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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ética para la crisis

La austeridad consiste en rebañar el plato más vacío y dejar que el 94% de las empresas del Ibex 35 tengan presencia en paraísos fiscales

Francesc Valls

Los expertos aseguran que la racionalidad humana es contraria a maximizar el beneficio sin tener en cuenta valores ni sentimientos. La realidad se encarga de demostrar otra cosa. Reflexiona sobre ello Adela Cortina en su ensayo Para qué sirve realmente la Ética,un libro que, de modo preventivo, deberían tener a su alcance políticos y consejos de administración.

Estamos ante una crisis que básicamente es hija de la falta de ética. Y para hallar una solución todo vale, caiga quien caiga. Debería haber sueldos por debajo del salario mínimo, sugiere el gobernador del Banco de España, Luis Linde, en el mismo discurso en el que, con mucha mano izquierda, pide a las entidades financieras que “acentúen todo lo posible el rigor en sus políticas de gestión, retribución de directivos y accionistas”.

Se subordina cualquier atisbo de equidad y sensibilidad a las llamadas soluciones eficaces que, con frecuencia, suelen ser dolorosas para los que ya están más baqueteados por la crisis. Con valores y sentimientos puestos a recaudo, es lógico que salten efervescentes propuestas: sueldos por debajo del salario mínimo o minijobs, todo ellos supuestamente por un pequeño periodo de tiempo.

Los defensores de medidas como estas sugieren que se trata de un antídoto contra la destrucción masiva de empleo, que o bien acaba este año o proseguirá su inexorable marcha hasta simas desconocidas. En lo inmediato, ese modelo precariza aún más; recorta más de dónde más se ha recortado y perjudica más a quien menos tiene. La pregunta es si nuestra ética permite seguir rebañando el plato más vacío, mientras el 94% de las empresas del Ibex 35 elude impuestos en paraísos fiscales. Hasta 80 compañías españolas tienen su sede en la misma dirección postal de una pequeña ciudad de Delaware (EEUU), sin el más mínimo sonrojo.

La dureza de la crisis hace aflorar con nitidez antagonismos de fondo. Los poderes hablan de recortar salarios, los ciudadanos critican los ingresos de ejecutivos y directivos. Consejos los podemos dar todos y más cuando la realidad impone una agenda en la que la banca sistémica es más importante que la pobreza sistémica.

Con un 5% de lo destinado al rescate de entidades financieras se podría rescatar a 30.000 familias, recuerda Jordi Roglà, director de Cáritas en Barcelona. Por eso desde Cáritas se reivindica un minifrob, de forma que se pueda actuar cuando salte la primera chispa y, sobre todo hacerlo sobre la causas para acabar con las consecuencias de la crisis. Son muchas las luces rojas que alertan. Casi 3.000 niños y niñas acuden malnutridos a las escuelas de Barcelona. Es el 1,7% del total de alumnos de la ciudad. La capital de Cataluña cuenta con 234 puntos de beneficencia donde o bien se accede a comida preparada o a un banco de alimentos.

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La fractura social y la pobreza crecen mientras el poder solo prescribe austeridad para los que ya practican esa virtud. Los consejos son mucho más asumibles si quien se encarga de darlos los convierte en ejercicio obligado para sí mismo. La precariedad en la que vive buena parte de la ciudadanía obliga a ello. De otra manera solo imitamos conductas de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés, incapaces de entender comportamientos cooperativos. Ellos son —sobre el papel— mucho más propensos a actitudes injustas y prepotentes. Son incapaces de actuar con equidad, porque el individuo que tiene el poder y toma la iniciativa somete al resto del grupo a sus reglas, que, a su vez, las acepta sin rechistar. El norte que los guía es maximizar el beneficio propio sin tener en cuenta valores ni sentimientos. Una ética tan peculiar como triunfante.

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