seguridad de mucho mérito en la cuerda. En ocasiones Nèzet-Séguin forzó los contrastes y el sonido al límite poniendo a los solistas vocales en apuros. Cumplieron a pesar de ello tanto Sarah Connolly como Toby Spence. Fue a la vez una ejecución brillante y reflexiva. Nèzet-Séguin ya no es una promesa. Por lo visto y oido ayer es un director al que le espera un largo recorrido triunfal.

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