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BLACK IS BLACK | Novela negra, música pop y otros vicios mayores

Un comisario caído en desgracia

A partir de un texto exculpatorio, Antoni Batista narra en 'La carta: Historia de un comisario franquista' los triunfos y el hundimiento de uno de los más eficaces policías de la dictadura, Antonio Juan Creix. Un maestro en la tortura que, a su vez, había sido torturado

EL PROVOCADOR DE GUARDIA

Cuando no está haciendo méritos para ascender en el Fan Club de Esperanza Aguirre, Fernando Sánchez Dragó se dedica a epatar. El lunes (20 de septiembre de 2010), su columna de El Mundo parecía negar el clima malsano del franquismo: "Mis recuerdos son los de un país abierto, alegre, divertido y más libre, en lo menudo, que el de ahora".

¡Bendito Fernando, un epicúreo capaz de disfrutar en aquella España reprimida! Y con todo, se largó de aquel Edén para buscar aventuras exóticas...

"ELLOS SE LO BUSCARON"

Más penoso es que FSD recurra a la excusa eterna, que todavía oyes en Chile, Argentina o cualquier país que haya salido de una dictadura: se vivía bien si no te metías en política. En sus propias palabras: "En la España de Franco que conocí sólo sufrían persecución quienes desde posturas radicales y buscando pelea se enfrentaban al Régimen".

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¡Grande, Fernando! Todo un consuelo para homosexuales, putas, mendigos, drogotas y demás victimas de la Ley de Peligrosidad Social: les confundieron con radicales y se chuparon hasta cinco años de prisión.

FICHADO EN LA DGS

Recurriendo a la experiencia personal, FSD pretende limpiar la mala fama de las comisarías franquistas: "Yo estuve muchas veces en Correos y nadie me torturó".

Se refiere a la sede de la Dirección General de Seguridad, ahora precisamente cuartel general de la Aguirre. Conviene saber que allí se conocía bien a Sánchez Dragó y no estaba precisamente en la lista de los most wanted. En Caza de rojos (Espejo de Tinta, 2005), José Luis Losa reproduce un informe anónimo sobre sus actividades:

"Colaborador asiduo de Enrique Múgica es Fernando Sánchez Dragó, antiguo alumno del Pilar, ateo rabioso y blasfemo recalcitrante, aunque con una especie de buena intención subjetiva muy especial. Es un chico muy joven, dieciocho años a lo sumo, que tendría un gran placer publicando el clásico libelo subversivo, lleno de poemas más o menos pornográficos. Múgica se encarga de suavizar sus iniciativas, dado su carácter exaltadísimo."

El chivato no disimula sus simpatías por el personaje. Anticipaba lo que, unas páginas más adelante, y refiriéndose al propio Múgica, Losa describe como "el trato paternalista de los policías de la Político-Social que lo interrogaban, como quién se dirige a un joven de buena familia que ha caído en un pecadillo de juventud, por andar en malas compañías".

LOS SERVICIOS PRESTADOS

Antoni Batista, periodista y ahora profesor universitario, ha hallado un documento brutal. Antonio Juan Creix, uno de los más eficientes policías políticos de la dictadura, hizo un resumen de su carrera para reivindicarse humana y profesionalmente. Fechados en 1974, son 19 densos folios escritos a mano. Su destinatario es Rodolfo Martín Villa, a la sazón gobernador civil de Barcelona.

Ese es el punto de partida de La carta: Historia de un comisario franquista; el recorrido por el historial de Creix, visto esencialmente a través de los recuerdos de los desdichados que pasaron por sus manos.

LEÑA AL MONO

Antonio Juan Creix tenía la particularidad de haber sido torturado durante la Guerra Civil. Era un policía republicano de 24 años en 1938, cuando le encerraron en una checa barcelonesa, acusado de pertenecer a la quinta columna que trabajaba por el triunfo de los rebeldes. Confesaba que deseó morir para dejar de sufrir.

