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de compras

Alvar Aalto mató a Luis XV

El anticuario clásico desaparece arrastrado por el cambio de gustos que entrona las tiendas de muebles de diseño del siglo XX para burgueses bohemios

Vista de la tienda Passage Privé.
Vista de la tienda Passage Privé.CARLOS ROSILLO

La plaza del General Vara del Rey ocupa el corazón del Rastro. Cada tres metros alberga una tienda de anticuario, pero una línea imaginaria separa las que tienen trayectoria ascendente de las que no tanto. Solís anuncia que su local se alquila; Palacios, liquidación total; G. Ayala se vende. Son anticuarios de toda la vida que se jubilan y no encuentran quien se quede con sus lámparas de lágrimas de cristal y cómodas imperio. La Europea o La Recova, en la misma plaza, gozan de mucha mejor salud. Se dedican al mueble del siglo XX, diseño vintage y ecléctico.

Eugenia, propietaria junto a Sonia de La Europea, explica que tampoco es que anden para tirar cohetes: “Nos mantenemos, pero la crisis ha empezado a tocar a nuestro público. Vendemos, pero cada vez cosas más pequeñas”. Montaron el negocio hace ocho años. “Era muy divertido: cogíamos un camión e íbamos por mercados europeos comprando cosas que en España no había”, recuerda. Puede que la crisis les afecte, pero parece que su receta es la única para sobrevivir: muebles venidos del extranjero y con línea más juvenil. Esa es la razón de que en el barrio hayan florecido varios establecimientos con idéntico argumento.

Por ejemplo, La Brocanterie, una pequeña almoneda escondida al lado de la Iglesia Evangelista del Centro. En su misma calle conviven un pintor barbudo que retoca cuadros pastel, una moderna galería de arte y un viejo negocio con calendario de Samantha Fox en la pared. Es el eclecticismo que tanto enamora a los amantes de las tendencias y que define el propio espíritu de la tienda, donde presumen de hacer convivir una lámpara industrial y un sillón de consulta médica de los cincuenta.

Siete rincones ‘vintage’

  • El Ocho. Mira el Río Alta, 8.

“No es para forrarse, pero llevamos dos años y resistimos”, cuenta Francisco en el interior del comercio: “Sobre todo porque tenemos un público caprichoso, con dinero”. A continuación relata el acontecimiento que colocó el negocio en órbita: el actor Paco León, devoto de los nuevos anticuarios, se encontró en la tienda con el modisto John Galliano, le sacó una foto, “y esto reventó”.

Un paseo por el Rastro refrenda el ocaso de lo tradicional y las tiendas de viejo. “Yo cierro después de 30 años”, dice Fernando García, regente de un comercio de bronces y porcelanas al que no entraría Galliano ni amenazado con pistola. En otra tienda, solo, rodeado de cuadros y esperando clientes con las manos a la espalda, está Pombo, un sesentón con labia de comerciante. “Lo liquido todo: esto está fatal”, explica poniendo a bailar sus dedos cargados de diamantes. “Me jubilo a tiempo porque se ha acabado. Y no es la crisis. Es que estamos obsoletos”, dice. Pombo entiende que a los jóvenes ya no les llamen sus productos. “A mis hijos lo que les gusta es Nueva York, y me parece bien”, dice. “Mira este cuadro de un traje de luces. Lo compré en una taberna de Cádiz por 190.000 pesetas creyendo que era una ganga, y nunca lo venderé”. No le importa que los gustos muden, lo que sí echa de menos es el Rastro en el que nació, los juegos, los lazos con los vecinos o la vida de comerciante: “A veces perdías, pero otras ganabas mucho”.

