_
_
_
_
_
CIRCO

El ‘bufón’ del príncipe Raniero

David Larible, “el mejor clown del mundo”, imagen de una edición limitada de Master Card, saltó a la fama cuando el príncipe Raniero de Mónaco le descubrió y le acogió en su 'familia'. Ahora llega a Madrid dispuesto a sembrar el júbilo.

Patricia Ortega Dolz
David Larible, en el Circo Price, antes y después de caracterizarse como clown.
David Larible, en el Circo Price, antes y después de caracterizarse como clown.GORKA LEJARCEGI

El Brunello di Montalcino es un vino toscano procedente de la región que le da nombre, uno de los tintos más caros y conocidos de Italia porque se produce exclusivamente con una uva propia del centro del país llamada Sangiovese. Es el vino que bebe David Larible cuando no va vestido de payaso. La exquisita carne Chianina procede de una especie de vaca autóctona del valle de la Valdiciana, al sur de Siena, que pasa por ser la más grande que se conoce en el mundo. Es la que come David Larible cuando no va vestido de payaso… Hay leyendas y leyendas...

Está la del payaso triste, que hace reír desde la pista pero fuera es un tipo de mirada sombría, apesadumbrado y melancólico, que “sufre un mal tan espantoso como su pálido rostro”, que decía el conocido poema de Juan Dios Peza sobre el payaso Garrick, Reír llorando. Sin embargo, esta historia habla de un payaso alegre, con quien el Príncipe Raniero III de Mónaco competía en el arte de hacer reír y que hoy se ha convertido en “el mejor del mundo”, a ojos de expertos y aficionados. Larible es un tipo disfrutón, triunfador, un domador de humanos a base de latigazos de risa, además de maestro de pediatras americanos. Pero también una de las pocas estrellas que aún brillan con fuerza —hasta hay una edición limitada de la Master Card Oro con su cara— en una galaxia de arena y serrín que, casi desde siempre, parece apagarse dentro del gran universo de las pantallas.

Esta historia habla de un payaso alegre, con quien el príncipe Raniero de Mónaco competía en el arte de hacer reír

Pese a su fama mundial y a haber ganado el Clown de Oro en el prestigioso Festival de Circo de Montecarlo en 1999 —es el primer payaso del mundo que logra ese galardón, el Óscar del circo, por el mismo espectáculo con el que llega ahora a España y no por toda una trayectoria, como ocurrió con los otros grandes clowns de la Historia, Oleg Popov y Charlie Rivel— este hombre, con medio siglo de vida bajo las carpas, necesita presentación porque apenas se le ha visto en nuestro país.

Llega ahora para estar dos semanas en el Circo Price de Madrid, del 22 de febrero al 3 de marzo, donde arranca su gira española. Quien suscribe fue invitada al estreno de su show en Florencia para descubrir si se trataba de la leyenda de un payaso o de un payaso de leyenda.

Se sabe que Charlie Rivel (Cubellas, Barcelona, 1896 - Sant Pere de Ribes, 1983) trabajó en el departamento de propaganda del Tercer Reich y que era amigo personal de Adolf Hitler y de Joseph Goebbles. También que Oleg Popov (Moscú, 1930) es el payaso oficial de la Unión Soviética, nombrado "artista del pueblo de la URSS", y enviado en misiones diplomáticas por medio mundo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete
Foto: atlas | Vídeo: ATLAS

Lo que no sabe es que David Larible hechizó al príncipe de Mónaco Raniero III, aficionado al humor y al circo — es posible que eso influyera en que su hija menor, Estefanía de Mónaco, “la princesa rebelde”, hiciera también sus pinitos en la pista—. Fue precisamente Raniero quien le descubrió en el festival de 1988, adonde Larible había llegado a “hacer el trabajo sucio, a comerse el marrón de los entreactos y las transiciones”, pero de donde salió con el Clown de Plata y como amigo personal del que fuera marido de Grace Kelly. Tanto es así, que fue uno de los cincuenta invitados a la fiesta que se celebró por la boda de Carolina de Mónaco con Ernesto de Hannover en 1999.

