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ROCK | NEIL HALSTEAD
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El dilema irresoluble

El hombre de Slowdive repasa ‘The Velvet Underground & Nico’ sin grandes intervencionismos y obtiene un resultado plácido, pero no excitante

¿Cómo reinterpretar uno de los discos más inconmensurables del rock? Las once canciones de The Velvet Underground & Nico (1967) son tan eternas que una lectura demasiado fiel jamás superaría la original, pero un exceso de licencias bordearía el sacrilegio. Neil Halstead afrontó anoche en Shoko (500 espectadores) este dilema irresoluble sin grandes intervencionismos, pero intentando dejar la impronta de su doble personalidad: la más lisérgica de Slowdive y la reconcentrada de Mojave 3. En cualquier caso, evitó la tentación casi siempre errónea de retorcer las melodías primigenias hasta convertirlas en abstractas, como esas versiones de los Beatles que a veces encontramos en las antologías de la revista Mojo. Neil respeta el lirismo ensoñador de Monday morning, la pegada cruda de Waiting for my man, la canónica belleza (forzando las notas agudas, como Lennon en Imagine) de Femme fatale o el subidón pastillero de Venus in furs. A fin de cuentas, aquella colección era lo bastante poliédrica como para exprimir registros muy distintos.

Sin correr grandes riesgos, el de Reading confía tanto en su avalada excelencia interpretativa como en la infalibilidad del repertorio. Keiza, agazapada tras un pequeño Hammond, hace las veces de Nico y hasta la distintiva pandereta de All tomorrow’s parties repiquetea de la misma manera que 47 años atrás. Más seductor resulta ese estallido entre hipnótico y galáctico de Heroin, único amago claro de catarsis entre un público complacido pero rara vez excitado.

Halstead dispara las ráfagas de versos desde el rincón derecho del escenario y se lo pasa manifiestamente bien con There she goes again y I’ll be your mirror, acaso las dos perlas más juguetonas del menú. Es un vocalista curtido, experimentado; con poso y matices. Pero el cuarto final se hace ya algo cuesta arriba, como si el experimento (o divertimento) no diera más de sí.

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