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Detalle de la tienda L. A. Studio.
Detalle de la tienda L. A. Studio.CARLOS ROSILLO

La prueba fehaciente de que los tiempos son distintos se encuentra a 100 metros, en L. A. Studio, el comercio más señero del nuevo anticuario. Carlos López, su propietario, viene de una familia del gremio y supo anticipar el cambio. “Viajaba a ferias internacionales y veía lo que se cocía. Además, soy perito tasador. Conozco las maderas y las calidades”, explica sentado en la imponente nave de 700 metros que presenta como showroom de su negocio. “Mis abuelos se especializaron en muebles del XIV al XVI; mis padres del XVIII y XIX; y yo del XX”. Pero Carlos entendió que no solo el producto cambiaba; también la forma de explotarlo. La venta en tienda es solo una de las patas de su negocio, lanzado en 2001. Junto a ella está el alquiler a productoras de cine y televisión, el estilismo y la ambientación de eventos para marcas de lujo. “Hay que diversificar y arriesgarse”, explica Adelino, mano derecha del negocio. “Este mercado vintage, como todos, se satura, y hay que apostar por cosas excepcionales”, cuenta. “Por ejemplo, nosotros no trabajamos el diseño escandinavo, que es lo que está de moda”. Su apuesta es por muebles entre los cuarenta y setenta, de primera calidad y corte más lujoso e historiado. Por supuesto, todo seleccionado en el extranjero, “porque en la autárquica España franquista el diseño no era la prioridad”.

Barrio de Las Letras

En las antípodas de esta apuesta queda otro reconocido negocio de nuevos anticuarios, esta vez en el barrio de Las Letras. Después de iniciarse en el mundillo en Bruselas, Julio Montero Melchor abrió hace siete años Modernario, referencia en el sector del mueble nórdico. “Ha sido lento”, cuenta. “Madrid es muy clásico. Ha habido que hacer mucha labor didáctica para dar a conocer este concepto”, explica. Como prueba, en una estantería acumula los libros de arte que utiliza para explicar las piezas.

Modernario es un negocio más recogido, sin el impactante sentido del espectáculo de L. A. Studio pero también lleno de piezas de gran belleza. “Empezamos a vender escandinavo no por moda, sino por su calidad”, cuenta. Primero fueron solo piezas de diseño danés, y poco a poco se incorporaron elementos del italiano, “más sofisticado, menos despojado”. Se especializó en piezas selectas (entre 300 y 8.000 euros) firmadas por diseñadores claves del siglo XX, como Hans Wegner, Gio Ponti o Angelo Lelli. “Era el momento de esplendor de la creación en Europa. En cada pieza intervenían ebanistas, científicos…”, se emociona Montero. Para ejemplificar a qué se refiere, señala una silla de Niels Møller: “Mírala, parece una rama, y está construida con criterios antropométricos. Aquí, en esa época se hacían a escuadra”.

La tienda se ha convertido en uno de los pilares del circuito de anticuarios de Las Letras, “muy distinto al del Rastro, más tranquilo”, explica Julio. La competencia le parece tonificante, sobre todo porque la acumulación de tiendas ha permitido que la zona se convierta en lugar de paseo para los aficionados. “Es cierto que han ido surgiendo negocios vintage por todos lados y con calidad muy distinta, pero nosotros seguimos una línea particular, y eso es lo importante”, concluye.

Unas calles más lejos, Nuria Quilis y Luis Bermejo ofrecen una lectura muy diferente de la estética vintage. Su Passage Privé es una antigua vaquería llena de clics de Playmobil del tamaño de un niño de cinco años. Quilis viste de lana y tiene por la tienda un perro que se acerca a las visitas para que lo acaricien. “No nos especializamos en muebles. Ofrecemos un estilismo completo basado en piezas desde principios del XX hasta los ochenta, todo europeo. La tendencia es el reciclaje y lo ecléctico: industrial, mueble de oficio, objetología…”. Objetología: ese palabro parece definir el sentido último de los clics gigantes. “Sí, son esos objetos que despiertan sentimiento de nostalgia, como los luminosos de Lego, raquetas que transformamos en espejos o un plinton-cajonera”.

Como todos los entrevistados, Quilis cree que el secreto para sobrevivir son las piezas únicas, muy bien seleccionadas, cada una en su sector de mercado. “Para definir mi público hay un término que detesto: los bobos [burgueses bohemios]: publicistas, actores… Pero también gente más clásica que busca un toque moderno, o mileuristas de muebles Ikea que buscan una pieza para darle un toque personal a la casa”, explica. Sus productos viven en la horquilla de 25 a mil euros. Sea pan de oro o juguetes para elefantes, la distinción siempre tendrá un precio.

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