Pero sobrevivió. Se conmutó su condena a muerte y le encerraron en un campo de trabajo en el Pirineo; pudo fugarse y se incorporó a la zona nacional, terminando en el Bilbao ocupado. Se supone que fue formado en los "métodos científicos" de tortura de la Gestapo por el comandante Paul Winzer, destacado a España por Himmler. 20 años después, Creix viajaría a Estados Unidos para recibir un cursillo del FBI sobre la lucha anticomunista.

Cabe imaginar el regocijo de Creix ante aquellos yanquis estirados, que sugerían que era preferible "la presión psicológica a la violencia física". Ellos, que normalmente trataban con afiliados conocidos al Partido Comunista, dando clases a un experto en desarticular redes clandestinas, un cultivador de confidentes, un maestro en el uso de la información...

DEL SOPAPO A LOS ELECTRÓDOS

Todo era válido cuando un rojo caía en el infierno de Creix. Generalmente, él se encargaba de los primeros bofetones y golpes al estómago; luego, supervisaba el castigo. Palizas con puños y píes, el corro, la cigüeña, la bañera, el tambor, el quirófano, el cristo, el castigo con reglas y porras, las descargas eléctricas.

Hay un testimonio desgarrador, La hora tercia, firmado por un estudiante, Vicente Cazcarra:

"Los palos me hieren en la carne y los gritos en el cerebro. Sigo soltando sudor y baba, y jadeando entrecortada y estrepitosamente. El dolor se hace mucho más agudo y, a la vez, más intenso, general y sostenido. Me parece que ya no puede haber más dolor que éste, y, sin embargo, aumenta a medida que los golpes inciden en una carne más y más tumefacta y dolorida. El cerebro sigue a la velocidad de la luz: siempre como si fuera a hacérseme pedazos. Estoy enormemente lúcido y a la vez completamente aturdido y muy débil. El terror que siento es inconmensurable".

Antoni Batista hace una puntualización al minucioso relato de Cazcarra: Creix no se drogaba antes de entrar en faena. Sus ojos saltones -"Ojos de Sangre" le llamó Víctor Mora en la novela El tranvía blau- eran el producto de su excitación de perro cazador ante la presa indefensa.

El pavor que creaba la figura de Creix fue poderosa arma de intimidación. Su sombra aparecía en el repertorio de muchos cantautores , especialmente en el Què volen aquesta gent?, que interpretaba María del Mar Bonet , en realidad referido a la muerte del estudiante Ruano, en Madrid.

¿SE PASÓ DE MODA LA TORTURA?

Incluso para los sádicos, la tortura era trabajo. Trabajo duro. Se torturaba sistemáticamente en los años cuarenta, cuando existía un maquis rural y urbano. Se siguió torturando a los férreos comunistas y, más adelante, a los odiados etarras. Pero se hizo más selectiva cuando las redes atrapaban a todo tipo de disidentes, entre los que figuraban parientes de franquistas o miembros de familia bien. Un Sánchez Dragó estaba off limits para los gorilas de la DGS.

En La carta hay testimonios del relativo reblandecimiento de Creix. No era especialmente duro con los anarquistas y manifestaba cierta tolerancia hacia los catalanistas (aunque su hermano Vicente, también con sangre catalana, maltrató a Jordi Pujol en 1960). A Juan Goytisolo le avisó de que, por sus inclinaciones homosexuales, estaba expuesto al chantaje:

"Mientras subíamos a píe por las Ramblas, me pidió que le firmara un ejemplar de Duelo en el paraíso; después se despidió de mí con la amable pero secas advertencia de que nuestro trato podía ser muy distinto en caso de que me diera por volver a las andadas."

El resumen de Antoni Batista: "en el comisario Creix no se da un cambio drástico sino un proceso evolutivo; en el reloj de las torturas hubo cronómetros de tolerancia, y en el reloj de la tolerancia hubo cronómetros de tortura. Dependía de tres variables: la filiación de comunista importante, si iba armado y el peligro real que pudiera suponer para el Gobierno."