David Larible, en el patio de butacas.
David Larible, en el patio de butacas.GORKA LEJARCEGI

Y allí se presentó él, sin su disfraz de payaso, aunque todo el mundo, asegura, le miraba como si lo llevara puesto. Hasta que llegó el príncipe… “Me cogió por el cuello de espaldas y empezó a darme coscorrones en la cabeza de manera cariñosa ante la sorpresa de los presentes”, cuenta Larible. “Le dije que me sentía observado y que nadie sabía quién era y me dijo: “Perfecto jugaremos a eso toda la noche. No le diremos a nadie quien eres”. Y dio orden a todos sus empleados de guardar el secreto”.

El secreto de la fiesta

Larible se convirtió en el cuchicheo de la fiesta con las carcajadas cómplices del príncipe. Al final de la velada, Raniero, que ya había competido en chistes con él en largas cenas hasta la madrugada y que conocía sus habilidades para el canto, le pidió que subiera al escenario. “Canté y actué y así fue como se desveló el misterio. Todos los invitados descubrieron que yo era el payaso que había ganado el Clown de Oro en el último festival de Montecarlo”. Larible era el bufón del príncipe.

Hablar de payasos hoy es, por un lado, recordar la comedia tradicional italiana y a esa especie de bufones que se vestían con ropas estrafalarias confeccionadas con la misma tela basta que se usaba para recubrir los colchones de paja (paglia y, de ahí, pagliaccio). Y, por supuesto, es hablar de circo. Y, por ende, de dinastías, de clanes, de familias que han conformado complicados árboles genealógicos a base de equilibrismos y saltos mortales que cruzan fronteras y océanos. Y también de hombres millonarios que montan partidas de póker de millones de dólares en los casinos de Las Vegas, como Kenneth Feld, el propietario del Circo Ringling, el gran circo americano, —el que llena las 18.000 butacas del Madison Square Garden, hace una caja de un millón de euros diarios y donde Larible fue cabeza de cartel durante 12 años mientras vivía en uno de los vagones del tren en los que viajan sus carpas... Hasta que se cansó “de comer siempre en un restaurante gourmet”—. No Hablamos, o no solo, de freaks, de animales feroces domesticados y enjaulados, de artistas del lumpen o de feriantes, ni siquiera de aquellos desheradados filmados por Federico Fellini en I Clowns o por Ingmar Bergman en Noche de circo, sino de una industria del espectáculo que, a la sombra de las carpas, mueve centenares de miles de espectadores al año y millones de euros.

Sólo en España, donde se consensuó un Plan General de Circo en noviembre de 2011 para tratar de dimensionar un sector que aún vive en los márgenes de la cultura, se calcula que giran unos 45 circos, que pueden mover, a pesar de las dificultades administrativas y espaciales con que todavía se encuentran en sus itinerarios ambulantes, unos 3,5 millones de espectadores, el equivalente a unos 70 millones de euros. Un cálculo meramente estimativo por la falta de datos y de rigor que reina en el sector.

Séptima generación

David Larible pertenece a la séptima generación de una familia de circo tradicional. Hijo de un conocido trapecista, Eugenio Larible, y de una acróbata ecuestre, Lucina Casrtelli, nació en Novara (región de Piamonte, norte de Italia) porque allí es donde estaba levantada la carpa del Circo Coliseum aquel 23 de junio de 1957.

Y de una familia a otra. La de Manuel González. El hijo de Rafael González Villa, uno de los tres hermanos que dirigían el Gran Circo Mundial, el circo más importante de España. Tras morir su padre en un accidente de tráfico el 13 de enero de 1988, Manuel, que entonces tenía 18 años, sus dos hermanos pequeños (Rafa y María) y su madre viuda se alejaron de las pistas de arena. Pero hace siete años los tres vástagos volvieron como por inercia al circo. Hoy, Manuel tiene 37 años. Es el joven vocal de la Asociación de Amigos de las Artes Circenses en el Consejo Artístico del Circo de España, gira por todo el mundo con espectáculos que aglutinan a decenas de miles de personas como El Circo de los Horrores (500.000 espectadores en la última gira) y que son capaces de vender 90.000 entradas montando por cuarto año consecutivo La Navidad en el Price, salvándole el año a ese espacio casi desheredado de la cultura madrileña.

