_
_
_
_
_
Danza | LA BELLA DURMIENTE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De cuento infantil a tragedia

La creación del sueco permanece vigente. Como su 'Giselle' (1982), es un título que ha llegado para quedarse en el repertorio

Irreverente a la vez que reflexivo, mordaz con toques de una ternura devastadora, el estilo coreográfico de Mats Ek cobra en su versión de La bella durmiente unas dimensiones de compromiso social y político de gran alcance. La inspiración para ambientar la obra en el entorno de la drogadicción le llegó a Ek cuando atravesaba en Zúrich el famoso “parque de los yonquis”, un sitio en el centro de la ciudad que se fomentó con la anuencia del cantón y del Ayuntamiento de la ciudad suiza, que duró más o menos un lustro a principios de los años noventa y que provocó desde agrias polémicas hasta un referendo.

ficha

LA BELLA DURMIENTE. Coreografía: Mats Ek; música: P. I. Chaicovski; diseños: Peder Freiij; luces: Erik Berglund. Les Grands Ballets Canadiens. Director artístico: Gradimir Pankov. Hasta el 8 de febrero.

 Lo cierto es que la creación del sueco permanece vigente, que como su Giselle (1982), es un título que ha llegado para quedarse en el repertorio. En ambos casos, sobre la estructura argumental primigenia, muy extrapolada, y unas partituras de gran calidad, el coreógrafo ha llevado a su terreno la acción.

Siguen apareciendo una serie de elementos plásticos, siempre presentes en sus obras, que refuerzan el estilo, desde la mesa, el mantel, la puerta exenta y esos huevos gigantes, símbolos muy entendibles que cobran fuerza y ocupan un sitio importante en la narración. La bella durmiente de Mats Ek ya se había visto en varios escenarios españoles hace años, y en Madrid, en el Teatro de La Vaguada por el Cullberg Ballet.

Con una música de gran peso sinfónico, Ek logra una obra en suma intimista. El drama, por sí mismo, está en Chaicovski, y Ek lo extrae, aprovecha líneas melódicas y escenas de acción para pintar un cuadro desgarrado que no es cosa pasada, sino una tragedia contemporánea no resuelta. En la redacción coreográfica hay inteligentes citas sutiles y hasta referidos gráficos a la coreografía canónica de Petipa (Adagio de la rosa con los tres pretendientes, variaciones de las hadas) y ya en la segunda parte, alude al acto blanco de tradición (aparición y viaje en el bosque), con los tutús y las zapatillas de puntas, pero desde una focalización irónica. Para cerrar su concepción, Mats Ek usa el gran adagio del pas de dux final, pero lo saca de la posible festividad y lo conduce a un tenso tejido trágico; luego coloca la variación del Príncipe Desirée y salta exitoso al desfile, casi fanfarria, final. No necesita más, así cierra circularmente y elude todo el divertissement lleno de números festivos y hermosos pero que aquí no tenían lugar, como Caperucita y el lobo, el Pájaro Azul y la Princesa Florina o La cenicienta.

La compañía canadiense se muestra dúctil y adaptada a las exigencias formales de un tipo de ballet contemporáneo que debe ser virtuoso, expansivo y muy particular en el estilo, así como sus solistas dan a los personajes los giros de humor o dolor con madurez y calidad. Está bastante lejos hoy el conjunto de Montreal de lo que fue en su momento, pues Pankov lo ha insertado con pie realista en el mejor repertorio de nuestro tiempo y en el formato medio, una inteligente solución.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_