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Arte en estado de gracia

La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando homenajea con una exposición a Mariano Benlliure, el autor valenciano de la mejor estatuaria de las calles, museos y parques de Madrid

Regalo al reino de Marruecos tras la firma de un tratado.
Regalo al reino de Marruecos tras la firma de un tratado.RABASF

Visitar la exposición que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando dedica al artista valenciano —madrileño de adopción — Mariano Benlliure (Valencia, 1862-Madrid, 1947), resulta una aventura tan grata como la que esconde y se reserva mostrar la perezosa primavera: todo un homenaje a la luz, la finura y a la alegría de un artista gozador, que se propuso hacer felices a cuantos contemplaran sus obras, más de 4.000, se asegura en el recinto académico.

Bajo el epígrafe El dominio de la materia, la muestra exhibe grupos escultóricos de dimensión reducida; bustos; retratos; bajorrelieves; bocetos; dibujos y, sobre todo, maquetas a escala en bronce, plata, terracota o cerámica, así como bellísimas reproducciones y modelados de sus mejores obras escultóricas. Muchas de ellas embellecen plazas y parques de Madrid.

Es el caso de la que, encaramada sobre un mausoleo único en Europa, en el Estanque Grande del parque del Retiro, modelaron las manos de Benlliure a la cera perdida para inmortalizar como pacificador al joven Alfonso XII; desde 1910 domina las copas de los árboles del parque desde su pedestal, a 27 metros de altura, sobre un mirador que culmina una peana columnada, ornamentada por los mejores escultores españoles. Apenas a unos centenares de metros, en el mismo parque, la efigie del general Arsenio Martínez Campos, considerada como una de las mejores piezas de estatuaria ecuestre de todos los tiempos, parece cabalgar en la historia, embutido en su capote con su ros coronado por palomas.

Estatua del general Martínez Campos para el Retiro.
Estatua del general Martínez Campos para el Retiro.RABASF

En la Academia madrileña, la mirada discurre placenteramente por la obra del artista levantino, cuyos conocimientos pictóricos —la pintura fue su primera inclinación artística que estudió de su maestro Francisco Domingo Marqués— le aseguraron una soltura del dibujo y del color cruciales para procurarle la perfección plástica que poco a poco conseguiría, tras cruzar el pasillo hacia la escultura, verdadero hogar de su arte. Así lo demuestra en el busto en barro cocido de quien fuera su maestro, verdadero prodigio de realismo —y de afecto—, obra que le procuraría el Premio del Emperador Francisco José de Austria.

Para consumar tan feliz tránsito hacia el arte de esculpir y modelar, Benlliure había tenido que familiarizarse con el bronce, el mármol, la madera, la escayola, la cerámica y la plata; reñir luego combate contra la entraña matérica y caprichosa de aquellos elementos; y, al cabo, domeñarlos y ponerlos al servicio de sus espléndidas manos. De tal modo lo consiguió que Roma, primero, París y Viena, después, a la sazón capitales europeas de la cultura, rendirían tributo admirado a su maestría otorgándole galardones máximos como el de la Exposición Universal de París de 1900.

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El visitante puede no dar crédito a la anécdota, pero con solo 14 años de edad, le fue encargado a Benlliure ni más ni menos que un paso completo —concretamente un Descendimiento— para la austera y sacra Semana Santa de Zamora. En una filmación de la década de 1940 que se proyecta en la exposición madrileña, el veterano escultor relataba: “Mi entusiasmo era entonces tan grande que no reparé en que las dimensiones del paso superaban las propias del taller donde trabajaba: tuve que tirar el muro para poder sacarlo, con el consabido disgusto de los dueños del piso, que obligaron a mi familia a abandonarlo”.

Todas las obras que la exposición muestra, desde el busto de Goya que inspiraría su monumento al aragonés situado en la fachada Norte del Museo del Prado, hasta el semblante marmóreo de la bella Cléo de Mérode, o los perfiles en mármol de María Cristina de Habsburgo y sus tres hijos, son festivales de gozo estético. Deslumbra la belleza lograda en un Idilio en mármol de Carrara, que celebra el amor adolescente de una pareja a cuyos pies un macho cabrío mima a un corderillo; destella un ameno grupo escultórico en bronce, donde una ninfa dormida atrae a dos pequeñuelos que la contemplan extasiados, mientras la espuma del mar acaricia sus brazos y piernas.

Efectos como el de la espuma; el suave rizado de la testuz de toros bravos; la puntilla del alba del beato valenciano Juan de Ribera; la filigrana de la empuñadura de una espada del general Polavieja o el hacha de plata y oro empleado por la hermana del rey, La Chata, en la botadura del acorazado Alfonso XIII, expuestos por vez primera en Madrid, son algunos de los prodigiosos efectos que un buril como el de Benlliure consigue.

Pero no son menos sorprendentes sus cincelados rostros femeninos, entre los que destacan los de sus dos esposas, Leopoldina y Lucrecia, o el de su hijo Luis Mariano, que sirvió de modelo para la estatua en la que inmortalizó al diplomático, militar y dramaturgo Ángel Saavedra, duque de Rivas, emblema de un romanticismo literario que Benlliure perpetuaría en la escultura realista con una sorprendente desenvoltura, hoy al alcance de todas las miradas.

Mariano Benlliure. El dominio de la materia. De 10.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00, salvo lunes. Domingos horario matutino. Acceso gratuito. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Alcalá, 13.

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