— Vengo a pedirte disculpas en mi nombre y en el de todos los promotores de circo de España, le dijo González a Larible la primera vez que le vio actuando con un pequeño número en el festival de circo estable de Albacete.

Hablamos de una industria del espectáculo que, a la sombra de las carpas, mueve millones de euros

— ¿Por qué?, preguntó el payaso camino de su camerino

— Por no haberte traído antes.

Han pasado siete años de aquel cruce en los pasillos del backstage y ahora González es el responsable de que Larible vaya a aterrizar en unos días en España, después de haberle seguido y perseguido por todo el mundo. Las Vegas, México, Alemania, Italia. Y, antes, Suiza, Inglaterra, España…

El hombre David Larible nació en Novara. El payaso, en España, en el Circo Atlas, donde trabajaban sus padres y donde él empezó a imitar a Pepe Tonetti con sólo tres años. “Me fascinaba cómo le quería la gente, le adoraban, yo quería ser como él”, cuenta.

El pasado 13 de enero se levantó el telón del teatro Verdi de Florencia. Era el día del estreno de Larible en la ciudad italiana. Había llegado el momento de descubrir si todo lo dicho, oído y leído acerca del clown era cierto. Que si batió un récord siendo la cabeza de cartel del gran circo americano durante 12 años; que si su cara estaba impresa en una edición limitada de la Master Card; que si es un Casanova y que, entre sus conquistas, se encuentran primeras damas y princesas; que si desde 1999 da cursos y conferencias en universidades americanas a pediatras para ayudarles a ganarse la confianza de los niños; que si entre sus admiradores están Woody Allen, Spielberg, Tarantino…

El poder del ‘domador’

Pero qué es lo que no se sabe de David Larible, qué es lo que no está en la Wikipedia, ni en Google, ni en los libros de historia del circo, ni en las miles de reseñas y entrevistas de prensa que ha cosechado a lo largo de su dilatada carrera, ni estará tampoco en ésta. Pues lo que sólo se descubre viéndole actuar: su poder.El poder de alguien capaz de crear y recrear el júbilo en un auditorio predispuesto a que le hagan reír.

Edición limitada de la tarjeta Master Card con la imagen de David Larible.
Edición limitada de la tarjeta Master Card con la imagen de David Larible.

Todo el mundo espera de un payaso que provoque la risa, o por lo menos la sonrisa, pero resulta imposible describir la sorpresa de un espectador cuando, esperando esa risa, alcanza la hilaridad, cuando se descubre atrapado por las redes invisibles de la alegría, contagiado por una especie de gozo desenfrenado, vencido a carcajadas, hasta las lágrimas, manipulado como una marioneta, a golpe de chistes… Solo entonces, cuando uno se ha sentido como una rata en Hamelín, se entiende cuál es el poder de Larible. El que se descubrió él mismo en aquel internado de monjas italiano, donde sus padres le dejaron con 10 años. El que le salvó de estar solo los domingos y de comer guisantes. El que le hizo ganarse todo el amor y el apoyo de sor Gabriella…

Un payaso que no habla, que usa un lenguaje universal y que solo se acompaña de un pianista

Lo que se pudo ver aquella tarde-noche en ese teatro florentino, lleno hasta la bandera de familias, niños, abuelas, parejas de novios, amigos más y menos jóvenes… fue el derroche de ese poder. Un patio de butacas que basculaba sobre sí mismo de adelante atrás, partido de la risa; una catarsis colectiva provocada por un payaso que no habla, que usa un lenguaje universal y que solo se acompaña de un pianista alemán, de elementos sencillos como instrumentos musicales —toca todos “menos el piano porque no cabía en carromato”— y de algo que hace único e irrepetible cada espectáculo, el público. Larible mete en la pista a los espectadores, “más o menos al azar”. Y consigue algo insólito. Hace desaparecer un temor tan antiguo como el ser humano: el miedo al ridículo, ese que separa a la especie de los hombres de la de los payasos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_