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LETRAS

Luis Mateo Díez reflexiona sobre el arte narrativo en su discurso de ingreso en la Academia

El escritor ocupa el sillón 'I' que dejó vacante el poeta Claudio Rodríguez

En su alocución, titulada La mano del sueño, Luis Mateo Díez ha dedicado su vida a conquistar la palabra, pero "la palabra no tiene dueño", decía este leonés de 58 años al leer, con la solemnidad que requería la ocasión. (Algunas consideraciones sobre el arte narrativo, la imaginación y la memoria)".

Palabra, imaginación y memoria son precisamente los pilares que sustentan el "arte poética" de Mateo Díez, cuya ambición, como la de todo escritor, ha sido la de tener un mundo propio y un estilo personal, algo que ha ido plasmando en su extensa obra, merecedora de premios como el Nacional de Narrativa y el de la Crítica y traducida a diez idiomas, desde el alemán hasta el chino.

Natural del valle de Laciana, allí donde de niño encontró "la palabra más antigua", el nuevo académico ha reconocido , al principio de su intervención, su deuda con los viejos ritos de la oralidad -fue en ella "donde hice el aprendizaje de lo imaginario", afirma con frecuencia- y con su padre, que inculcó el amor por la literatura en sus cinco hijos.

Antes de entrar en materia, el escritor admitía que ocupar el sillón que quedó vacante tras la muerte de Claudio Rodríguez, supone para él una especial responsabilidad. No en vano, el autor de Don

de la ebriedad "es un poeta de lo sagrado, un poeta del misterio, de la tierra, del secreto de los seres y de las cosas".

Y como homenaje a ese "poeta puro", el escritor leonés ha leido un poema que Rodríguez le ha entregado hace más de 30 años cuando Mateo Díez estaba embarcado en la aventura de la revista poética Claraboya.

Se titula Ajeno y comienza así: "Largo se le hace el día a quien no ama/ y él lo sabe".

Sueños y recuerdos

El autor de La fuente de la edad o La ruina del cielo había prometido que su discurso sería el propio de un creador, y nada mejor que comenzar contándole a los numerosos asistentes un recuerdo y un sueño.

En el primero, el escritor evoca el encuentro que tuvo de niño con un vagabundo que solía visitar el pueblo de tarde en tarde y que le amargó la merienda que el futuro escritor trataba de tomarse con la siguiente sentencia: "En este pueblo no hay más vivos que muertos, del mismo modo que no hay más críos que crías, ni más gatos que perros. Siempre os creísteis más de lo que sois y sois muy poco. Cualquier forastero lo sabe."

Este recuerdo y el sueño, en el que un hombre se sienta a los pies de la cama de Luis Mateo, desaparece de la habitación y, cuando reaparece, tiene la mano del niño cogida en la suya -es La mano del Sueño que da título al discurso-, conforman el sustrato de la única historia que el escritor no ha logrado escribir a lo largo de su vida, quizás porque estaban demasiado ligados a su propia experiencia.

Al contarlos, buscaba tan sólo "testimoniar algunas de las vicisitudes con que el narrador alimenta sus zozobras", esas que "tamizan la indecisión y la revisten de inquietud, ayudan a que la convicción no sea fácil, alargan el proceso de la escritura, le dan riesgo".

Imaginación, memoria y palabra son los "elementos imprescindibles" de cualquier ficción, y a Mateo Díez le gusta esa frase de que "la imaginación no es otra cosa que la memoria fermentada". El escribe "desde la memoria, donde se macera la experiencia de vivir", y con ese salvoconducto transita "por la imaginación como por casa".

Tras defender el género de la novela, porque sus conquistas siguen remitiendo "a esa revelación de lo más hondo del alma humana", el autor de "Camino del páramo" confesó que de lo que más le gusta hablar "es de la palabra" y de lo que más le cuesta. "No hay camino en la escritura sin su hallazgo".

"Pero la palabra no tiene dueño, se escribe desde la propiedad más estricta y, sin embargo, lo que se escribe es de quien lo lee, de ese innominado destinatario que hace suya la palabra que le llega y convence, emociona y fascina", ha dicho Mateo Díez para criticar a renglón seguido "la excesiva comercialización" que hoy día rodea la novela.

"El novelista es suplantado por quien no lo es y la novela suele resultar una caricatura vendible, que no puede engañar al lector verdadero", ha asegurado el creador de Celama, ese territorio imaginario en el que se desarrollan algunas de sus obras y donde, como en toda geografía imaginaria, "la libertad del narrador suele ser completa".

De responder al nuevo académico se ha encargado Manuel Seco, quien ha explicado las características de la narrativa del escritor leonés, se ha detenido en sus principales libros y le ha advertido que la Academia "no ha sido desinteresada" al llamarlo: "espera mucho de tu inteligencia, de tu saber, de tu dominio magistral de nuestra lengua y de tus virtudes artísticas y humanas".

Académico desde junio

Luis Mateo Díez fue elegido académico el pasado 22 de junio y su candidatura fue respaldada por Ángel González, Luis Goytisolo y Angel Martín Municio.

Creador de ese territorio imaginario llamado Celama, Luis Mateo Díez nació en Villablino, en el valle leonés de Laciana, en 1942, y se licenció en Derecho por la Universidad de Oviedo, si bien desde los 12 años su auténtica vocación era la de escritor.

Su primer libro de relatos, Memorial de hierbas, data de 1968. Luego le seguirían Apócrifo del clavel y de la espina y Relato de la Babia.

En 1982 publicó su primera novela, Las estaciones provinciales, y fue en el 86 cuando le llegaron los reconocimientos con La fuente de la edad, galardonada ese mismo año con el Premio Nacional de la Crítica y, al año siguiente, con el Premio Nacional de Literatura.

Autor también de Los males menores, Camino de perdición, Espíritu del páramo, Días del desván, y La mirada del alma, Mateo Díez ganó en 2000 el premio de la Crítica por su novela La ruina del cielo, en la que prosigue con el dibujo de Celama, su territorio literario. Su última novela es El diablo meridiano.

EFE
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