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CRÍTICA/ Doctor Divago
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tradición, historia, carácter

La banda valenciana celebra en casa sus 25 años de vida con un concierto vibrante y emotivo apuntalado por colaboraciones de largo recorrido histórico

El grupo Doctor Divago en una foto promocional de su álbum 'Imperio'.
El grupo Doctor Divago en una foto promocional de su álbum 'Imperio'.Juan Terol

Como en un juego de matrioskas rusas, el concierto con el que Doctor Divago celebraba su cuarto de siglo en casa fue desgranando canciones que, en sí mismas, podrían resumir una carrera completa e ir enmarcando todos y cada uno de los argumentos que se sucedían sobre el escenario. Los tontos buenos tiempos, sin ir más lejos, adquiría ya desde sus primeros acordes y bajo el peso de la efeméride resonancias que la elevan a mucho más que una simple espoleta para ir abriendo fuego: anoche más que nunca, una ejemplar síntesis de la proverbial capacidad de Manolo Bertrán para volar como una mariposa y picar como una avispa (por emplear el símil pugilístico), para escanciar vitriolo en textos escarpadamente turbios sin perder esa sonrisa afable que le caracteriza. Para recapitular con cierta indulgencia pero sin olvido. No es un detalle menor que lo hiciera, durante toda la noche, esgrimiendo esa eficacia como vocalista que tantas veces queda opacada por su tan reconocida y certera veta como letrista perspicaz y siempre punzante.

Más de la mitad de los temas que coparon la primera hora de su rocoso concierto correspondieron a su producción de la última década. Lo que no solo subraya los merecimientos del autohomenaje, sino que también perfila a la banda valenciana como una de esas escasas rara avis que se pueden permitir cumplir 25 años en la curva aún ascendente de su tenaz y constante trayecto. Por mucho que el grueso de su temario surque tres décadas sin palidecer.

Actuación en Wah Wah

Manolo Bertrán: voz y guitarra;Antonio Chumillas: harmónica y voz; Asensio Ros: batería; David Vie: guitarra; Edu Cerdá: bajo.

Sala Wah Wah.

Valencia, sábado 17 de enero de 2015.

Los vaivenes temporales, con todo, apenas agrietan la exposición de su cancionero sobre el escenario (más allá de alguna recuperación muy añeja, como la fulminante Eva), lo que también engalana la rocosa congruencia de la que siempre ha tenido a bien hacer gala una banda ya insustituible en la historia reciente del rock patrio en castellano. Son conscientes no solo de ese merecido rol (ya concretado, para quien quiera oír y ver, en disco recopilatorio, documental y libro, todos recientes), sino también de su condición de eslabones de esa misma tradición, en unas trazas marcadas por esa particularidad a veces tan perversa (bendición y maldición a la vez) que es la atemporalidad.

Prueba de ello es que, ya en la recta final de la noche, recuperaron su versión de Voy Buscando (popularizada por Nino Bravo) y contaron con la participación de Cisco Fran (La Gran Esperanza Blanca) para abordar el Love Minus Zero de Dylan y la propia Barney Ross (el boxeo, otra vez). De Julio Galcerá para la adaptación al castellano del When You Walk In The Room (Jackie De Shannon via The Searchers) y el Paint It Black de los Stones (perenne sentido del humor el del veteranísimo músico valenciano). Y de Víctor Ortiz (Los Huracanes) para hacer lo propio con Eve of Destruction (Barry McGuire) y esa colaboración de lujo que fue La mala herencia. Solo faltó a la nómina de invitados de peso, y por causa de fuerza mayor, Isa Terrible (Una Sonrisa Terrible).

Lo que la noche perdió a partir de entonces en ligazón, lo ganó en significación histórica. Así que el fin justificaba de sobra los medios. Y fue, en no pocos momentos, emocionante.

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