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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nazismo

La cosa viene de antiguo, de la misma puesta en marcha de la autonomía a partir de 1980. Pero, desde el pasado otoño, la formulación de analogías y equiparaciones entre el nacionalismo catalán y el nacional-socialismo hitleriano se ha convertido en un lugar común, en un latiguillo, en un recurso rutinario para opinadores y políticos, ayunos de mejores argumentos.

Así, algún sesudo académico ha afirmado que considerar la gigantesca manifestación del pasado 11 de septiembre como un hecho políticamente relevante, que eso entronca con la “democracia aclamativa” teorizada por el jurista nazi Carl Schmitt, y ha comparado un mosaico de la senyera en el Camp Nou a comienzos de temporada con los ritos anuales en el Núremberg del Tercer Reich. Y a cierto presunto artista del ramo del diseño la eclosión de banderas en las calles de Barcelona el citado 11-S le trasladó a “la época de Hitler”. Y la inefable cadena pública Telemadrid sostiene que invocar el “derecho a decidir” de los catalanes constituye una manipulación totalitaria del lenguaje, propia de Hitler y Stalin. Y, según el diputado regional del PP Rafael Maluenda, decir que en Valencia se habla una variante del catalán equivale a estar preparando un Anschluss como el de Hitler sobre Austria…

Algún sesudo académico ha afirmado que considerar la gigantesca manifestación del pasado 11 de septiembre como un hecho políticamente relevante

Así las cosas, se diría que, absorbidos por la denuncia de nazismos imaginarios, a todos esos celadores de la democracia genuina se les han escapado los nazis y los filonazis de verdad. Me refiero a los representantes de la Hermandad de Combatientes de la División Azul que participaron el pasado día 11, en Sant Andreu de la Barca, de un homenaje a la Guardia Civil, y a los que la delegada del Gobierno central, María de los Llanos de Luna, incluso distinguió con un diploma conmemorativo.

Aclaremos, de entrada, que el receptor de dicho diploma no era “un excombatiente de la División Azul” (a menos que hubiese permanecido hibernado desde la batalla de Krasny Bor, en 1943…), sino un joven vestido con el uniforme de la Falange de Franco, camisa azul mahón y boina roja. De hecho, es poco probable que pueda hallarse hoy en Cataluña ningún superviviente de aquella unidad, por lo menos ninguno en condiciones de asistir a ceremonias y homenajes, y resulta dudoso que familiares de aquellos veteranos participen de modo significativo en las actividades de la antedicha Hermandad.

Parece, más bien, que la componen un grupo de aficionados a la “recreación histórica”. Pero, claro, no es ni significa lo mismo vestirse de legionario romano en el marco del festival Tarraco Viva, o de grognard napoleónico para recrear la batalla de Austerlitz, que enfundarse el uniforme franco-falangista y lucir en el pecho el distintivo rojigualdo de la División Azul en el seno de la Wehrmacht, con la cruz de hierro y el yugo y las flechas superpuestos.

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Identificarse con la División Azul es exhibir nostalgia del nazismo y del franquismo, dos regímenes criminales

En este sentido, resulta insostenible la tesis exculpatoria defendida por la Guardia Civil, según la cual la Hermandad se fundamenta “en un contexto histórico, no ideológico”. La División Española de Voluntarios contra el Bolchevismo —tal fue su nombre oficial— era una unidad ideológica de filiación nazi-fascista. Tanto como las Waffen SS; ¿o acaso entre las ideas de Serrano Suñer (“el exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa”) y las de sus colegas Ribbentrop o Himmler existía alguna diferencia?

Hoy día, identificarse con la División Azul —cuyos miembros juraron lealtad a Adolf Hitler— es hacerlo con el nazismo y el franquismo, es exhibir nostalgia de aquellos regímenes totalitarios y criminales, algo perseguido penalmente en la Europa democrática. Que tal apología pueda producirse durante un acto oficial presidido por Llanos de Luna constituye una vergüenza y un escándalo cuyo equivalente, en Alemania, Bélgica o Francia, habría provocado una crisis de Gobierno. En fin, que el PP y Ciutadans no hayan sido capaces de exigir el cese fulminante de la delegada muestra que, por encima de las ínfulas cazanazis, está la unidad del movimiento. De su Movimiento Nacional, quiero decir.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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