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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Massive Attack y el crédito intangible

El combo de Bristol desglosó una impagable cuota de distinción anoche en el Low Festival de Benidorm, en la que era la actuación más descollante de su sexta edición

Público asistente al Low Cost Festival de Benidorm la noche del sábado.
Público asistente al Low Cost Festival de Benidorm la noche del sábado.manuel lorenzo (efe)

Hay presencias que no sirven por sí solas para agotar los abonos, pero constituyen una aportación insustituible para revestir con una aureola de prestigio cualquier festival. La de los británicos Massive Attack la noche del sábado fue una de ellas. Y lo fue al igual que la de Portishead el año pasado, vecinos suyos de Bristol y correligionarios en la doctrina del trip hop, uno de esos géneros señeros de la vanguardia sonora de los 90. Sí, de cuando esas novedosas encrucijadas sonoras (que marcaban tendencia, y de qué forma) aún se estilaban.

La presencia de bandas como Vestusta Morla (el viernes), Love of Lesbian (hoy domingo) e incluso la de Editors (sábado), valores seguros de presencia reincidente en nuestra geografía festivalera, sirven por sí solos para reventar el aforo del escenario principal de la Ciudad Deportiva Guillermo Amor. No ocurre lo mismo con las dos bandas de Bristol, porque el estatus legendario que alcanzaron (en paralelo a la valoración unánime de la crítica y del público más veterano) no tiene un correlato en los impulsos que marcan el capricho del grueso de la clientela de esta clase de citas. Poco importa: su sola comparecencia otorga un crédito valiosísimo a un festival como el Low, aún en fase de consolidación de una personalidad propia.

El quid de la cuestión, claro está, reside en que la leyenda no se desmienta a sí misma. Y aunque Massive Attack dejaron de renovar los votos de la vanguardia hace ya algún tiempo, resulta admirable el deslumbrante estado de conservación en el que mantienen una fórmula que fue pervirtiendo el impulso trip hop primigenio (aquella humeante amalgama de dub, trip hop, soul y ambient) hasta dar con una aleación más retorcida, turbia e inquietante, en la que la fiereza de una guitarra eléctrica también podía tener su preeminencia.

En escena se mantiene ese halo de misterio que todo lo cubre. También el fragor visual de una frenética sucesión de motivos para la reflexión, servidos sin alboroto y con concisión: desde los ilimitados beneficios de la industria farmacéutica hasta el desigual recuento de bajas del histórico conflicto palestino-israelí cuya herida tanto ha sangrado estos días, pasando por la intervención en Irak. En su discurso, además, los responsables tienen nombre y apellidos: tienen a Tony Blair enfilado desde que encabezaron las manifestaciones antibelicistas de Londres en 2003. Y fieles a su proverbial minuciosidad, que no deja ningún cabo suelto sobre el escenario, mostraron un sonido que rayó a altísima altura, tan solo algo deslucido por el retumbar de bajos de un escenario que no necesitaba anoche un superávit en esa frecuencia.

Su concierto comenzó con un retraso de quince minutos. El tiempo justo para que alguien convenciese a los Corizonas de que los de Bristol no saldrían a escena hasta gozar de la quietud necesaria, porque el sonido de los dos escenarios principales con frecuencia se entremezcla por su proximidad y su orientación. Tanto la banda híbrida (en esencia, Los Coronas y Arizona Baby) como los murcianos Second se vieron afectados por ello, de forma no programada.

Pero lo cierto es que la propuesta de Robert Del Naja (3D) y Grant Marshall (Daddy G) requiere de ese silencio para desenvolver todo su poder de seducción. Gran parte del mismo debe recaer en su extraordinario séquito de colaboradores, esa troupe escénica con la que llevan muchos años desvelando el embrujo de un estilo que, nacido de lo colectivo (la comuna Wild Bunch, de donde surgió la flor y nata del trip hop en la segunda mitad de los 80 en el barrio de St. Paul, en Bristol), debe mostrar a la fuerza sus mejores galas desde el ámbito de lo colaborativo. Una nómina cuyos componentes pueden cambiar con el tiempo, sin que el resultado final se altere.

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La sinuosa Martin Topley-Bird, por ejemplo, oficia de suma sacerdotisa en aquellos pasajes vocales que en los discos correspondían a Hope Sandoval (Paradise Circus), Liz Frasier (Teardrop) o Guy Garvey (Battle Box 001). La afilada guitarra eléctrica de Angelo Bruschini sigue serrando los mismos pasajes de siempre, esa suerte de trip hop con esquirlas de rock que patentaron a raíz de Mezzanine (1998), y que tanto luce en la inapelable Angel. El venerable chamán del reggae, Horace Andy, sigue haciendo de sí mismo en temas como Girl I Love You o la misma Angel. Y a última hora emerge la poderosísima garganta de ébano de Deborah Miller para encarnar a la inolvidable Shara Nelson con una rotunda Safe From Harm (cuyo remate prolongaron) o la inmarcesible Unfinished Sympathy, ilustrada con la frialdad numérica de la sangría humana de Gaza.

El resultado, pese a la relativa carencia de novedades de cuajo en su show, desarma por sí solo cualquier esbozo de escepticismo. Massive Attack triunfaron anoche sin reservas en un festival que, hasta ahora, también ha contado con actuaciones notables a cargo de The Horrors o Blood Red Shoes, e interesantes tramos en los directos de Editors, The Hives, Holy Ghost!, Triángulo de Amor Bizarro o León Benavente. Esta noche cerrará su programación con Kaiser Chiefs, Love Of Lesbian o La Habitación Roja, entre muchos otros.

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