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¿El mejor cómico del mundo?

Patrice Thibaud lleva al Festival de Otoño de Madrid la risa curativa de 'Cocorico'

Se llama Patrice Thibaud pero nadie es perfecto. Un nombre serio, Patrice Thibaud, un nombre grave, como de diplomático. En justicia debería llamarse Cucurrusplás, Fantomimo, Tripitilote o Punpurrunpunpún, terrenos de onomatopeya que harían más justicia a este disparate calvo con barriga. Pero Thibaud es feliz, o lo parece, o al menos nos hace felices a los demás, el tiempo de hora y media, y eso no tiene precio. Es como el Remigio del inolvidable Gila: "Me llamo Remigio... pero soy feliz". Sin palabras.

Sin palabras transcurre la velada de Thibaud. Y sin palabras se queda el patio de butacas (Instituto Francés de Madrid, Festival de Otoño, esta noche última función), porque o está ocupado en gestionar la irrefrenable carcajada o está mudo de asombro.

Esos son los dos efectos básicos que sobre el espectador incauto proyecta Cocorico, el increíble show de este mimo increíble y de su amigo el músico Philippe Leygnac.

Torcer la boca o fruncir el ceño, doblar el cuello o mover el culo y, al tiempo, provocar en el público simultáneas dosis de risa y de melancolía es algo sólo a la altura de los grandes. Se llamaban Marcel Marceau, Charlie Chaplin, Buster Keaton, Stan Laurel, Louis de Funès, Jacques Tati. O se llama Rowan Atkinson -Mister Bean-, o incluso algunos pasajes concretos del inolvidable Marty Feldman en El jovencito Frankenstein.

Todo eso está, todo eso es Patrice Thibaud, un señor de fachada taciturna y carcajeantes volcanes que recorre los escenarios del mundo reconstruyendo la estela de los dioses de la comedia, de los pobres diablos inmortales del mimo, el vodevil y la pantomima, gentes geniales hasta en el más nimio de sus gestos, artífices de nuestras ilusiones a contracorriente -risas y optimismo fugaz en medio de nuestras flores de ruina-, tipos impávidos y estajanovistas del humor que, cada noche, independientemente de si se acaban de separar de su mujer, de si les han robado en casa, de si han perdido a un ser querido o de si andan con la temible empanada del alma que algunos llaman conato de depresión, tienen, TIENEN que saltar al foso, ponerse la careta de gomita, vomitar su genio sobre la escena y hacer un poco más llevadera la vida del personal, que para eso paga.

Solo los grandes pueden sanar así, sólo los grandes pueden reírse así de las esencias, sólo los grandes pueden llevar tanta pena incrustada en esa repentina caída de ojos, en ese beso, en ese no saber qué hacer con las manos cuando el pantalón no tiene bolsillos...

Todo lo cual lleva a la pregunta fatal: ¿es Patrice Thibaud el mejor cómico del mundo vivo?

Puede. Lo que es seguro es que, como el Remigio de Gila, con él en el escenario, somos felices. Hora y media. Una eternidad. Es.

El cómico, durante una representación
El cómico, durante una representaciónCÉLINE AUBERTIN / THÉATRE CHAILLOT
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