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Joan Guerrero se revela ante la cámara

En el documental 'La caja de cerillas', el fotógrafo reflexiona sobre su trayectoria, la ética periodística y sus referentes cinematográficos y literarios

David Airob abraza a Joan Guerrero, durante la presentación del documental.
David Airob abraza a Joan Guerrero, durante la presentación del documental.joan sanchez

El fotógrafo Joan Guerrero (Tarifa, 1940) aprendió a encuadrar mirando a través de un agujero cuadrado hecho en una caja de cerillas. Por aquel entonces aún era un niño que jugaba en las playas de su Tarifa natal, ajeno a los giros y circunstancias que le llevarían a emigrar a Cataluña y consolidarse como fotoperiodista. Con ésta anécdota arranca el documental La caja de cerillas, dirigido por su colega de profesión David Airob; éste es el primer largometraje de Airob, quien fue premiado recientemente por el World Press Photo en la categoría de cortos por su trabajo audiovisual Calcio Storico. “Era necesario tener el testimonio del maestro grabado en algún lado”, expresa Airob, quien fue jefe de fotografía de La Vanguardia de 2007 a 2010 y es editor del blog The W Side.

En La caja de cerillas, Guerrero se pone ante la cámara para dar testimonio de su propia vida, de lo que resulta un retrato íntimo que es a la vez un homenaje a su forma de entender la profesión. “Un día estuve retratando a Woody Allen en el Ritz por la mañana, y por la tarde me fui a hacer fotos a la Mina”, comentó Guerrero durante la presentación del filme; resumía así su compromiso con la fotografía de calle, la misma con la que durante años ilustró las páginas de EL PAÍS, así como de otras cabeceras como Grama, El Periódico o El Observador.

Guerrero llegó a Cataluña formando parte de la oleada de emigrantes andaluces que se desplazó hacia el norte “con el hatillo bajo el brazo” durante los años sesenta. “Por aquel entonces sólo tenían cámaras los hijos de papá, y éstos no bajaban al Somorrostro a hacer fotos”, explica en un momento del documental; Guerrero se refiere a la época en la que ya instalado en Santa Coloma de Gramenet se dedicaba a retratar el día a día de las clases populares de la periferia barcelonesa. Aquellas imágenes en blanco y negro, ubicadas en descampados, mercadillos o en las orillas del Besòs, inmortalizaron el modo de vida de una generación de inmigrantes de la que el propio Guerrero formaba parte. La nostalgia por el hogar dejado atrás se sumaba así al compromiso con el país de acogida; un compromiso social, político y humano que el fotógrafo considera esencial para su trabajo.

La dimensión humana del trabajo de Guerrero sale a relucir en el documental a través de las anécdotas que su protagonista intercala en su relato autobiográfico. Historias de amor y locura como la de la madre que, tras la muerte de su hijo, despedazaba y se comía las fotografías de éste que Guerrero le enviaba; o declaraciones de principios como la que efectuó enfrentándose a una entidad bancaria para que una familia de Perú cobrase el dinero que ésta les debía. La intensidad con que se relatan estas vivencias concuerdan con las ganas de que aún profesa el fotógrafo de seguir trabajando. Se jubiló en 2005, pero aquello no fue el fin a su actividad. Sus últimos trabajos se centran en la “nueva inmigración” de los que cruzan mares y océanos para pasar a integrar una masa anónima; gentes de las que, como ocurría con las familias del Somorrostro, “nunca se han contado suficientes historias”.

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