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La Veronal lleva el infierno al Grec

El espectáculo de danza ‘Vorònia’, engolada reflexión sobre el mal, abre oficialmente el festival en el anfiteatro

Jacinto Antón
El anfiteatro, durante la representación de Verònia anoche en la inauguración oficial del Grec.
El anfiteatro, durante la representación de Verònia anoche en la inauguración oficial del Grec.consuelo bautista

Había más de un espectáculo en el Teatre Grec anoche, velada de inauguración oficial del festival de verano barcelonés tras la fiesta popular del martes. La escenografía natural de los jardines y el anfiteatro, con el añadido de la luna llena y el canto de las ranas, era uno, el habitual. Otro la escenificación del cambio de poder municipal, con Ada Colau presidiendo —junto al consejero de Cultura Ferran Mascarell— su primer Grec en los asientos centrales de autoridades, aunque la alcaldesa, tan de gestos, declinó usar el principal. El tercer espectáculo, y el más importante, era por supuesto el estreno de Vorònia,de la Veronal. Quiso la casualidad que el montaje dancístico, más allá de sus virtudes artísticas, presentara algunas imágenes que parecían sacadas de la más pura actualidad política: un ascensor como en el que se quedaron encerrados el otro día Colau y Pablo Iglesias, un actor ataviado de antidisturbios, y otros cinco desnudos, en pelota picada que provocaron el comentario de un avieso espectador: “¡Toma posporno!”.

La función, a la que asistieron numerosos personajes de la vida cultural y política de la ciudad —entre ellos el ex alcalde Xavier Trias—, se saldó con una radical división de opiniones: hubo gente a la que le gustó y otra a la que no le gustó nada. Gustos aparte, pareció empecinadamente arriesgado volver a inaugurar el Grec, como el año pasado, con una propuesta de danza discutible.

Vorònia mezcla tantas ideas y quiere ser tan trascendente que se arriesga a caer en la pretenciosidad. Se presenta como una reflexión sobre el mal y ciertamente provocó a ratos la desasosegante sensación de que nos trasladaba al infierno, como al final, inundando de luz roja todo el anfiteatro.

Ada Colau y consejero de Cultura, Ferran Mascarell.
Ada Colau y consejero de Cultura, Ferran Mascarell.consuelo bautista

Hay escenas en la pieza de indudable belleza plástica —dignas de retablos flamencos—, momentos sin duda inquietantes (el zumbido de las moscas —¡Belcebú!— y el chasquido al abrasarse en una de esas luces incandescentes que las atraen) y atmósferas sugestivas (el escenario natural se alió con el espectáculo, como al inicio, con el incendio que se extiende sobre los árboles), pero resulta difícil descifrar qué sentido tiene globalmente la obra, que a ratos es un puro galimatías.

Entre las cosas enigmáticas, la figura del niño, ese niño esforzado que estaba en escena ya desde antes de que llegara Colau, el pobre, y que no sabe uno si es el Mesias, el Anticristo o su sosias, el Damian de La profecía. Igual de desconcertante es un momento en el que se abre la nevera de un depósito de cadáveres y aparece un gorila. O cuando entran en escena dos perros —costó un poco luego hacer salir a uno de ellos—, o cuando transita por el escenario un actor portando una oveja. En una escena, personajes con sotanas a lo Dan Brown aferran fregonas y aspiradoras y en otra entran un iman, un rabino y un sacerdote ortodoxo, como para un chiste. El omnipresente ascensor —siempre bajando— tenía un no se qué del tan ominoso del Hotel Overlook de El resplandor.

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Las referencias religiosas y literarias se acumulan contínuamente en Vorònia para desazón de muchos espectadores que no alcanzaban a descifrarlas: frases de los Evangelios y otras que parecían extraídas de Milton, de Blake o del Talmud, vaya usted a saber, surgían escritas en lo alto del escenario. Una de ellas, en latín, ingirum imus nocte ecce et consumimur igni, “damos vueltas en la noche y somos devorados por el fuego”, pudo interpretarse como una sutil y culta alusión a la ola de calor y la dificultad para conciliar el sueño.

El movimiento descoyuntado, como un hip-hop místico o satánico, que es la marca de la coreografía hipnotizó a parte del público mientras que pareció repetitivo a otra.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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