LA APOTEÓSIS SEVILLANA

Nadie discute a Creix su profesionalidad. En Sevilla no solo desmontó grupos de la oposición; también arrinconó al Lute y realizó la primera gran redada entre el underground. Recuerdo haber escuchado anécdotas de aquella razzia narradas por miembros de Smash y sus amigos. Batista cree que Creix intuyó que el futuro policial, una vez muerto Franco, estaría en combatir el narcotráfico:

"Hizo numerosas detenciones del primer tráfico a gran escala que hubo en España, cuando el rock and roll y el flamenco pusieron banda sonora a la socialización del consumo. Pinchó teléfonos de forma rudimentaria, siguió pistas, alertó puertos, infiltró agentes en el hedonismo juvenil, vigiló locales, se hizo su famoso cuaderno de sospechosos con alta probabilidad de ser imputados. Y logró desarticular a la primera red delictiva con características de cártel moderno. El 17 de marzo de 1971, el operativo más ambicioso dio sus resultados: detuvo a traficantes, contactos y camellos, localizó a los suministradores marroquíes y los puertos de salida y entrada de la mercancía, dio con el comando supremo de la banda, ubicado en Barcelona, y desarticuló la red subsidiaria de blanqueo de dinero y tráfico de divisas."

LA ZANCADILLA

Creix no tuvo oportunidad de generalizar sus procedimientos antidroga. Es jefe superior de Policía de Andalucía en 1974 cuando le cesan y le incoan un expediente, resuelto con tres años de suspensión de empleo ni sueldo. Con 60 años de edad, está en la calle. Sin arma, lo que le deja indefenso ante cualquiera -y no faltarían los candidatos- que ansiara vengarse de tanta crueldad.

¿La acusación? "Falta muy grave de probidad moral y material". Que se traduce en el cobro de unos sobresueldos, dinero envenenado que le proporcionan el gobernador civil y el presidente de la Diputación sevillana: le hacen la cama. También le acusan de haberse llevado a su casa de Barcelona "un farol, dos extractores de aire, cuatro sillas usadas y un soldador eléctrico."

Aquí chapoteamos en la inimaginable cutrez del franquismo, tacaño incluso con sus propios cancerberos. Cuando Creix llega a Bilbao, en 1968, se encuentra con policías desmoralizados y faltos de armamento; consigue que sus colegas barceloneses le presten media docena metralletas incautadas. Dos años después, en Sevilla, le cuentan que debe alojarse en un pabellón desolado. Mientras que le buscan mobiliario, se instala en el Hotel Colón donde, se queja, muchas noches se va a la cama sin cenar ya que -con 35.000 pesetas de paga- no puede permitirse esos gastos.

¿Le faltaba picardía? Posiblemente: otros policías pata negra complementaban sus ingresos con negocios particulares, como la explotación de licencias de taxis. Un quebrantahuesos como el comisario Conesa jamás se hubiera quedado en la intemperie ni hubiera terminado sellando pasaportes en el aeropuerto del Prat.

MANUAL DE USO

Antoni Batista prefiere honrar a las victimas más que detallar el vía crucis del comisario defenestrado. La carta se abre y se cierra con el ocaso de Miguel Núñez, quizás el más resistente de los peces gordos que torturó Creix. Es comprensible moralmente pero nos deja con una historia incompleta. Aparte del hijo del comisario, participante discreto en el libro, deben de vivir más espectadores de su sorprendente caída.

Otras decisiones editoriales resultan más discutibles: se reproduce los folios de la famosa carta a Martín Villa pero no hay fotos ni índice onomástico. Y Batista dedica demasiadas páginas a los servicios de información del PNV y su relación con el Mosad, asunto apasionante aunque demasiado alejado de lo que aquí nos ocupa.

VALORACIÓN

Un 7

FICHA

ANTONI BATISTA: La carta: Historia de un comisario franquista. Debate, Barcelona, septiembre de 2010. 287 páginas

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